A manera de breve noticia
Decido organizar un pequeño
volumen que he titulado “Breve resumen del hombre”, al albur del artículo de
prensa. En efecto, las noticias sobre el hombre son cada día más escasas. Una
paradoja se le agrega en el caso venezolano: si uno se remite a lo que escribía
años atrás, décadas atrás, encuentra una repetición de los comportamientos
viciosos, unos que escapan a las características democráticas o autoritarias de
un régimen en turno, unos que parecen sembrados en nuestra psiquis y en
nuestras prácticas políticas.
En el contexto global vuelve a
aparecer un divorcio entre las ideas y los gobernantes. El hombre se llena
ahora de populismo y autoritarismo convencido de una democracia enclenque que
no da respuestas. Si uno mira los años finales del siglo XX, el agotamiento ya
está anunciado. Sin caer en determinismos históricos se presencia como,
coincidente con esa medición del tiempo, brota el cansancio como norma, uno
donde cambian las denominaciones o los adjetivos, pero uno recurrente.
En lo nacional venezolano los
períodos son más cortos, quizás afortunadamente. El líder providencial, el
Mesías, o las “venganzas” contra los demócratas convertidos en castas, están
allí y acullá. El desinterés por la res publica es otra constante.
La pandemia ha vuelto a poner
sobre el tapete los eventuales cambios del hombre, lo que no nos debe hacer
olvidar que, en principio, se acelerarán los elementos que estaban planteados,
tales como nanotecnología, inteligencia artificial o coches eléctricos,
mientras miramos de soslayo otro virus que está en las puertas de nuestra
existencia: el cambio climático. En el terreno de lo político olvidamos que la democracia es esencialmente renovable,
que si seguimos con los mismos conceptos y paradigmas vamos a consolidar esas
dos peligrosas bacterias llamadas autoritarismo y populismo. Lo más destacable
es que los jóvenes que aparecen en escena traen los mismos conceptos y la misma
praxis, como provenientes de un contagio.
Hemos asistido sólo a una
pandemia, sin embargo las reflexiones están allí, desde siempre, tanto que este
pensador se queda perplejo cuando revisa lo dicho y se pregunta si no será lo
mejor dejar quieta esta “Breve noticia sobre el hombre” y admitir que el hombre
lleva en sí la pandemia.
Teódulo López Meléndez
Caracas,diciembre de 2020
La era de los mitos
El progreso fue presentado como el logro, lo tangible que habría de cobijarnos.
Quizás debimos estar atentos a que sería de inteligencia artificial. El hambre
campea, los poderosos evaden el tema del calentamiento global, millones de
refugiados tratan de encontrar cobijo.
Como nunca se habla y se defienden los Derechos Humanos, mientras a más
seres se les violan. Se declara sobre ellos y se le adjuntan denuncias y
documentos, pero allí siguen los tormentos.
El siglo XXI se aprestaba a las grandes uniones continentales, pero
ahora tenemos nuevos brotes de nacionalismo, de racismo y xenofobia. La
política se aleja de todo sentido ético para convertirse en esfuerzos por
perpetrarse en el poder. El Estado encarnando a una nación hace retumbar los
gritos de “patria”.
No entremos a discutir si este redondo 2020 marca el inicio de una
nueva década, baste recordar que estamos saliendo simplemente de la vuelta de
un astro sobre otro para recomenzar.
Los pronósticos sobre los caminos no son optimistas. En el siglo XX se
“resolvió” con dos conflagraciones mortales. A estas alturas del 2020 la
interrogante es cómo se enfrentará la caída de los mensajes pletóricos, aunque
recordemos que las guerras globales han sido sustituidas por las locales, con
una organización mundial que se estableció para prever la guerra entre Estados,
siendo hoy al interior de los Estados.
Han cambiado muchas cosas en el enfoque de lo cotidiano, como, por
ejemplo, el trabajo. Uno observa el comportamiento de los jóvenes (millenial,
zeta y algún otro nombre dado por la sociología) y encuentra cansancio, hasta
tal punto que quizás sea una combinación de aburrimiento y cansancio lo que
hace al hombre de hoy. Sin excluir exigencias de otro tipo, estos elementos
están presentes en muchas de las rabias sociales que han estallado en 2019 por
el mundo, incluida América Latina. Sumemos la percepción de injusticia.
El líder populista, frente a lo evidente, ha sido la única respuesta
que la política nos ha suministrado. La literatura tiende a hacerse guion
cinematográfico y la filosofía nos describe el hartazgo. Las preguntas sobre el
devenir del Ser son cosas del pasado.
Son ciclos, puede argumentarse. No lo discutimos, sólo dejamos
constancia de estar en uno.
El clima del hombre
Las primeras advertencias se originaron en la década de los 50 del
pasado siglo. De allí en adelante siguieron los Informes de Evaluación del
Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). No había
duda, eran los humanos los responsables emitiendo gases invernaderos como el
dióxido de carbono, metano y óxidos de nitrógeno.
Comenzaron los acuerdos, desde Kyoto hasta París, incumplidos, con
abandonos de gobiernos que creen eso es una falsificación que afecta su
producción interna. La escasez de voluntad queda patente en el último evento,
la Conferencia de las Partes (COP25), el órgano de decisión de la Convención
Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada en Madrid.
Ya el objetivo los 1,5ºC. quedó atrás, la temperatura terrestre subirá
al menos dos grados. Vista la falta de voluntad política de los gobernantes,
los científicos se plantean la ingeniería climática futura. Si no hay política
habrá ciencia, parece ser la consigna. Se lanzarán partículas de aerosol para
desviar luz solar hacia el espacio, tal vez cuando millones comiencen a salir
de la India. Pero ¿y la acidificación de los océanos? Se lanzarán nutrientes al
mar en lugares seleccionados para aumentar la producción de fitoplancton, se
nos dice.
La lista es larga: aerosoles de sulfato, reflectores espaciales,
aerosoles estratosféricos, cultivar biomasa, aumento de la alcalinidad oceánica.
Quizás cuando las capas de hielo de la Antártida hayan colapsado o cuando la
hambruna produzca más desplazados.
La ciencia trata de responder, sobre el clima del planeta, pero nadie
trata de hacerlo sobre el clima interior del hombre. Prevalece la economía, la
suprema responsable de índices de producción y de los climas políticos internos
que permiten la conservación del poder y la influencia planetaria. Esas
perturbaciones internas hay que evitarlas, hay que decir progreso y mostrar
cifras, aunque una realidad realenga haga decir a los observadores que la
economía está detrás de los conflictos que lanzan las manifestaciones
callejeras.
Ya no se está no está al servicio del hombre, se está de las
apariencias, con populismo y remedos. El reclamo exige la supervivencia del
hombre y la de este pobre planeta que aún es su casa.
El hombre que huye
La historia, podríamos argumentar, es la de un hombre caminando. No
siempre huía, buscaba. Comenzó a caminar desde África hacia Asia, posiblemente
hace 70 mil años, y siguió caminando hacia el resto del mundo.
El hombre aún sigue caminando. En 2019, el número de migrantes alcanzó
la cifra de 272 millones. Son el 3,5% de la población mundial, cifra que
aumenta cada año, una de la que ahora formamos parte los venezolanos. De ellos
36 millones son niños. Ahora se mueve para escapar de las guerras, por
persecuciones políticas, por violaciones
de Derechos Humanos, en busca de mejores salarios y vida, por hambre, a lo que
debemos sumar una causa inocultable: el cambio climático.
Estas migraciones de hoy traen separación de la familia, inescrupulosos
traficantes, prostitución, racismo y
xenofobia, dramas, conflictos y en muchos casos la muerte. Para
enfrentarlo las Naciones Unidas aprobaron la Declaración de Nueva York, para
compartir responsabilidades, salvar vidas y proteger derechos. En la práctica,
vemos barcos a la deriva en el Mediterráneo a los que se niega un puerto, la
construcción de muros o la represión en Centroamérica, sólo para citar pocos
ejemplos.
En el papel todo está dicho, desde Nueva York hasta Marruecos, donde
una Conferencia sobre Migración del 2018 dejó establecidos los derechos
laborales hasta los casos de migrantes desaparecidos. La verdad es del horror y
de la consecuente impunidad. Del lado contrario, sin embargo, se recuerda como
la migración ha sacado a millones de la pobreza y fomentado el crecimiento
económico y como la inteligencia permite a los países receptores una
prosperidad adicional por la llegada de los que caminan o navegan. Un detalle
es que crece el porcentaje de mujeres universitarias que se van de su país de
origen buscando salarios más altos. Las restricciones draconianas a las
migraciones perjudican, en primer lugar, a quien las practica.
El mundo que hemos conocido fue determinado por los desplazamientos
masivos. El mundo por venir lo será por estas masas de migrantes a los que hoy
vemos en su drama. Quizás deberíamos hablar de la construcción de una
superficie apta para la vida. Dicho de otra manera, este relato hay que insertarlo
en el concepto de justicia global.
Democracia: La debilidad
fundamental
La democracia es un invento de Atenas, al igual que la tragedia. Si
vemos bien Grecia era trágica más allá de los hermosos textos literarios que
crearon la palabra tragedia. Aun así, no es por ello que podemos definir a la
democracia como trágica. Lo es porque la hemos defendido por oposición a
totalitarismo. Así, hemos querido la democracia porque no queremos la
dictadura.
La democracia es trágica porque tiene elecciones y la real pregunta que
se formula cada vez que se convoca al pueblo a las urnas es si quiere seguir
viviendo en democracia. En la democracia, el “pueblo soberano” bien puede
decidir que quiere vivir en dictadura, por diversas y variadas razones, porque
en la democracia no ha encontrado seguridad, ni eficacia ni resolución del
conflicto.
