Teódulo López Meléndez
La
economía, alzada por encima de la política, puede conducirnos –de hecho nos
conduce- a un aumento de las desigualdades entre países y entre seres humanos.
Ya se ha señalado el peligro del surgimiento de una “sociedad disociada”.
Los
patrones económicos cambian mientras los líderes mundiales se comportan como si
todo se limitara a una crisis puntual, persistente pero superable con
procedimientos habituales. Continuamos explotando fuentes de energía fósil con
una voracidad creciente. El rendimiento de los alimentos, considerados por
hectárea, han subido, pero generalmente a un precio nada deseable.
Los
medios de producción han cambiado a tecnología intensiva. Aquello que
llamábamos campesinos sobreviven en zonas reducidas del planeta y no hay quien
absorba la mano de obra sobrante por causa de la técnica o por mudanzas a zonas
nacionales de mano de obra barata.
Para
producir se necesitan cada vez más conocimientos y ellos no parecen alcanzar a
la parte del mundo donde hay que reducir la pobreza. Atraer la tecnología
parece exigir condiciones que sólo países como aquellos que integran el BRIC u
otros asiáticos logran ofrecer. Estados con gran burocracia –el Estado como
supremo empleador- han tenido que afrontar disminuciones dramáticas para
enfrentar déficits que hacían inviables sus economías.
Frente
a las metas del milenio crece la desigualdad entre países. Y es aquí,
seguramente, donde brota en toda su dimensión la crisis política de un mundo
globalizado que carece de mecanismos mundiales de poder efectivo, que funciona
con organismos de posguerra y no de tercer milenio. Y, más aún, con una crisis
conceptual de la política, con un envejecimiento inocultable de sus métodos y
procederes que contrasta en años luz con los avances de la ciencia y de la
técnica.
A
pesar de los buenos propósitos de los objetivos del milenio la polarización
entre ricos y pobres sigue estando allí, causando serios planteamientos sobre
la permanencia de la democracia e, inclusive, sobre la preservación de la paz. Zonas
específicas del planeta –caso Europa- deberán enfrentar el envejecimiento de su
población mientras en ella aumenta la xenofobia hacia sectores migratorios a
los que deben buena parte de su estado de bienestar.
Ya
dijimos que la palabra “campesino” abarca cada día a menos gente, lo que indica
una concentración urbana cada vez mayor, al tiempo que las migraciones se le
asemejan en volumen y en características. Al mismo, en muchas ciudades se forman
barriadas casi sometidas a aun apartheid y
que, de cuando en vez, estallan, produciendo destrozos generalizados. Se
entremezclan los problemas, como lo hacen migración y urbanización. Como lo
hacen unos y otros con el deterioro medioambiental que se manifiesta en los
mares, en el aire y en la tierra. Parece asomarse la ética como tarea
prioritaria.
@tlopezmelendez
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