Una democracia sin trascendencia

 

 



 Teódulo López Meléndez

  

El hombre hoy es, quizás, entendible como “enfermo de la época” y encuentra traducción en el rechazo a las utopías desprestigiadas y a una sociedad de repetición, amén de un desencanto estético-político obvio. Este de hoy es titulado por Sloterdijk “falsa conciencia ilustrada”, lo que conlleva a una relación directa entre la concepción que el hombre tiene de sí mismo y las formas políticas.

  

Si inexiste una valía superior, el hombre contemporáneo está en otra parte, en una de entrega a mercancías que no tienen trascendencia ni esencia, en la aceptación de un territorio donde la palabra “libertad” ha perdido sentido. Heidegger nos había dicho de un estado en que no quedaba nada del Ser en sí y que pasaba a convertirse en un mero valor por sí mismo.

  

La explicación sigue en Heidegger cuando habla del nihilismo como estado psicológico, por cuanto este sobreviene. Si los valores supremos desvalorizados es lo que caracteriza al nihilismo, entendemos entonces que vivimos en una sociedad nihilista. Para Nietzche, el nihilismo supone la merma de todos los valores y esa, sin duda, es una buena definición de la sociedad actual.  ¿Hemos sido capaces de organizar una sociedad nihilista cuyos valores hemos asumido como superiores cuando no lo son? ¿Es este un hombre a la deriva que ha abandonado el pensamiento, al mismo tiempo que se ha sumado el esquema de la resignación dejando de lado toda reflexión sobre sí mismo?

 

La democracia está reduciendo su espacio geográfico. Las prácticas son las del populismo y de la manipulación, ambas exacerbadas por la tecnología. Las elecciones son espectáculos y la verdad es suplantada sin acuerdos sobre sus cambios. Las viejas instituciones muestran impúdicas su obsolescencia. Al resquebrajarse las formas políticas se resquebraja también la concepción de un ser que vive en sociedad.

  

Este es un tiempo de paradojas, el tiempo de una democracia sin trascendencia a la que se desprecia por tal motivo, pero sobre la cual se guarda una última ilusión, la de su retorno, olvidando que deberá tener pocas similitudes con la que debemos dejar. Mientras, el lenguaje evoluciona hacia la nada, en sentido heideggeriano, pero aún los oficiantes buscamos la acepción en el barullo.

 

@tlopezmelendez

 

 

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