El lenguaje contra los entuertos de la historia
Teódulo López Meléndez
Cuando ya lo que se dice carece absolutamente de importancia se ha llegado al extremo de la barbarie, al hombre primitivo, al mantenimiento de los lazos sociales basados exclusivamente en la alimentación, en la satisfacción de las necesidades primarias y elementales, como los pueblos de la edad de piedra. Cuando se llega a estos extremos el pensamiento no pasa sino por la sobrevivencia, por los rasgos elementales, se pierde toda conexión racional, prevalece el instinto, desaparece toda posibilidad de estructuración de conceptos.
Ya no cabe, siquiera, la queja ante la falta de imaginación. Pretender imaginación está resultando absurdo. La capacidad de imaginar está perdida porque el interior lo que recoge del exterior es basura. No se puede imaginar porque ya no se piensa. Muchos países siguen siendo un conjunto, pero uno que carece de ideas. No me refiero a sesudos trabajos de pensamiento que conformen un cuerpo. Ya ni siquiera logramos imaginar y pensar la cotidianeidad. La cotidianeidad se ha tornado abrumadora. El diario trajín es uno de ofensas contra el raciocinio de la gente. Llega el momento del bloqueo psicológico, del encierro en la familia y en los propios intereses. Ya no se quiere oír más, ya no se quiere pensar.
La praxis política no se destaca de esta anonimia. Pero es que la falta de imaginación, la imposibilidad de romper el enclaustramiento maniqueo y sesgado, es lo que caracteriza a la política de hoy.
A un país se le deben dar respuestas respetuosas. En el lenguaje está la importancia clave. Cualquier psicólogo social podría dar una extensa explicación sobre la conexión entre pensamiento y lenguaje o entre estructura mental y expresión lingüística. Cuando el lenguaje se desvirtúa toda la psiquis colectiva se desmorona.
Es un deber inaplazable ir al rescate del lenguaje. No pidamos peras al olmo, no esperemos que desde la mediocridad provenga semejante e impensable cambio. Debe venir de quienes discrepamos y debe venir, fundamentalmente, de la población misma en un acto de reacción de quien está en situación de extrema presión. Allí hay una buena manera de iniciar el combate democrático de otra manera: rechazar las expresiones burdas, reflejar en todas partes y de todos los modos una condena al estereotipo y al desprecio hacia los venezolanos y su inteligencia por parte de los repetidores de simplismos y de pequeñeces mentales. Las grandes batallas comienzan por cosas aparentemente simples y cuando cada ciudadano se alce desde sus derechos y desde su dignidad a rechazar las repuestas condenables comenzaremos a crear una sociedad capaz de corregir los entuertos de la historia.
@tlpezmelendez
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