La democracia es una administración de los intereses encontrados. La
democracia es mediación y cuando no se media, cuando no se respetan las reglas
que permiten la sana administración de las contradicciones, pues comiéncese a
llamar a ese régimen como sea, pero no democrático. De esta manera, en sentido
estricto, no puede haber una “revolución democrática”, lo que no pasa de ser
otra frase populista, puesto que se trata de una democracia o de una
revolución, términos antitéticos.
Mucho se ha escrito sobre la decepción de la democracia que sufren los
pueblos por su supuesta incapacidad por resolver los problemas, en esta parte
nuestra del mundo los eternos, la pobreza, la falta de educación o la
inseguridad. Algunos sostienen que es necesario llenar la democracia de
adjetivos (liberal, popular, etc.), mientras otros piensan que se le está
pidiendo a la democracia lo que no es de su esencia o competencia. En otras
palabras, la democracia es simplemente un sistema político formal. La eficacia
o ineficacia no pueden, así, atribuirse a un sistema político específico. La
democracia sería, desde este punto de vista, ajena a la ineficacia de quienes
la encarnan desde el poder. Quienes la encarnan son elegidos por el pueblo. Al
contrario de alguna expresión infeliz, los pueblos tienen una aguda tendencia a
equivocarse y también, por supuesto, a ser manipulados. La esencia de la
democracia es la contradicción y su debilidad más peligrosa es la falta de
cultura.
La democracia como riesgo
Democracia y dictadura no compiten en términos de eficacia, una no es
más eficaz que la otra. La democracia es libertad y el totalitarismo es
opresión. La democracia se llena de contenido, de respuestas, de logros,
dependiendo de quienes la ejercen y sobre todo de quienes la piensan. De esta
manera, el asunto de la cultura reaparece en toda su magnitud.
Valoremos, es necesario, a la democracia sin el referente alternativo
de la dictadura. Debe perseverarse en la defensa del único clima posible a la
creación, el de la libertad, señalando constantemente toda desviación.
Constantemente traigo a colación como algunas de las más brillantes cabezas
europeas entre el final del siglo XIX y comienzos del XX combatieron las
monarquías corruptas y pedían la república para luego decepcionarse de la
república y dirigir sus invectivas contra las mayorías, dando, así, desarrollo
al germen fascista. Este último también se engendra, pues, en la democracia
trágica. Retroceder a la aristocracia del pensamiento no es la salida.
Debemos, a estas alturas, aprender la lección: la democracia es riesgo.
En su búsqueda de las formas de gobierno el hombre sigue razonando. Si bien
murieron las ideologías, no lo ha hecho la ciencia política. La soberanía
radica en el hombre y el pueblo la ejerce en su nombre. Debemos aprender que
una cosa es el ejercicio del poder y otra la reflexión sobre los valores
esenciales de la humanidad, la libertad incluida.
La palabra “intelectual” (y el concepto, claro está) es de producción
francesa, por lo que pido excusas por el exabrupto de decir que Platón fue el
primer “intelectual” que pensó sobre la política. Desde entonces muchos dicen
que gobernar es dirigir por el camino de la mansedumbre a un rebaño ya manso,
como bien lo recuerda Peter Sloterdijk en su libro Normas para el parque
humano. Infinidad de intelectuales se han dedicado a pensar como gobernar a los
hombres y, a pesar de las inmensas variaciones que ha sufrido la politología,
renovable como cualquiera, sigue vigente la idea platónica del gobernante como
tejedor, es decir, el que entreteje de la mejor manera las propiedades de los
hombres que resulten más favorables a los intereses públicos. Esa democracia
debe serlo de este tiempo.
Regenerar tejidos
Las quejas se han hecho, incluso, estadísticas, amén de literatura de
ficción. Los estudios demuestran que los latinoamericanos no privilegian la
democracia. Ya en alguna otra parte he dicho que la democracia es un sistema
político formal que parte de la libertad y que, en consecuencia, es apenas un
inicio. Uno de los asuntos centrales quizás está en el rol de los políticos,
estos es, los que ejercen la conducción de los asuntos públicos y el manejo de
las finanzas comunes. La actividad política se ha ido desprestigiando: cada vez
menos gente capaz se inmerge en la política.
No hay ideas en el mundo de la acción pública, lo que queda es la
administración común y rutinaria. La experiencia venezolana indica que ese
desapego es una de las causas por las cuales vivimos lo que vivimos. Los
ciudadanos no son más que individuos exacerbados que no miden las posibilidades
de afectación que tiene sobre su entorno egoísta la apatía hacia lo colectivo.
La crisis política es un aspecto o una faceta simple de una crisis más
profunda. Lo que está en crisis es el hombre mismo y, por ende, su forma de
organizarse políticamente. La democracia resiste y lo hace, para paradoja de
los extremistas, en pasos como los de la unidad europea, aunque en el interior
de esos países los ciudadanos no se distingan en mucho de los demás, en cuanto
a aburrimiento, a cansancio, a automatismo. Aún así el poder de decisión, la
real posibilidad de elegir o de cambiar la dirección de un país, siguen sujetos
a la imaginación desarrollada en el campo de la política. La democracia, como
todo, es un labrantío donde la capacidad inventiva debe estar siempre presente,
sobre todo si partimos de la conclusión clara de que el mundo no puede ser
perfecto (la muerte de la utopía) y que el camino está en su búsqueda
permanente.
Hay y habrá sobresaltos. La crisis produce brotes totalitarios. No hay
tiempo para pensar ni es productivo hacerlo. O quizás sea más fiera la
conclusión: a poca gente le interesa devanarse los sesos en las formas posibles
de organización social. Una de las conclusiones obvias es que necesitamos más
que nunca de la democracia, en estos tiempos en que no se consiguen ideas y
gobernar se ha convertido en una tarea para mediocres.
La historia irreconocible
Cuando Catón, el gran tribuno del Senado, vio llegar los objetos y
conocimientos griegos a su amada ciudad supo que la Urbe estaba perdida. En
buena manera vislumbró lo que los filósofos del posmodernismo llaman el
"hombre estético". En otras palabras, vio que Roma caería vencida por
la cultura griega.
Los políticos no terminan de aprender que quienes hacen la historia que
vale la pena son los creadores, más que todo los que viven en el lenguaje.
Puede decirse que Aníbal, con sus elefantes y su terquedad, cruzó los Alpes y
que Bolívar cruzó los Andes en procura de imitar su grandeza, pero fue Polibio,
trasladado a Roma como esclavo de guerra, (a quien realmente hay que prestarle
atención), el que se preguntó sobre el sistema político romano en procura de
una explicación de cómo aquellos toscos habían empleado la modesta suma de 56
años para acabar con una de las más esplendorosas civilizaciones que hayan
existido sobre la faz de la tierra.
Puede que la verdadera historia sea aquella de la civilización y que la
historia política sea, apenas, una planta parásita que ha usurpado nombre y
lugar. Si es así, entonces la historia es la del crecimiento espiritual del
hombre. Lo que los hombres hemos estado denominando historia es sólo lo
aparente, lo visible.
Volviendo a Roma, uno recuerda que los historiadores republicanos
describieron con pestes y culebras la era monárquica, olvidando que sin los
reyes Roma jamás hubiese puesto sus legiones a dominar al mundo conocido.
Ya no abundan tanto los profetas, al fin y al cabo los hombres tenemos
ahora a Internet y a los horoscopistas, más a Derrida, a Barthes, a Blanchot, a
Hjemslev o a Wittgenstein, que son algo diferentes. Nostradamus fue el más
destacado profeta del pasado, pero hubo muchos, como uno portugués llamado
Bandarra que nació en una humilde villa denominada Trancoso y que no alcanzó la
fama de aquél por la sencillísima razón de ser portugués. En cualquier caso los
profetas decían lo que los humanos querían entender.
Tenemos ahora la chatura de la pantalla y relojes que han escondido el
día y la noche y que pretenden convertirnos a todos en astronautas sin las
viejas referencias que construyeron al hombre como hasta ahora lo hemos
conocido.
La sociedad ensimismada
Una cultura implica diseños, imaginarios, escenarios, estados
emocionales y valores, lo que va perfilando lo que comúnmente llamamos “un modo
de vida”. Cuando una sociedad se ensimisma todo lo refiere a la mera
especulación, esto es, a hacer suposiciones sobre lo que no se conoce.
Ahora tenemos la tecnología digital, por muchos denominada la
netgeneration, una que marca en una observación que se cree el fiel reflejo de
la realidad. La indeterminación del participante sobre su validez, y su validez
misma, conlleva a la creación de muchos de los fenómenos sociales que hoy
vemos. Se nos plantea así una discusión sobre el valor del conocimiento desde
otros ángulos impuestos por la instantaneidad.
También, claro está, desde el mero punto de la acción política, bien
sea desde la vista anquilosada que conlleva a planteamientos como la creación
de “un hombre nuevo”, encarnado en disposiciones que pasan absolutamente
imperceptibles para una sociedad ensimismada como la venezolana, como el de la
creación de un Instituto para la Descolonización, o desde el lado del fenómeno
de la emersión mundial de una ultraderecha que vuelve al nacionalismo y se
proclama liberal y se centra en el uso abusivo y condenable de todas las
posibilidades nefastas de distorsión que permite la tecnología arribada a
implantar participación, pero una lejana de cultura, entendida, en primer y
esencial término, como la del hombre libre que crea imaginarios.
La praxis política cotidiana agobia. Un ejemplo es el del paso dado por
la Asamblea Nacional para designar un nuevo organismo electoral. Se critica la
inclusión de tres representantes del actual poder fáctico en la junta previa
como un arreglo proveniente de turbios arreglos, como si la solución estuviese
en sustituir un CNE oficialista por uno oposicionista. El comportamiento del
otro debe ser copiado, parece ser en este breve párrafo a lo puntual, una
realidad interiorizada.
