Entre el hombre y la máquina
Teódulo López Meléndez
Construir máquinas que puedan ejecutar tareas
para las cuales se requiere inteligencia humana ha implicado una mezcla de
computación, fisiología y filosofía y, por supuesto, robótica. El propósito que
persiguen es lograr que se adapte al método de razonamiento y comunicación
humanos para que pongan en práctica no sólo los algoritmos que el hombre le
introduzca sino establecer los suyos propios. En pocas palabras, hacer de la
computadora un ser (domi)pensante.
Muchos creen que la capacidad de los microchips
de un circuito integrado se duplicará cada dos años y que este crecimiento
permitirá procesar la información a tal velocidad que inauguraría la era de las
máquinas ultra inteligentes, definidas como la capaces de superar las
actividades intelectuales de cualquier ser humano, lo que significaría un
futuro muy distinto del pasado y del presente.
Es lo que Vernor Vinge (Un abismo en el cielo, Al final del Arco Iris) define como
singularidad. Vinge es un autor de ciencia-ficción dura, pero su tesis de la
singularidad tecnológica según la cual la creación de inteligencias
artificiales de capacidades mayores a la humana, que a su vez producirían
inteligencias aún mayores y así sucesivamente, nos coloca en el mismo sitio de
la discusión que hemos abordado de la filosofía transhumanista o del hombre
posthumano.
Se parte así de la base de que la conciencia es
codificable o del surgimiento de una superinteligencia colectiva o de la
interconexión entre humanos y computadoras (prótesis, chips, cyborgs) y
finalmente a la intervención de la bioingeniería sobre un hombre mejorado.
Es la disfunción que asola a nuestro mundo: la
humanidad no es el fin de la evolución sino el principio. Por supuesto que no
faltan los argumentos en contrario: las máquinas jamás serán capaces de lograr
la comprensión, inteligencia y discernimiento auténtico; los estados mentales
sólo pueden ser producidos por un sistema vivo y en función de las propiedades
bioquímicas del cerebro; nuestra inteligencia no solo consiste en lo que
sabemos sino también en lo que somos; el funcionamiento de los ordenadores es
secuencial y el proceso del pensamiento es continuo.
En cualquier caso, el futuro nos plantea unas
relaciones sociales cada vez más centradas en las que se sucederán entre el
hombre y la máquina. Inclusive, pues, en el plano de la información estamos en
un interregno, en un lugar de nadie donde está lejos aún de definirse eso que
eufemísticamente llamamos futuro, lo que no impide afirmar que ya podemos
asistir a los cambios en la constitución de la identidad y de la personalidad
al ser modificadas todas las coordenadas espaciotemporales. Quizás el resultado
sea una vuelta de la bolsa y el retorno al egoísmo extremo, a la conformación
del dividuo y al aislamiento en el cual la computadora sea la expresión de un
individualismo exacerbado en lugar de un aparente lugar de encuentro.
@tlopezmelendez
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