Teódulo López Meléndez
La incertidumbre se hunde más
adentro en la medida en que la vida como repetición limita la posibilidad de
otras maneras. Las luchas hacia una nueva realidad –admitámoslo- parecen
convertirse en una rueda trancada por objetos lanzados a su paso. El hombre parece
no encontrar mundo, esto es, siente el agotamiento de la posibilidad de
decisión, lo que significa la ausencia de la capacidad de reordenar, de
autoconcretarse, de llegar a alguna parte, más cuando el lugar de arribo al que
pudiera aspirarse se ve como sumergido en nebulosas y cada día se limita más a
la supervivencia cotidiana, o en lo primitivo de las carencias o en el
hedonismo adormecedor.
Si bien la incertidumbre
ontológica o la incertidumbre social o la incertidumbre económica pueden ser
citadas como permanentes compañeras de viaje, ahora nos encontramos frente a un
hombre herido de ausencia de perspectivas y sin estímulos para enfrentar su
desnudez. La soledad frente al futuro parece maniatarlo. Los grandes proyectos
quedaron atrás y son mirados con una sonrisa picaresca que expresa
aturdimiento, desolación y hasta burla por haberlos concebido. Quizás se trate
de “miedo a la vida.
En la política conseguimos uno de
los factores claves de la incertidumbre. La política de la modernidad se diluyó
y con ella la democracia. El poder, por su parte, se ha hecho vacuo, es decir,
inútil arrastrando consigo a las luchas por obtenerlo, como es lógico en todo
proceso de degradación. Ya el hombre no mira a las formas políticas de
organización social como paradigma emergente que siembre la posibilidad de un
objetivo a alcanzar.
El hombre de este milenio vive de
espasmos o de convulsiones sin conseguir un nuevo envoltorio protector. Ya he
dicho de la ruptura del tiempo-espacio y de la desaparición de la distancia
como elementos inmovilizadores a la par que suministradores de soledad y
aislamiento.
Quizás como nunca hemos dejado
atrás el pasado sin que exista un presente, todo bajo la paradoja de un futuro
que nos alcanzó con sus innovaciones tecnológicas de comunicación, paralizantes.
La ausencia proclama como necesaria la reinvención del hombre, de uno que se
debate entre una mirada resignada y un temor hasta ahora intraducible a acción
creadora.
@tlopezmelendez
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