Una sociedad que espera y no genera es incapaz de nuevas formas de
acción política, de cultura democrática. El haber vivido un buen período en una
democracia, aunque imperfecta como todas, se truncó por la incapacidad de
regenerarla. Esta sociedad sigue ensimismada, viviendo de sus introyecciones
especuladas.
La pobre democracia
La democracia está en retroceso, es obvio. El asunto está en las
causas. Los teoremas giran vertiginosamente entre los gobernantes de extrema
derecha como consecuencia y no efecto, entre la mediocrización de las élites y
el brote de las redes sociales que muestran a ciudadanos mal equipados cognitiva
y emocionalmente. En cualquier caso, todo mezclado en un escenario donde la
frustración y la angustia provocan el derrumbe estabilizador del centro y el
vuelco hacia el populismo.
Quizás lo más polémico en la teoría de la psicología política sea la
mirada a las élites como desvencijadas y faltas de criterio, lo que fue y es
absolutamente cierto, pero reconstruirlas en su viejo poder resulta cuesta
arriba y se hace un planteamiento retrógrado ante una explosión de Internet que
no admite vuelta atrás con miles o millones diciendo sobre todo, unos
racionales y buena parte irracionales., La tecnología ha pervertido,
admitámoslo, ha distorsionado la ventaja de la participación: hay bots, trolls,
fake news y hasta nuevas profesiones como los contratados para, bajo sueldo,
imponer criterios, unos que siempre tienden a confirmar las viejas creencias y
a desestimar los opuestos. Miles de estos simulan batirse por la democracia
mientras hacen lo opuesto.
La democracia requiere tolerancia, una no aplicable a la lucha contra
una dictadura, claro está, pero lleva en sí la aceptación de los puntos de
vista diferentes y el rechazo a considerar enemigo al que piensa distinto. La
distorsión de la democracia hacia el populismo-autoritarismo de extrema derecha
hace exactamente lo contrario.
Lo demás es conocido: corrupción, ineficacia, políticos improvisados,
ineptos y “providenciales” y un tortuoso apego al poder. Hay un fracaso enorme del pensamiento. La
democracia va en retroceso, se confirma apenas se mira. Al que piensa se le
ignora, pues las masas aburridas y cansadas quieren respuestas intolerantes.
Debemos sacar a la democracia del estigma de que lo único que importa es
conseguir un enemigo a quien culpar, sin idearle nuevas formas. El asunto de
este dramático tiempo es evitar que la democracia termine devorándose a sí
misma. Hay que poner sobre la mesa el pensamiento y la práctica, aunque nadie
aparentemente oiga.
Cambiar la mirada
La teoría política debe enfrentar al siglo XXI. Quizás el vacío
provenga de la aplicación a las ciencias políticas del principio de que aquello
que no fuese empíricamente demostrado quedaría fuera de significado. Es
menester una pluralidad de ángulos de visión que la urgencia de encontrar una
certidumbre sepultó. Ya no se requiere un corpus homogéneo, lo que se requiere
es un intercambio fluido y permanente de diversas comprensiones. Algunos hablan
de ofrecer no una mirada sistemática sino sintomática. Es lo que otros
denominan la teorización de la política y la politización de la teoría.
Venezuela tal como la conocimos está agotada. Frente a nuestros ojos
está la posibilidad de una nueva que requiere de imaginación y de inteligencia
para que tenga un nacimiento normal y para que el feto no presente
deformaciones.
Es en el campo de la política donde debemos rejuvenecer a toda prisa,
mientras la rara avis pasa a ser ahora encontrar un gobernante lúcido –o un
aspirante a serlo- que lo entienda. Basta por iniciar la comprensión de una
realidad múltiple, contradictoria y complementaria e interrogarnos si nuestras
creencias nos han conducido a algún resultado concreto. Si la respuesta es
negativa ya estará abierta la espita para el abandono de los paradigmas
inservibles y su sustitución por otros. El proceso en su final sólo puede ser
medido en largo tiempo, pero la decisión de cambiar la mirada o simplemente de
interrogarse sobre ella tiene consecuencias a corto plazo.
No se está haciendo política. No la logran entender como una
especificidad de acción. Frente a un poder como el que padecemos la política
sólo puede venir de un sujeto que la haga como una ruptura específica. Si se
mantiene en un territorio evanescente la política se hace innecesaria. Una
estrategia correcta de combate es dejar claro que las élites no monopolizan,
que no son dueñas, que las instituciones no sólo sirven para preservar
privilegios.
Puede generarse una inteligencia colectiva y un modelo de
auto-organización, aplicable hasta en el aspecto económico, por lo que ya se
habla de una "economía sostenible de colaboración". Lo contrario
consolida el poder hegemónico, uno que se invisibiliza en el ejercicio del
dominio y del abuso.
Sociedad poscivil
La precisión del cambio la definió Gilles Deleuze como el paso de una
sociedad disciplinal a una sociedad de control. En la primera existen
instituciones que funcionan como la columna vertebral y definen el espacio
social, esto es, la llamada sociedad. Si a ver vamos la casi totalidad de las
instituciones que sirven de estructura a esa sociedad civil están derruidas
trayendo como consecuencia lo que este pensador llama “vacío social”. La
llamada sociedad civil, en algunos casos, sigue conservando las instituciones y
características que alguna vez la definieron, pero estas han sido anegadas por
las nuevas formas de control hasta llegar a una de las condiciones esenciales
de este, la hipersegmentación de la sociedad. Aquí, y en todas partes,
deberíamos comenzar a hablar más bien de una sociedad poscivil.
Para la existencia de una democracia la sociedad civil resulta
indispensable. Es ella el campo donde se producen las mediaciones esenciales al
espíritu democrático. Bien podría argumentarse que la sociedad civil se ha
convertido en un simulacro de lo social. La democracia, por ejemplo, parece
alejarse de su marco de drenaje y composición, para elevarse por encima de las
fuerzas conflictivas que se mueven en su seno. El poder que amenaza con surgir
en el siglo XXI trabaja por encima de una sociedad civil débil lo que le
permite recuperar el sueño del dominio total, de la modelación de los “contemporáneos”
(antes ciudadanos) a su leal saber y entender. En el campo del sistema político
la democracia comienza a ser mirada como un impedimento, como un estorbo.
Ya no estamos en una sociedad industrial. Las formas de poder son
otras. Las que corresponden a una sociedad panóptica o, simplemente, a una
sociedad de control. En consecuencia, las viejas formas (sindicatos, partidos,
asociaciones y todas aquellas “instituciones” de la sociedad civil) se
derrumban, al igual que los sistemas de valores tradicionales. Hay nuevas
formas de poder y también nuevas formas de política, sólo que la tendencia es a
la eliminación de esta última, es decir, a un neo-totalitarismo. El “dividuo”
no verá al poder y al no verlo le parecerá ausente, inaccesible, y eso lo hará
el amoroso dictador cuya eficacia está garantizada.
De la aceptación pasiva
La democracia es una cultura de la responsabilidad colectiva. La
democracia debe ser considerada como un sistema cultural.
Esto es, debemos ir a los conceptos de pertenencia y ciudadanía, a la
revalorización de la cultura como conciencia crítica. La democracia reposa
sobre la autonomía humana y la cultura es un componente esencial de la
complejidad de lo social-histórico. De lo que somos testigos es de una
desocialización sucedida artificialmente. Una democracia del siglo XXI tiene
que tener necesariamente a una sociedad capaz de interrogarse sobre su destino
en un movimiento sin fin. Hay que romper el encierro del sentido y restaurarle
a la sociedad y al individuo la posibilidad de crearlo.
Debemos ver hasta donde los sujetos sociales se dan cuenta de lo que
pasa. La cultura política cambia en la medida en que los ciudadanos descubran
nuevas relaciones entre el entorno inmediato y el devenir social. El primer
paso es el contacto entre los diversos actores sociales que comienzan a
necesitar del otro, lo que los hace mirar al mundo como una interconexión de
redes. Si avanzamos hacia lo que podríamos denominar una “sociedad comunicada”
es evidente que esa sociedad se autogobierna aun usando los canales rígidos
conocidos y puede autotransformarse.
Es evidente que una democracia del siglo XXI requiere de individuos y
grupos sociales distintos de los que actuaron en la democracia del siglo XX. No
se trata de una utopía o de una irracionalidad. Se trata de evitar que las
energías se gasten en el refuerzo a una estructura autoritaria no-participativa
y de conseguir un salto de una sociedad que sólo busca información a una que
busca la conformación de una voluntad alternativa lograda mediante la consecución
de cambios impuestos por un comportamiento colectivo. En cada fase del avance
la cultura política juega un papel fundamental que permite autogenerarse y
autoreproducirse. La democracia sólo es posible cuando se tiene la exacta
dimensión de una cultura democrática.
He allí la necesidad de un nuevo lenguaje, de la creación de nuevos
paradigmas que siguen pasando por lo social y por la psiquis. Se trata de
producir un desplazamiento de la aceptación pasiva hacia un pleno campo de
creación sustitutiva.
Porvenir por hacer
Épimélia es una palabra que implica el cuidado de uno mismo y enraíza
en la política. La libertad propia de la política ha sido difuminada, porque lo
que se nos impone es como “pertenecer”. Apagar, disminuir, ocultar y frustrar
el espíritu instituyente es una de las causas fundamentales de lo que los
venezolanos vivimos. Ahora tenemos al nuevo poder instituido tratando de crear
un imaginario alterado al que debe oponerse la voluntad de soltar las
posibilidades creativas del cuerpo social.
