La política para construir vínculos
Teódulo López Meléndez
La política no puede ser una acción que busca el poder y no más. Ni una administración desconsiderada de la normalidad. La política sin ideas es una actividad bastarda. La política, en consecuencia, es invención. Cuando deja de serlo sobreviene el cansancio y se asoman las espaldas de los elementos sociales. La organización social del hombre no nació como la vida ni crece como las plantas. La política que carece de empuje proveedor de consistencia es una futilidad. Dado que las formas políticas son invención del hombre no puede desgajarse de la política la capacidad renovadora. Bien se dice que el pueblo no existe, lo crea la política. De esta manera hay que decir que la principal actividad de lo político es dar sentido y toda democracia pasa a ser un proceso ininterrumpido de transformación.
De esta manera la política y la democracia, es decir, la acción y sus resultados, no pueden ser otra cosa que inserción constante de nuevas opciones o, dicho en otras palabras, ampliación permanente de la libertad. Tenemos, pues, que volver a leer lo político sacándolo del cansancio, del aburrimiento y, sobre todo, de un conservadurismo que brota ante las ideas y ante la esencia misma de lo político y de la democracia, puesto que todo lo establecido siempre resiste las ideas innovadoras.
En La nueva era de las desigualdades, Jean Paul Fitoussi y Pierre Rosanvallon, nos recuerdan que es a través de la política que se constituye el vínculo social. Si no enfrentamos este proceso creativo la política pasa a ser inepta para explicar las desigualdades que crecieron paralelas a la libertad y se convierte en algo deleznable para el común de la gente que nunca podrá entender lo que es ejercicio de la ciudadanía. Continuar pensando que la democracia es como es, que la justicia se administra como se administra, que las instituciones son como son y no pueden ser de otra manera, equivale a un corsé al pensamiento y a la esencia misma de los conceptos política y democracia.
Otra cosa que debemos aceptar es la política como conflicto y los conflictos como expresión del animus político. Y a la democracia como capaz de administrar los conflictos mediante una renovación permanente. Una cosa son las instituciones básicas, aptas para administrar el control de estabilización, y otra la permanente manifestación de ideas que amplían los espacios hasta una libertad transformadora. Está claro que las llamadas instituciones y los intermediarios sociales ya no responden a las exigencias de los tiempos y, por tanto, hay que buscar nuevos mecanismos.
Sin ideas insuflando ciudadanía no puede haber ciudadanos. Esos no ciudadanos generarán formas perversas de poder. Habría que estar atentos a las formas no convencionales de organización social que se manifiestan en estos tiempos y verificar el alimento libre que reciben, así como el abono para que florezcan.
La política es el elemento clave para dirimir los conflictos y para construir vínculos que permitan a sus protagonistas sobrevivir en democracia como adversarios.
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