El traje del Emperador

 


Teódulo López Meléndez

El prepotente tiene una palabra privilegiada: Aranceles. La usa indiscriminadamente para tratar de monopolios comerciales o para presionar a jueces extranjeros a sentencias contra Derecho y pruebas.

La usa para influir en elecciones de otros países o para exigir sumisión a sus políticas en aras de una ceguera que lo hace proclamar que el objetivo es hacer de nuevo a su país grande, lo que, de paso, conlleva la admisión que está dejando de serlo.

El prepotente alardea de solucionar guerras mientras ejecuta la suya propia contra todo aquel que le parezca desafía su poder omnímodo.

De paso –si la expresión no es en el fondo oxímoron- se pasa lo días apelando sentencias que lo colocan en su sitio, al amparo de esa extraña forma de jueces supremos de por vida y nombrados a voluntad del poderoso de turno, convirtiendo el alegato de ser la primera democracia del mundo en un cuadro de deterioro institucional que hace a cualquier observador decente advertirle que está convirtiendo a la democracia misma en un vulnerable adefesio.

Es contradictorio día a día, hasta para buscar la absolución de sus aliados. Así sanciona a un juez extranjero porque en su megalomanía lo cree presionable y va y no resulta serlo, luego retira las sanciones quizás pensando que su clemencia es clemencia, cuando es, en realidad, un acto hipócrita que maneja según sus conveniencias y visto su fracaso que toma como un desafío a su poder cuando es, realmente, un acto de inestabilidad psíquica.

Influye en elecciones diciendo que el dinero llegará sólo si su candidato gana, aunque a ratos le suceden inconvenientes como ese de creer que los neoyorkinos eran argentinos. O poniendo en libertad a un expresidente condenado por narcotraficante en procura de determinar los resultados en una elección en Centroamérica.

Bombardea y ejecuta sin juicio previo o expropia tanqueros a la mejor manera de Sir Walter Raleigh, el ejecutor de la pérfida Albión en el Caribe.

Los imperios se desmenuzan por su propia torpeza, más que por las acciones de terceros. Marchan hacia el aislamiento al creer que en este mundo de hoy se debe comercializar a su manera y no conforme a la real, la de emersión de nuevos polos y la posibilidad obvia de diversificar proveedores y compradores.

No se cree que desaparecerá del mapa, pero sí que dejará atrás su arrogancia inundada en un mundo multipolar. Uno más pasará a ser, antes que uno hegemónico, mientras tanto somete a su propia población en el juego perverso de pagar los platos rotos mientras las élites arrogantes siguen llenando sus botijas.

Los imperios se deshacen por su propia torpeza. Cierto es que los demás lo perciben y hacen lo necesario por diversificarse. El Emperador va desnudo y ya no hace falta que un niño lo grite como en el texto de Hans Christian Andersen.

@tlopezmelendez

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