Alguien argumentó que siempre hay un porvenir por hacer. Sobre ese
porvenir las sociedades se inclinan o por preservar lo instituido o por soltar
las amarras de lo posible. En Venezuela debemos buscar nuevos significados
derivados de nuevos significantes. Si este gobierno que padecemos continúa
impertérrito su camino es porque los factores que lo sostienen se mantienen
fieles a una legitimidad falsificada. La explicación está en una sociedad
instituyente constreñida, sin capacidad de poner sobre el tapete la respuesta
al futuro. Ya los griegos sabían que no podía haber una persona que valga sin
una polis que valga.
La transformación comienza cuando el cuerpo social pone en tela de
juicio lo existente y suplanta el imaginario ofrecido. Se requiere la aparición
de una persona con su concepción del Ser en la política, uno que se decide a
hacer y a instituir. El planteamiento correcto es inducir que la vida humana no
es repetición, y muchos menos de los enclaves políticos, y encontrar de nuevo
en la reflexión y en la deliberación un nuevo sentido. No estamos hablando de
una “revelación” súbita sino de la creación de un nuevo imaginario social. Así,
sin llenarse de ideas y pensamiento sobre el futuro por hacer no será posible
cambiar lo existente. La posibilidad instituyente está oculta en el colectivo
anónimo. De esta manera hay que olvidar la terminología clásica. Todo proceso
de este tipo transcurre –es obvio- en una circunstancia histórica concreta. En
la nuestra, en la de los venezolanos de hoy, no podemos temer a lo incierto del
futuro.
El espacio de esas herramientas es el conocimiento, el poder de
pensamiento, de un espacio dinámico y vivo donde se transforman cualidades del
ser y maneras de actuar en sociedad.
Conectar personas
No podemos permitir que Venezuela siga siendo un territorio ahistórico.
Para emanciparnos de los graves problemas que nos aquejan hay que desatar un
proceso filosófico-político emancipatorio. Este ser humano inteligente que es
el venezolano debe organizarse hacia la aparición de un nuevo orden social.
Debemos hacernos de un pragmatismo atento a las incitaciones del presente y a
los desafíos de las circunstancias teniendo en la mano las respuestas de una
filosofía política renovada.
El movimiento debe venir provenir de una sociedad pensante, desde un
humanismo global. El venezolano de este tiempo vive la ruptura con un mundo que
se tambalea. Lo que se requiere es un intercambio fluido y permanente de
diversas comprensiones.
La idea es que los sesgos cognitivos individuales pueden ser llevados
al pensamiento de grupo para alcanzar un rendimiento intelectual mejorado. Es
lo que se ha dado en llamar la inteligencia colectiva, lo que, obviamente,
conllevaría a otro tipo de comportamiento sobre la realidad.
La inteligencia colectiva está en todas partes, está repartida. Debe
ser valorada y coordinada para llevarnos hacia la construcción de las bases de
una sociedad del conocimiento, lo que implica el enriquecimiento mutuo de las
personas.
La clave está en crear numerosas y pequeñas noosferas. Ello pasa por
ver con menos individualismo y en un contexto ético de alteridad. Hay, sin
embargo, una razón más práctica que escapa a lo teórico-moral para insertarse
en la brutal realidad real: hacia dónde va el mundo se sabe o se perece, se
coopera o se fracasa, se respeta o se es condenado.
Esto es, la gente no piensa junta para llegar a determinadas
conclusiones sino que piensa junta para obtener el valor de la conexión y de la
confrontación de ideas. Enseñar es conectar personas con oportunidades,
experiencias con conocimientos, es ayudar a que se establezcan una o más
conexiones, conectar experiencias, conectar para que otros aprendan a
conectarse, conectar personas con contenido.
Efectivamente, la realidad es sustituible siempre y cuando se tenga
clara la nueva realidad. Para ello es menester el diseño colectivo de un
proyecto que pasa por una inteligencia colectiva o conectiva, en cualquier caso
organizada.
Las fallas “democráticas”
La primera queja para explicar el desencanto con la democracia es la de
su supuesta ineficacia. Las promesas no se cumplen y los ideales se olvidan.
Por supuesto que eso depende de los actores, más entretenidos en conservar el
poder y sus beneficios que en la atención a una obra de gobierno.
Sin embargo, ello no es suficiente explicación. Podemos remitirnos al
mecanismo con que esos gobernantes son electos. Un cúmulo de factores afectan a
las elecciones, desde la intervención tecnológica que manipula mayorías
inclusive en países lejanos, hasta su conversión en el deterioro
representativo.
Las elecciones están en crisis. Un ciudadano un voto, explicitaba una
igualdad que legitimaba las instituciones. Manipulaciones del voto ha habido
siempre, magnificadas por la tecnología actual donde a esos votantes se les
plena de información manipulada, caso Brexit, o se distinguen sectores mediante
el uso inmoral de una información disponible en los grandes servidores. De esta
manera, el instrumento democrático por excelencia ha sido viciado, alterando
las bases de la democracia conocida, como lo son una representación de la
voluntad colectiva y, por ende, la destrucción de los mecanismos de control de
esos representantes, tales como referéndum revocatorio, control de gastos, la
selección misma de los candidatos postulados. El concepto mismo de mayoría ha
sido ficcionado.
Los programas de gobierno que los aspirantes al poder enarbolaban como
el desiderátum de su acción oficial ha perdido sentido. Los llamados electores
saben que son papel muerto. Los reclamos por su incumplimiento presiden buena
parte del debate público. Las élites políticas se han hecho escurridizas y los
partidos, otrora la manera de organizar tendencias y creencias, se han
convertido en partidocracias, avalando involuntariamente el crecer del
populismo que hace de “pueblo” un concepto abstracto que se especializa en
rechazar hasta que el ungido líder populista toma el poder y hace inauditable
toda expresión democrática. De esta manera la desconfianza es lo primero que
surge cuando se habla de elecciones para solucionar los conflictos propios de
toda sociedad.
Los problemas son graves y muchos. Llega a hablarse de democracia
poselectoral, lo que de ninguna manera significa dejar de lado las elecciones
sino devolverle algunas de sus esencialidades. En nuestra tesis sobre
Democracia del siglo XXI hemos insistido en que no debemos permitir se nos
reduzca a electores, que debemos ser ciudadanos en ejercicio.
Para ello es necesario multiplicar la expresión, hacer inviable la
unicidad de los organismos monopolizadores de la voluntad general o parcial,
renovar antiguos conceptos como que la soberanía radica en el pueblo para
llegar a la multiplicidad compleja de ciudadanos empoderados con real ejercicio
de control. O se está en la vida pública ejerciéndola o los monopolios seguirán
traduciéndose en regímenes populistas y autoritarios. He dicho muchas veces que
no se trata de una especie de conversión súbita de las colectividades, sino de
un proceso que conlleva a una acción
sobre sí mismas que permita reponer la realidad ocultada muchas veces por los
actores políticos a una realidad transformable constantemente, una mostrable
con insistencia, una que supere la mera búsqueda de culpables por el encuentro
de una solidaridad interior traducida en acción política constante, una sin
dueños, una enmarcada en un nuevo concepto de poder, uno de todos los
ciudadanos que protegen sus derechos.
Frente a este desafío abundan ahora las democracias-autoritarias, los
falsos liberalismos-mandones y los populismos teñidos de mesianismo. La
democracia no es sólo votar, a eso pretenden reducirla los tipos de régimen
mencionado, la democracia es un constante ejercicio que en él van encontrando
las maneras de control efectivo que jamás pueden reducirse a “en las próximas
elecciones paso factura”. Han reducido la legitimidad al hecho de votar, aunque
se mantenga el concepto de legitimidad de ejercicio como uno inacabado. En
verdad pocos escuchan, haciendo de la democracia una mera autorización para
gobernar y no como un mandato.
Es necesario reformular la democracia, intento que hemos realizado con
nuestro esfuerzo por plantear una Democracia del siglo XXI y que hemos
reflejado en varios textos (por ejemplo, en Incisiones para una democracia del
siglo XXI (http://es.scribd.com/doc/12886695/Incisiones-Para-Una-Democracia-Del-Siglo-XXI).
Las patologías que señalamos aquí son consecuencia de un apego interesado y
manipulador de concepciones clásicas. Es menester concederles a los ciudadanos
otros derechos hasta ahora no considerados fundamentales, como el de la
transparencia en el ejercicio público, la consulta popular deslastrada de las
manipulaciones tecnológicas de hoy y su denuncia oportuna. Como lo es la
redefinición del poder, tomado como un intercambio entre ciudadanía y unos
momentáneamente elegidos. Seguramente en los conceptos emitidos por Jacques
Maritain y Hannah Arendt, más como autoridad que como poder o, si se prefiere,
poder es la capacidad para actuar concertadamente y debe formar parte como
sentido esencial de toda comunidad. Es indispensable que tal ejercicio se haga
bajo reconocimiento de aquellos que deben obedecer, esto es, el consentimiento
de los gobernados.
La democracia no puede basarse en un secuestro de los intereses
colectivos. La relación tiene que ser de principios y de confianza. En otras
palabras, no puede haber democracia intermitente ni considerar el desiderátum
la participación en elecciones. La democracia debe ser permanente y con esa
permanencia se construye una historia común.
Aproximación al cansancio
Hago memoria: Nadie previó que la apacible ciudad de Seattle (1999) iba
a saber de gases lacrimógenos y de cargas de la policía. La reunión de
ministros de países miembros del FMI se iba a desarrollar en los habituales
desacuerdos. Después fue Washington sacudida por una protesta masiva. Luego los
enfrentamientos ocurrieron un Primero de Mayo en Londres y en las calles de
Hannover, amén de otras ciudades europeas. En Bruselas, en medio de la pasión
de la Eurocopa de fútbol, vimos manifestaciones del mismo tenor.
