De la decadencia

 



 

Teódulo López Meléndez

El concepto de decadencia es antiguo y podemos rastrearlo en numerosos autores, siempre como un decaimiento casi lógico, si por lógica entendemos nacimiento, crecimiento y caída, como ha sucedido con todos los grandes imperios. Siempre a beneficio de inventario hay que reconocer en Arthur Herman en “La idea de la decadencia en la historia occidental” la negativa a admitir leyes estrictas sobre el tema, esto es, su inexistencia nos conduce a pensar que frenar la decadencia es una decisión que un pueblo toma en ejercicio responsable. Lo fundamental es aprender, agregamos nosotros, que se está en decadencia, pues sin esta admisión no puede haber esfuerzo.

Las teorías sobre la decadencia son muchas y variadas, generalmente partiendo desde un panorama sombrío que no puede dejar de lado ni el concepto de poder, dado que este ha estado sometido a variaciones de fondo por influencia de la tecnología y porque hoy nos preguntamos si alguien tiene ese ingrediente para modificar realmente una relación social que, en nuestro caso, luce deslegitimada. Después de la decadencia algo viene, no es ella el final, aún dentro de un necesario pesimismo intelectual que se afinca en la realidad.

Una decadencia encuentra en el plano de las ideas su expresión más acabada. Sin ideas ella es una acción progresiva hacia el oscurantismo que trae, por añadidura parasitismo. En la decadencia se asiste a una multiplicidad de voces anárquicas que encuentran vía fértil en las llamadas redes sociales, en una especie de renacimiento de un individualismo que ya no se expresa en un consumismo desenfrenado, dado que el modelo económico ha producido, además, escasez y carestía. Podríamos concluir en la aparición de un deber social atrofiado.

Ortega y Gasset, el prologuista de Spengler, reiteró que una cultura sucumbe por dejar de producir pensamientos y normas. Hemos dicho el concepto de poder no se puede tomar de manera tajante. Podríamos, incluso interrogarnos, sobre el desafío de Pocaterra al describir la decadencia que le tocó en suerte, una que necesariamente implica al “poder” que la causa, conjuntamente, claro está, con todos los demás elementos de antecedentes históricos y de devaluación del cuerpo social.

La decadencia, desde su expresión latina es declinación, ruina, algo que se aproxima a lo inanimado, desgaste, deterioro, lo que continuamente empeora. Sin insistir en disquisiciones sobre las teorías que la abordan podemos aceptar se refiere a lo que va perdiendo su valor e importancia, a un colapso societal.

@tlopezmelendez

 

 

Comentarios