Teódulo López Meléndez
En 1516 Santo Tomás Moro publicó Dē Optimo Rēpūblicae Statu dēque
Nova Insula Ūtopia. Quedaba establecida la palabra utopía como una
república óptima en una isla.
Moro, frente a la proliferación de eclesiásticos, plantea un Estado guiado por el Derecho Natural, uno donde existía igualdad entre los ciudadanos y una pluralidad religiosa. Era de tal magnitud el planteamiento que aparece lo utópico, palabra aún de origen etimológico desconocido (aunque todo indica se trata de un doble juego de significados extraídos del griego). No había, de manera equivocada, la eventualidad de concebir tal sociedad ideal fuera de un espacio aislado en contraste con la realidad existente. El planteamiento “utópico” estaba ya en Platón con “La república” y en otros textos griegos. No obstante, es de Moro que nos llegan utopía, utopismo y utópico, un “no lugar”.
Este Estado imaginario donde reinan la paz y la justicia se alza, obviamente, sobre la realidad real, una inaceptable por representar lo opuesto, el autoritarismo y la posverdad. Sea como sea, la utopía se ha alzado siempre como un planteamiento que señala una dirección de los anhelos de cambio de una sociedad determinada, o como una útil crítica pues muestra los límites de la política existente, o como el anuncio de la necesidad de actuar en procura de un mundo mejor.
A pesar de la evolución conceptual de la palabra utopía sigue
prevaleciendo la negativa. No obstante, hay que señalar que la búsqueda de lo
utópico es calificable como un hecho antropológico básico, como expresión
fundamental de la libertad, como un motor de la transformación social.
La búsqueda de nuevos estadios sociales se hace tarea moral nacida de una insatisfacción que aparece de manera especialmente fuerte en momentos de crisis, de derrumbe o de hecatombe. La conformidad con lo existente tarde o temprano se rompe e irrumpen lo que se ha dado en denominar cambios históricos, unos que han encontrado en el brote de las ideas y de los sueños el combustible necesario para percibir que no se ha llegado. No obstante, debemos precisar que no todo es quimera, sino un posible a buscar.
Un planteamiento de este tipo suele tener respuesta dentro de los límites, axiomas y dogmas del poder omnímodo. Los ejemplos históricos son abundantes. Rousseau planeaba sobre la Francia de 1879 y Robespierre resolvió mediante el terror. O “El manifiesto comunista” derivando en el totalitarismo de Stalin y de la URSS.
Henos aquí, oyendo letanías, viendo montajes esperpénticos, conjeturando al gigante Caraculiambro que Cervantes vio tras la infanta Antonomasia.
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