Las protestas que sacudieron las calles del primer mundo eran contra el
capitalismo. El divorcio total entre juventud y política ha sido uno de los
fenómenos más interesantes del último medio siglo. Después del mayo francés y
los excelsos años 60 la juventud se dedicó al abandono hippie, a vincularse con
sectas de dudosa factura, a deleitarse con algunas enseñanzas orientales, al
exhibicionismo yuppie, a la indiferencia. Abotagada por il benessere y los
estupefacientes la juventud había renunciado a cualquier rol protagónico.
Súbitamente redescubrió el valor de las luchas sociales, las llamadas “causas
justas” y volvió a las calles redescubierto un motivo de protesta después del
largo sueño.
Los incendios en las calles del primer mundo eran para exigir la
condonación de la deuda de los pobres del tercero, para condenar las prácticas
del FMI y del Banco Mundial, para decirnos que el capitalismo era aborrecible.
Tampoco eran rudos veteranos molidos por la maquinaria capitalista los que
salieron a las calles de París en el famoso mayo. Eran jóvenes cansados. Estaba
abonado el terreno para la entrada triunfal de una “causa justa”. Los jóvenes
de los años 60 estaban cansados. Las viejas costumbres y la vieja moral eran
una carga demasiado pesada. Querían sexo libre, entregarse a una vida
placentera fuera de los viejos cánones familiares que imponían limitaciones.
La protesta no es ya como en mayo, exigiendo la vuelta de la
inteligencia. Lo que ahora se quiere es un antídoto contra el cansancio. La
serialización es aburrida, cuando no existe horizonte la vista y la paciencia
se agotan. Mientras, la tecnología nos da computadores cuánticos y la
inteligencia que llega es artificial.
2019: año de calle
El 2019 fue uno de los más activos en cuanto a manifestaciones y
protestas de calle. Quizás las más notorias fueron las de Hong Kong, pero
también en Líbano, Irak e Irán, como en América Latina. En Haití, con más de la
mitad de la población por debajo del umbral de pobreza, se pidió el cese de la
corrupción y la dimisión del presidente. En Argelia, el cansancio con una falsa
democracia de escenografía.
Múltiples causas hicieron de 2019 un año agitado. A la hora de los
balances son los sudaneses quienes consiguieron su objetivo de echar del poder
a Al Bashir. En Oriente Próximo destacan la lucha contra la corrupción, el
desempleo o la ineptitud de los gobiernos. En América Latina, amén de Haití,
hubo protestas en Chile, Bolivia y Ecuador, o por un simple aumento del Metro o
por la suspensión del subsidio a la gasolina o por un fraude electoral.
Algunos tratan de verlo todo como una agitación conspirativa de
izquierda, lo que no obvia admitir que pueden siempre tratar de aprovecharse de
un malestar, pero este debía existir para cualquier aprovechamiento con fines
de apoderamiento del poder.
Lo cierto es que cada vez existen más gobiernos ciegos a lo que ronda
debajo. Hay desigualdades profundas y una miseria no ocultable, pero también
causas genéricas como el desaceleramiento de la economía mundial y la ayuda de
la tecnología digital. El cuadro político muestra el conocido populismo, la
proclama de los nacionalismos y la exaltación del hombre fuerte. El escenario
mundial muestra quiebres de lo establecido, lo que si bien no determina las protestas
nacionales, contribuye al clima general.
Agreguemos la mirada filosófica sobre el estado del hombre. El que
mejor lo ha hecho es Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio. El filósofo
surcoreano-alemán, prologuista de El Prometeo cansado de Kafka, nos habla del
hombre como un un sujeto de rendimiento, uno que se autoexplota, uno con un
aparato psíquico que se violenta a sí mismo en guerra consigo mismo. La
violencia de las nuevas sociedades se basa en la autoexplotación del sujeto, lo
que lo hace creer libre, sustituyendo lo de la explotación de unos sobre otros
por una explotación de sí mismo.
Es lo que agregan los filósofos, mientras el mundo se acerca a un
quiebre.
Bibliografía del No
Por qué los grupos sociales se comportan como se comportan es la
pregunta fundamental de la teoría de la acción colectiva. No se trata de
preguntarse de lo que no-ocurre sino de lo que ocurre, a propósito de lo que en
Venezuela le repiten a uno en cada esquina: “esto no se aguanta, no sabemos
porque no estalla”.
En verdad, la sociología de la acción colectiva se ha paseado
extensamente sobre la problemática de por qué los individuos deciden actuar
colectivamente, como hacen para coordinarse, cuáles deben ser las condiciones
del entorno y cuales las consecuencias.
Podemos ir desde el enfoque “materialista culturista” sobre
movilización u oportunidad (Tilly o Kriesi), hasta “la sociedad programada”
(Touraine, o Melucci), desde “la teoría de la acción racional o Teoría de
Juegos “(Olson o Coleman) hasta el “pragmatismo, Chat, feminismo, teoría
homosexual, enfoques cultural-estratégicos o emocionales”( Jasper o Polletta)
denominándolas de “movilización de recursos” o de “los agravios repentinamente
impuestos” (Ed Walsh) o de reducciones a “estructuras de oportunidad, de movilización
y marcos de alienación” (Zald) o las batallas entre quienes negaban al proceso
político como un paradigma o quienes afirmaban era un paradigma cabal, a Jeff
Goodwin observando el papel de las oportunidades políticas en el surgimiento de
movimientos culturales, políticos y revolucionarios
Como puede apreciarse, dar una respuesta a la pregunta básica es un
tema de alta complejidad. Jasper pide dejar de ver a la sociedad como matriz
del comportamiento colectivo, para pasar a considerar la sociedad como un lugar
de combinación y conflicto entre acción estratégica e identidad. Esto es, la
acción deja de residir en un actor colectivo procurando dirigir la
“historicidad” sino, más bien, en los
esfuerzos de la gente común (el “sujeto” de Touraine) o la tesis de Mancur
Olson (“La lógica de la acción colectiva”) donde se pregunta si los actores
participan sólo si ganan personalmente algo que no obtendrían por no
participar. O la tesis de la “pragmática racional” (Mustafá Emirtbayer) que
rechaza que las entidades interactuantes permanezcan estables a través de las
interacciones.
Un rompecabezas teórico para las agitadas preguntas.
Poshumanismo
Hemos hablado de un cambio de paradigmas que constituye, cierto es, una
exigencia de cambio en las disposiciones subjetivas capaces de alterar el
vector político. Ello se refiere a que la descreencia se transforme en la
convicción de crear realidad desde el pensamiento y desde un ejercicio
colectivo de la inteligencia.
No hay una conciencia político-filosófica de la posmodernidad. Hasta el
último momento del siglo XX vivimos la obviedad de la crisis del
constitucionalismo, del estado-nación y del pensamiento político clásico, sin
que se produjese una multiplicad de miradas a los eventuales nuevos órdenes que
por fuerza surgirían. Algunos llegan a plantear si los hombres sólo pasarán a
ser un material necesario a una construcción tecnopolítica. Un antihumanismo
creciente podría inducir en ese sentido.
Hemos tenido grandes avances en la informática, la tecnología espacial
o la biología y en una creciente demanda a favor de los derechos de las
minorías. Desciframiento del mapa genético, celulares con 3G, GPS y WiFi o la
manipulación de embriones, pero la política ha planteado retos que no han sido
abordados con pensamiento complejo capaz de trazar coordenadas en este momento
de la historia y de la cultura universal. Ha faltado, diría, la razón poética,
esto es, la posibilidad de soñar las nuevas formas de organización comunitaria
del hombre desde la luz de la conciencia hasta la creación de un cuerpo
especular, lo que se llamaría la función imaginante.
La proclamación de la victoria de la técnica, la falta de sentido como
nuevo sentido y la prevalencia del pensamiento débil debe ser contrarrestada
con el fuerte resurgir del pensamiento. Es una caída vertical que venimos
sufriendo desde más allá de esta década que termina en zona oscura. Si el
ciudadano de este siglo deja de padecer como víctima y se decide a realizar las
nuevas formas son bastantes probables los nuevos surgimientos, en especial en
la política y en las ideas que deben envolverla.
La disutopía en que estamos envueltos abre las espitas para el
pensamiento y las nuevas prácticas sociales. Hay que convencerse de que el
pasado ha perdido su función, a no ser el propio de un muestrario de los
caminos que nos condujeron hasta la situación presente.
El nuevo orden mundial
De nuevo orden mundial se ha hablado desde siempre. En la historia
moderna recordamos la expresión está en los catorce puntos del presidente
Woodrow Wilson al final de la Primera Gran Guerra. Se popularizó de nuevo con
el final de la Guerra Fría. Bush y Gorbachov la usaron a placer. En el presente
ha vuelto con el Brexit, la presidencia de Trump, el retorno de la influencia
rusa, el terrorismo y el calentamiento global.
La velocidad introducida por Internet hace especialmente arriesgado
aventurarse en un siglo en el cual termina apenas la segunda década. Apenas
podremos hablar de este año redondo 2020, de los elementos que presenta y de
los síntomas que anuncia.
Una cosa es evidente, el orden establecido presenta resquebrajaduras.
