El mundo de la apariencia

 


Teódulo López Meléndez

Recordaba Ernst Jünger, en la plenitud de la celebración de sus 90 años, a Goethe, y con él repetía que uno se retira poco a poco del mundo de la apariencia. El mundo era entonces para el escritor su biblioteca y los pequeños animales que estudiaba hasta el punto de numerosas especies tener su nombre, escribir y leer a diario y recordar con una memoria prodigiosa cada cosa que había dicho y donde la había dicho.

El mundo de la apariencia no está en la literatura. Novalis sale a relucir: “Lo que no ha pasado en ningún tiempo ni en ningún lugar, sólo eso es verdadero”. Quizás el único verdadero historiador sea el escritor, pues resume en sus textos la inveterada tendencia humana a huir del tiempo. Acostumbro repetir a los amigos que la vida no es otra cosa que repetición. El escritor es el portavoz de la consigna “no a la otra-vez”. De allí a nadie puede extrañar que nuestra época sea la de los massmedias y nuestra civilización la del espectáculo. El mundo tiene que ser lo suficientemente fuerte para autoreproducirse constantemente en las apariencias y así llega a convertirse en una falta de mundo. El escritor, en cambio, es un constructor y la imaginación creativa se alza como el único antídoto contra una absorción y extinción de la trascendencia. No quiere decir que el escritor trascienda. Es lo que él llama “una humanidad horizontalmente reticulada”.  De allí que el escritor comprenda que preguntarse por un propósito de la literatura carece de sentido  en un mundo donde los sentidos han sido derivados produciendo una fatal ruptura de la integridad del todo. Como bien lo recordaba el viejo Jünger ese instante creador se produce fuera del tiempo  y por lo tanto ya no puede ser anulado.

El escritor escribe siempre el último texto, aquél que viola las leyes de expansión del universo y derrota a Einstein pues destruye la teoría del movimiento relativo entre dos sistemas. El escritor, al asumir el mundo de la “no-apariencia”, deja de jugar con otro posible polo de referencia. Aquí no hablamos de un escritor como testigo de su tiempo o como alguien en que se pueden conseguir todos los retratos de su época. Lo que quiero decir es que el escritor derrota lo que podríamos denominar la apariencia ordinaria. Es un introductor que desvía hacia “lo que pasa en otra parte”.  El escritor descompone y recompone la estructura fundamental del mundo, es decir, vuelve a una especie de conocimiento original, se hace el demiurgo que llega a la parte no accesible al común y se hace poseedor así de los secretos. En pocas palabras, para seguir con Goethe, se aleja de las apariencias.

@tlopezmelendez

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