Trans-post-humanismo a la medida
Teódulo López Meléndez
Cuando el biólogo Julian Huxley, en 1957, acuñó el término transhumanismo para argumentar que la raza humana no sería el fin de la evolución sino su comienzo, no podía avizorarse la evolución del pensamiento filosófico que nos lleva a distinciones entre su expresión original y esta otra de posthumanismo centrada en el desmontaje de una prevalencia filosófica.
Es obvio que el planteamiento del transhumanismo (cuyo símbolo en H+) ha generado controversias. Huxley siempre dijo que el hombre debía seguir siendo hombre, pero trascendiéndose a sí mismo. En otras palabras, el principio era que el hombre era apenas una fase temprana y no el punto final y que debía ser mejorado no sólo en lo externo y ambiental sino en su propio organismo.
De esta manera, el transhumano es un simple estadio, pero aún no alcanza lo posthumano. Sin lugar a dudas que uno de los sostenedores más destacados del transhumanismo es Nick Bostrom, director de Future of Humanity Institute de la Universidad de Oxford. Allí hay una afirmación de que el transhumanismo es una nueva forma de humanismo y efectivamente pueden encontrarse raíces en el humanismo secular. En verdad el avance tecnológico ha sido asimilado de manera imperceptible en la vida de estos tiempos y por encima de los debates filosóficos: tenemos lentes de contacto, prótesis de cadera, corazones artificiales, marcapasos, implantes para mejorar la audición e infinidad de otros recursos ya partes de nuestra cotidianeidad.
En El hombre postorgánico Paula Sibilia considera el proceso como una digitalización del mundo, de la vida, de la naturaleza y del hombre y que el sueño consiste en que así como los programadores de las computadoras ponen, quitan y modifican software también la tecnociencia pueda hacer lo mismo con los organismos vivos.
He allí que Sloterdijk, alzado como un posthumanista, proclama que debemos pasar del individualismo cínico al colectivismo cívico. Esta nueva combinación con las redes de Internet sirve notablemente a una liberación combinada con el genetismo, de manera que a Huxley no le hubiese disgustado el pensamiento de Sloterdijk ni el término posthumanismo.
El papel de la filosofía sería el de regular la irreversible manipulación genética para poner coto a los existentes sectores de poder que tratarían de hacer de ella una nueva mercancía en el mercado. Sobre quien redacta ese nuevo código moral responde, en El hombre operable, que en las biotecnologías hay una teleología que conduce necesariamente al triunfo del bien. Para hacerse entender recurre a expresiones como la existencia de una ecología de la inteligencia que premisa que lo que es predominantemente malo se elimina a sí mismo, expresiones que pueden sonar a misticismo, pero que en definitiva conducen a su tesis de la realización del espíritu absoluto y a la desaparición de una heteronimia heredada del humanismo entre hombre y máquina. De manera que la interpelación que Sloterdjik asoma no es una producida por los dioses sino la que proviene de la naturaleza transformada en información.
Este ganar en “inteligencia inteligentemente”, este “leer de las partituras de las inteligencias encarnadas” nos conduce a la necesidad de un nuevo código moral y a un replanteo profundo para encontrar quién encarna ese “nivel lo suficientemente alto de conocimiento” para presidir esa transformación y las nuevas formas de manifestación política de esa sociedad posthumana.
@tlopezmelendez

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