Miremos lo actual, el creciente enfrentamiento entre Estados Unidos e Irán en
pleno desarrollo y cuyas consecuencias alteradoras del Oriente Medio están por
verse. Es obvio que un orden mundial siempre existe, aunque sea el orden del
desorden. La presente lucha por el poder y las zonas de influencia anulan lo
que podríamos denominar una predictibilidad asertiva. Podría argumentarse, en
contrario, que siempre ha sido así y es verdad, pero lo evidente es que se está
rompiendo lo que podríamos denominar el
“arreglo” sobre los roles a jugar y sobre los principios a regir entre los
actores del escenario mundial. Sólo, entonces, podemos partir de la aseveración
de que un “orden”, o un mundo, se está deshilachando y otro se asoma indeciso e
indeterminado. Cuando un mundo se cae y el sustituto no termina de aparecer
suele usarse la palabra crisis como definitoria. Hoy no son sólo los Estados
los que juegan, sino una multiplicidad de actores no estatales, muchos de los
cuales económicos. Estamos asistiendo a este proceso sin que se haya producido
el fin de una conflagración mundial, más bien a las guerras internas, a las
milicias afines, al terrorismo religioso, a la desaparición de un mundo bipolar
no transformado en multipolar, a la inexistencia de uno unipolar, con el
muestreo de un renacimiento ruso y de una creciente influencia china y a una
disgregación notable en Oriente Medio, convertido este en el más peligroso
lugar de los juegos de los actores en busca de zonas bajo influencia o control.
Fue Huntington en señalar que lo que había emergido era un sistema
uni-multipolar, con una potencia que podía hacer lo que le viniera en ganas y
otras menores clamando por lo contrario. Lo de Estados Unidos es relativo, con
un presidente como Donald Trump que negocia con Corea del Norte, con los
talibanes afganos y que al tiempo denuncia tratados internacionales, se aísla y
no deja de cometer hechos como el asesinato de un alto funcionario de un país
en el territorio de otro soltando las alarmas sobre la evolución de los
acontecimientos en la zona más peligrosamente conflictiva del mundo.
Contra la globalización ahora se alzan los nacionalismos. Contra el
declive del Estado-nación aparece el populismo reclamando “patria”. Contra la
unidad de Europa los británicos se enredan con su necio Brexit. Contra la lucha
que intenta preservar la salud climática del planeta se producen retiros de los
tratados vigentes y los fracasos en las cumbres convocadas a tales efectos.
Estados Unidos se queja y se lamenta de su porcentaje de gastos en la OTAN,
pero muestra contradicciones en cuanto a su presencia militar y a la realidad
de sus acciones bélicas. La Rusia de Putin trata de rescatar su influencia y
China sigue su camino con cuidado, ganando influencia a punta de inversiones.
La economía se alza como nunca entre los factores de perturbación y en los
realineamientos estratégicos. En realidad sería más apropiado hablar de un
mundo no-polar.
Pareciera que nos encaminamos hacia la presencia de un grupo de Estados
que arreglándose entre ellos permitan un cierto orden. Aún tenemos esperanzas
en el avance de conformaciones supranacionales como la Unión Europea, a pesar
de su estancamiento. Aquí es preciso nombrar el ascenso de potencias en Asia,
uno al cual se había sumado el gobierno de Obama firmando el Acuerdo
Transpacífico, pero del cual también se retiró Trump. Ahora es China es el
líder. Siempre señalamos que en el siglo XX los conflictos condujeron a las dos
Grandes Guerras, uno que ahora parece suicida con el perfeccionamiento de armas
de destrucción masiva, hasta el punto que Putin, en plena Navidad de 2019,
anuncio el despliegue de su misilística invisible. De manera que no parece tengamos
una repetición de un orden mundial surgido al fin de una conflagración, aunque
los conflictos localizados extenderán o acortarán el poder.
¿Carrera armamentista? Irán ha dicho, como respuesta a la muerte de
Soleimani, que entrará en la cuarta fase
de su reducción del acuerdo nuclear de 2015 en su planta de Fordo de
enriquecimiento de uranio con 1.044 centrifugadoras. Rusia,en plena Navidad
2019, anunció el despliegue del “invencible” sistema de misiles hipersónicos
Avangard. El crecimiento de la población mundial es un hecho, calculándose que
el 66% vivirá en megaurbes. Se pone en duda la capacidad de crecimiento
económico y de la oferta de empleo, lo que ha llevado a los economistas al uso
de la expresión “estancamiento secular”. Paradójicamente el avance tecnológico
podría estar determinando nuevas desigualdades sociales. En el campo político
la ineficiencia y la corrupción seguirán produciendo sacudidas violentas. El
autoritarismo por encima del Derecho se remarca a cada instante. . Los jóvenes parecen
marcados por la ira y la frustración. Hay una fragmentación del poder que
contribuye a las interrogantes sin respuestas.
Imposible la realización de retratos del futuro inmediato. Sólo podemos
agregar que los desafíos ameritan respuestas y que esta ocasión ellas deberán
ser de iniciativas, de acciones y de decisiones urgentes, constructivas, aún en
medio del desorden global.
El clima interior del hombre
Quizás lo primero que no hace el hombre de hoy es preguntarse. Se ha
hecho más apariencia que ser. Está, sí, pendiente de sus necesidades, de cómo
conseguir más de manera más fácil, mientras se hunde en el vacío psíquico.
Pelea por lo que cree sus derechos y se alza exigiendo protección, pero se hace
sujeto de la inmediatez. El futuro lo deja pendiente, siendo ello una de las
causas de la crisis presente.
El vacío psíquico se llena con un falso bienestar, uno de alivio
momentáneo sujeto a la exigencia pragmática. Eso hace también de este tiempo
uno de transiciones, uno donde prevalece la “comunicación” tecnológica y la
superficialidad de los intercambios. Se cree actuar, pero ello está desprovisto
de pensar, en un cuadro donde surgen los dogmáticos y los “propietarios de la
verdad”. Una sociedad así constituida o no puede cambiar o si lo intenta será
por vías traumáticas. La abrumadora información paradójicamente conduce a la
incultura, pues el hombre piensa que no necesita del otro sino para fines
utilitaristas
Aun así está inconforme. En el fondo carece de poder, uno que se
disputan otros, unos potentados de instrumentos tecnológicos dueños de la
privacidad de todos y que no tienen escrúpulos para venderlos para diversos
fines, tal como manipular unas elecciones o una decisión referencial. De esta
manera la pasividad psíquica, desprovista de principios, se va convirtiendo en
una violencia destructiva. El hombre es más de lo que hoy es. En buena medida
hoy es un vagabundo sin ideas que hace alarde de su descreimiento como muestra
falsificada de su supuesta comprensión de los entornos.
Podría hablarse de “pensamiento líquido” para caracterizar este mundo
donde los planteamientos más comunes giran desde aquellos en torno a la
sexualidad, hasta la condena a los sistemas políticos de libertad, no para
cambiarlos sino para destruirlos, con la consecuente crisis de la democracia a
la cual se le opone el autoritarismo populista.
De esta deriva sólo pueden surgir metamorfosis impensadas y
repeticiones históricas. El hombre de este tiempo, inmóvil en su interior
aunque a ratos se muestre activo en el exterior, ya no parece querer la guía
del pensamiento, sino la respuesta tajante de un taumaturgo con poder.
Los jóvenes cansados
Byung-Chul Han, el surcoreano en la cumbre de la filosofía alemana,
sostiene que en realidad el hombre que se cree libre está encadenado como
Prometeo, se explota a sí mismo y
permanece encadenado: la llamada libertad actual no es más que la reproducción
del cansancio. "En realidad, lo que enferma no es el exceso de
responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo
mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna", asegura.
En realidad las palabras aburrimiento y cansancio surgen por doquier a
la hora de mirar al hombre, especialmente a los jóvenes. Quizás sea necesario
recordar que quien se aburre se sabe vacío. Hay contradicciones, inclusive, en
su comportamiento político, pues no parece afectarlos el acontecer, pero si la
causa asoma sale a destruir sin miramiento, asumiendo la estructura del
exterior como causante de su malestar.
Lo que aburre es también una sobresaturación, sobre todo tecnológica
Esto es, tienen un exceso de abundancia. Como bien se ha dicho es la saciedad
la que crea la inapetencia. Las contradicciones en el comportamiento político
de los jóvenes muchas veces son explicados por lo que se ha dado en denominar
“la rabia en el agotamiento”, una que no lleva al atentado contra sí mismo sino
contra el exterior donde está colocado preferencialmente el sistema político al
cual atribuyen la causa de sus propios aburrimiento y cansancio.
En el 2010 me ocupaba de los hikikomori, padecimiento de los jóvenes
japoneses encerrados en sus casas o dormitorios por largos períodos. Me parecía
una circunstancia no derivada exactamente de su propia cultura, tal vez una
situación extensible.
Los hikikomori rechazan la competencia, a veces se ponen violentos,
asumen la abulia y el hastío. Este fenómeno salió de los marcos de su primera
manifestación para extenderse con variantes. Hay ahora una mescla de
pasividad-agresividad contra una sociedad que consideran injusta, paradójica y
absurda. Los sucesos son vistos como “hechos sin sentido”.
Los límites entre realidad real y realidad virtual han llegado a
disolverse. Los jóvenes se enfrentan a producir una sintaxis que les es más que
esquiva. El discurso pasa a ser la ausencia de discurso. La referencia a lo
real un efecto de realidad.
La casa inhóspita
Comenzamos a ver el mundo como una casa global, como un “seno”, pero,
al mismo tiempo, este “seno” que reproduce al materno se nos convierte en un
lugar inhóspito. La globalización es un extraordinario salto a la visión de
humanidad como patria, pero, como humanos, no faltamos a las crisis.
Innumerables, desde la ecológica, pasando por las injusticias de la
distribución de la riqueza, hasta ésta, una brutal, sin duda.
Casi vemos la casa común en el momento en que comienza a destruirse,
otra paradoja de lo humano. Ciertamente no estamos para manifestaciones
religiosas apocalípticas. Estamos, sí, para dar resolución, para usar un
término de imagen, a la casa. Muchos han definido al hombre como un animal que
se muda. Pues nos estamos mudando y la mudanza es inevitable. La nueva casa
hacia donde deberemos marchar es la global, una de todos. Deberemos encontrar y
desarrollar una inteligencia multirracional.
Esta casa es finita, no hay duda, pero de ello debemos sacar
conclusiones. Esta casa no podrá funcionar basada exclusivamente en la
economía, como no podría basada solamente en una especulación metafísica.
Estamos metidos en una carga de comunicación absoluta. Ya lo dije, cuando no
veíamos muy lejos el mundo era fácil de comprender. Sobre este mundo hay que lanzar
un cable universal e ininterrumpido de mediación que impida verlo todo o con
los ojos de la desesperación o como mercancía. No trato de trazar una
perspectiva piadosa. Estoy plenamente consciente de lo que ahora también
podríamos llamar realpolitik. No obstante, déjenme decir, que no considero
piadoso el reclamo de una escala humana, puesto que la aceleración que algunos
atribuyen al efecto massmediático y que otros consideramos aprisionamiento
contra la poltrona, el hombre puede manejarlo. Los filósofos del posmodernismo
se han encarnizado contra el humanismo en medio de una confusión que no me
atañe. Lo que sé es que tenemos casa para el mundo, pero no tenemos mundo, a no
ser uno cansado bajo una apariencia de dicha.
Ahora no es un discurso político el que rompe las costras mentales, es
una pandemia A falta de productores de
pensamiento tenemos científicos contradiciéndose a diario. El realismo brota
ahora de un virus, no de la inteligencia humana.
El paciente melancólico
Somos pacientes de una agencia de manipulación. Lo que prevalece es el
decorado. Hemos pasado a ser un espacio cerrado que no permite la circulación
del aire, la entrada de aire renovador; en verdad hemos llegado a un punto
donde no tenemos exterior, lo que tenemos sobre esta campana son ventanas
pintadas con escenas de exterior. Todo lo damos por supuesto, lo que implica
una tarea descomunal que no es otra que la de reinventar lo supuesto.
Los ciudadanos miramos los dibujos y no nos hemos dado cuenta que son
dibujos, que esto no es más que una
campana. La normalidad no es otra cosa que el envenenamiento progresivo con el
aire contaminado que se presenta como no renovable. Lo supuesto se ha
establecido con todo su peso y los organismos que somos nos movemos en una
cámara lenta impuesta por el estupor del aire contaminado. Carecemos de la
capacidad de reinventar lo supuesto y, en consecuencia, languidecemos en la
falta de imaginación, en la ausencia de pensamiento, en la imposibilidad de un
esfuerzo por perforar la burbuja en procura de aire fresco, en la incapacidad
aplastante de negarnos a dar por ciertos los dibujos simuladores de lo real
exterior.
Lo que se requiere es una demostración de que el aire se puede sanear
so pena de encerrarnos cada uno en una campana más pequeña dentro de la campana
grande a conservar los últimos restos del necesario oxígeno para sobrevivir.
Hay que soplar desde la apatía y el silencio para hacerle saber a la campana de
plástico que su resistencia no es inviolable. La explicación rompe lo implícito,
recupera para el análisis lo que se ha dado por supuesto, bombea la revelación
de lo que nos hace falta para liberarnos es una bocanada de aire fresco y
sustitutivo.
Ya no logramos imaginar. Atontados como andamos por la falta de
oxígeno, por el envenenamiento del aire caemos en la rutina del horror, de uno
permanente, para mantenernos melancólicos a la espera de la nada. Explicar
significa hacer entender al paciente melancólico la causa de su melancolía,
hacerle entender que se hipnotiza con el aire viciado, que es necesario hacer
brotar la creatividad desde los restos de energía y que es necesario
reinventar, redescubrir, reformular, dejar de ser pacientes melancólicos.
Aburrimiento hoy
El cansancio que lleva al mayo francés tiene dos escritores
emblemáticos que marcan el tiempo de la posguerra. Son Bertolt Brecht y Jean
Paul Sartre.
Brecht había tomado del expresionismo un marcado acento contra los
valores burgueses y asumido un lenguaje desmitificador en donde no faltaba la
proclama de una “humanidad buena”, pero también una desmitificación lúcida de
los mecanismos en cual se apoyaba el sistema a combatir. Su visión del arte es
antiromántica, una escogencia ética y moral. Ante la Europa que se cansa,
Brecht aparece como el artífice de un planteamiento con vastas implicaciones
históricas, políticas y sociales.
El otro polo que solivianta a los cansados es Sartre. Él mismo es un
“cansado”, un extraño. Las luchas que desarrolla van desde la guerra en
Indochina hasta la política francesa en Argelia. Convierte en sus textos lo
absurdo y el divorcio con lo burgués en una experiencia psicológica que cala
profundamente en la juventud europea. Sartre concientiza sobre una sensación de
inutilidad, de falta de significado, hasta el punto de que en medio de las
revueltas de París se le señala como el líder intelectual. Estaba abonado el
camino para la rebelión contra el cansancio. La utopía estaba viva, las “causas
justas” sobraban, había que cambiar la sociedad. Se exigía una nueva cultura.
La desesperación de Cioran no prende en el alma, porque es única y
personal, sin propósitos de contagio. La ruptura de la bipolaridad ideológica y
el abandono de la utopía social, producen una homogenización del mensaje con la
ayuda de la tecnología. La anterior rebelión contra el cansancio tenía abiertos
grandes objetivos. La actual rebelión contra el aburrimiento no busca otra cosa
que destruir al propio aburrimiento. Se protesta contra el comportamiento
contra terceros, no contra el comportamiento en la propia casa. Nadie quiere
liberarse del bienestar, nadie objeta, en ese primer mundo de juventud
“contestataria”, el consumo desenfrenado y los medios de placer, pero se
aburren, se aburren desesperadamente.
No es que Brecht y Sartre estén reviviendo estos días. Se le recuerda
por las proximidades entre cansancio y aburrimiento. En realidad ya gozan de la
historia de la cultura, es decir, de la falta de vigencia.
Hacia la ausencia
La primera expresión se encuentra
en el Manifiesto Futurista donde Marinetti aseguraba el comienzo del hombre de
raíces amputadas. Lo hacía por la identificación con el motor. Pensemos en el
hombre del solipsismo digital como uno de sentidos apuntados.
Francis Crick, uno de los descubridores del ADN, aseguraba que el Yo
era una combinación de azúcar y carbono. Hasta la inmovilidad a la que el
hombre está siendo sometido es ahora intervenida. Al haberse reducido a sí
mismo es en “sí mismo” donde se amputan los sentidos. Podemos arribar al
injerto de una conciencia preprogramada, al igual que ya se habla de colocar en
un anciano o en una víctima de alzheimer una memoria nueva. Los avances
científicos podrán ayudar a mucha gente, pero hay una orgásmica carrera que
podríamos denominar como la libido sciendi, como una cópula libidinosa de la
ciencia.
El hombre se ha hecho objeto de intervención, se pueden manipular sus
componentes íntimos y sustituir los sentidos amputados con otros. El cuerpo,
último campo, va a ser sobrexcitado para adaptarlo, aún inmóvil frente a la
pantalla, a la velocidad de la luz de la información. Equivale a la
desaparición del humano para ser sustituido con un ser preprogramado,
permanentemente sobrexcitado y plenamente compenetrado con las ondas
electromagnéticas. El planteamiento ahora es que el cuerpo no hará falta. Al
fin y al cabo la nanotecnología permitirá la sustitución de órganos y el hombre
de la conciencia amputada será acelerado al igual que un motor, La
identificación de Marinetti entre hombre y máquina se habrá hecho realidad.
Que el mundo se convierta en una página web y los hombres en elementos
de una red mediática podría presentarse como la escogencia sin límites. Sin
embargo, el proceso nos llevará a no sentir y los sentidos serán amputados por
exceso. En lo que hasta ahora sigue siendo el exterior podemos encontrar
cansancio, por exceso de historia y por conocimiento demasiado cercano de la
repetición. La simulación con que se alimentará a los sentidos habrá conducido
a una especie de industrialización del olvido. Bajo estas condiciones el hombre
será uno que no querrá se le moleste. El paso de la naturaleza a la cultura
será ahora un paso de la cultura a la ausencia.
Lo no calculable
Vivimos en situaciones de cambio: la crisis del Estado-nación, los
peligros localistas y los peligros de la globalización, el planteamiento de la
cultura como un estorbo, la uniformidad que amenaza con la muerte a sociedades
enteras y que, en muchas ocasiones, trata de imponerse como símbolo de
modernidad y progreso o la aparición de enfermedades que rompen las mentiras de
un estado de bienestar invulnerable. La vida humana es un continuo desafío. La
respuesta esencial es romper los sentidos injertados, empujar hacia lo no
condicionado, romper los límites impuestos y autoimpuestos y tratar, cada día,
de empujar la imaginación humana.
El “achatamiento” del hombre hacia la dicha del objeto y de su posesión
ha llevado a la degradación de la cultura a régimen de industria. Al fin y al
cabo, el mensaje cotidiano que se nos transmite es el del mundo como
espectáculo y el de la vida ejercida como la aceptación de la falta de dicha y
su compensación en la pantalla tecnológica. La falsa tesis de la escogencia
ilimitada contrasta con las estructuras de pobreza y miseria que acogotan a un
porcentaje aplastante de la población mundial.
Las viejas ideologías totalizantes se derrumbaron. Las premisas de un
espíritu religioso dominando el siglo XXI resultaron falsas. La triunfante
“literatura” de la auto-ayuda procura dar lecciones para el éxito dentro del
sistema injertado. En el plano político el hombre espera respuestas totales sin
darse cuenta que ellas no existen, o son tan simples que no logra verlas. La
primera de todas es que el hombre debe renunciar a la sociedad perfecta que las
ideologías le ofrecieron y admitir que tal cosa no es posible. La segunda, que
el sistema político llamado democracia sólo es perfectible en su continuo
ejercicio y riesgo y que es susceptible de viejas y de nuevas enfermedades. La
uniformidad debe ser combatida y ello pasa por la ampliación de la razón hacia
eso que los filósofos llaman “lo no calculable” o “lo no condicionado”.
Temas estos de primavera ausente, cuando un virus resquebraja la
organización del mundo, rompe unidades políticas, hace brotar espasmos de
totalitarismo apenas escondido, más las subversivas fotos de la NASA mostrando
un planeta limpio gracias a la cuarentena
Los hombres asustados
El animal preferido de Nietzsche era la serpiente, pero no por la
abundante carga de simbología que este animal ha arrastrado desde siempre.
Razones bien distintas prevalecían en la mente del filósofo: en primer lugar,
porque la serpiente se arrastraba y en consecuencia conocía lo que la tierra
quería y, en segundo lugar, porque carecía de miembros derivados, no tenía
brazos ni piernas, alas o aletas. No es difícil deducir que para Nietzsche el
desarrollo de un sentido era un retiro que se hacía a la totalidad. Siguiendo
con este proceso deductivo podemos encontrar las “identidades débiles” que
señalaba Italo Calvino. Al hombre se le han ido extrayendo “sentidos” hasta
convertirlo en una debilidad. Frente a la perplejidad de lo instantáneo, y de
los desafíos presentes, podemos avizorar un estadio cercano a la estupefacción
encarnada en alguien con un micrófono y una masa paralítica envuelta en un
himen repleto de deporte, música banal e información que no es tal.
No podemos escapar aunque apaguemos la pantalla o nos refugiemos en una
cueva o hagamos cuarentena. Los desiertos ya no existen como espacio de fuga,
entre otras cosas, porque no hay manera de fugarse. Somos, ahora, perfectos
engranajes de la gran máquina universal,
o de lo que en otra parte he citado como gran condón universal. Qué los dioses
se callaron es algo que ha sido recordado muchas veces. Ahora hablan las
pantallas y el poder manipulador que se oculta detrás de ellas. Jacques Derrida
describe un “fetichismo toxicómano”.
La metáfora de los “sentidos derivados” es buena para resaltar la
ruptura de la unidad del hombre y para plasmar como el mundo-dios se desvela para ofrecerse como totalidad. No
deja de ser paradójico, por lo demás, que Nietzsche haya encontrado en la
serpiente (un animal de pequeño cerebro y de los menos inteligentes que
existen), el emblema para hacer su planteamiento. Sin embargo, para Nietszche
la brutalidad consistía, entre otras cosas, en dudar de lo que la tierra
quiere. Por supuesto que Nietzsche no estaba en tiempo de saber que llegaría el
momento en que los “sentidos” nos serían injertados. Bastante le bastaba con
proclamar al “superhombre”. A nosotros nos basta recordarlo cuando los hombres
andan asustados.
La casa global
Comenzamos a ver el mundo como una casa global, como un “seno”, pero,
al mismo tiempo, este “seno” que reproduce al materno se nos convierte en un
lugar inhóspito. La globalización es un extraordinario salto a la visión de
humanidad como patria, pero, como humanos, no faltamos a las crisis. Casi vemos
la casa común en el momento en que comienza a destruirse, otra paradoja de lo
humano. Ciertamente no estamos para manifestaciones religiosas apocalípticas.
Estamos, sí, para dar resolución, para usar un término de imagen, a la casa.
Muchos han definido al hombre como un animal que se muda. Pues nos estamos
mudando y la mudanza es inevitable. La nueva casa hacia donde marchamos es la
global, la de todos. Deberemos encontrar, usar y desarrollar una inteligencia multirracional.
Esta casa es finita, no hay duda, pero de ello debemos sacar
conclusiones. Esta casa no podrá funcionar basada exclusivamente en la
economía, como no podría basada solamente en una especulación metafísica.
Estamos metidos en una carga de comunicación absoluta. Ya lo dije, cuando no
veíamos muy lejos el mundo era fácil de comprender. Sobre este mundo hay que
lanzar un cable universal e ininterrumpido de mediación que impida verlo todo o
con los ojos de la desesperación o como mercancía. No trato de trazar una
perspectiva piadosa. No obstante, déjenme decir, que no considero piadoso el
reclamo de una escala humana. Tenemos casa para el mundo, pero no tenemos
mundo, a no ser uno cansado bajo una apariencia de dicha.
El desafío es mayúsculo: debemos encontrar otra forma de lo que hemos
venido llamando vida. Estamos en las vecindades de un punto final que bien
podríamos convertir en punto de partida. Creo que se nos ha falsificado todo lo
que se puede ser. Quizás el mayúsculo desafío al que me refiero es que la
posmodernidad, con su civilización massmediática, lo que nos está ofreciendo
como mundo es la falta de mundo. Así, quizás, podríamos entender como la
globalización se nos está convirtiendo en causa de desajuste destructor. André
Breton estaría perplejo: el surrealismo se ha convertido en realismo. En esta
mudanza del hombre a la casa nueva estamos confirmando como la estructura
política, y sus variantes económicas, la están obstaculizando.
Formas tribales
Muchos piensan que en lo político estamos ante una manifestación de
anarquía social. En efecto, brotan invectivas contra la jerarquía y un
insistente llamado a la acción de las “bases”, sin que eso implique voluntad
alguna de reestructurar lo político. Esto parece indicar un vuelco hacia sí
mismas, por parte de estas organizaciones sociales que intentan asumirse como
sustitutos de los viejos partidos. Algún comentarista ha agregado una relación
entre lo religioso y lo político, una que vemos en América Latina. La religión
tranquiliza mediante la oferta de una vida después de la muerte; se trata de
una oferta concreta. Los políticos en campaña electoral cambian la confianza de
los electores por una simple promesa.
Frente a la crisis de la democracia han surgido infinidad de
movimientos sociales de base. Se trata, aquí y allá, de un ensayo general de
alternativas a la relación jerárquica. La solución parecen decir, no dependerá
más de la promesa de los políticos, sino que debe ser aquí y ahora. Sólo que,
en la práctica tribal, reaparece, en lugar de desaparecer, el Estado
Providencia.
El asunto de fondo es si esta nueva forma de organización anti-partido
podrá regenerar los tejidos democráticos. Debemos constatar que estos
movimientos son minoritarios por esencia y tan poco atractivos como los
partidos tradicionales. Los teóricos comienzan a llamar “tribus” a estas formas
que la crisis de los partidos ha ocasionado.
Así los llaman, porque pareciera que los individuos que se asocian
quieren, en el fondo, redimirse de la individualidad. Se trata de una especie
de sociabilidad primaria.
Las “ventajas” están en la pérdida de dependencia de la “promesa” y,
teóricamente, del estado dadivoso. Han caído los metarrelatos políticos de
legitimación y los metarrelatos teóricos, es cierto, pero se requiere más que
una crisis de individualismo solapado.
Quizás sea en la Unión Europea donde lo podamos percibir con mayor
precisión, pero el fenómeno tribal está por todas partes, incluidos Estados
Unidos y América Latina. Si uno contabiliza aquí encontrará más de 40 tribus
sin ningún contacto entre sí. Estamos ante un caso de reingeniería social de
alta complejidad que pasa por redefinir lo político, lo que lo tribal no hace.
El imperio cotidiano
La cotidianeidad está imperando sobre lo político. Hay una inercia
explicable en factores diversos, como el acceso de una parte minoritaria de la
población, pero influyente, a bienes de una falsa prosperidad económica.
Los estudios muestran a esa parte de la población en el uso del dólar,
aunque basta con verlo en cualquier negocio. El levantamiento del control de
precios ha permitido importación de bienes y su acceso mediante divisas
provenientes de diferentes fuentes.
No detallemos acuerdos reales o supuestos con factores económicos,
recordemos las cifras de la ONU sobre uno de cada tres venezolanos sin acceso a
alimentos suficientes. Hemos explicado reiteradamente el comportamiento
psico-político de las masas en situaciones como esta, recordando que las
búsquedas de ruptura se ocasionan cuando una prosperidad se ve amenazada, no
cuando la crisis impulsa sólo a la satisfacción de las necesidades básicas.
Hay también un problema de comunicación política y un no entendimiento
de la población en los pasos que dan los factores actuantes en cuanto a la
procura de acuerdos mínimos que deberían resultar plenamente entendibles. En
buena medida se debe a que hay demasiados políticos de segunda que, con sus
declaraciones, enturbian, tratando de mostrar cualquier medida saludable como
una victoria de sus propios intereses y no como una en procura de un bien
común.
El tono del poder es alarmante, pleno de amenazas que ejecuta, una que
no vamos a calificar ni siquiera como miedo, en procura de un efecto
civilizatorio ausente. Baste mirar el cuadro internacional para entender que las presiones se
multiplicarán, pues la situación es insostenible por encima del espejismo de
bodegones, uso del dólar o presencia de alimentos, las más de las veces
inaccesibles para un porcentaje poblacional ya muy alto y en crecimiento.
Puede hablarse de una adaptación que también puede denominarse
resignación y aquí los sustantivos están disponibles, desde impotencia hasta
miedo. No obstante este predominio de lo cotidiano no es permanente, pues el
espejismo se resquebrajará. Hablar de un caso chino con dos sistemas, equivale
a un virus que las condiciones acabarán por domeñar. Hay que internarse en lo
cotidiano para reencontrar lo social.
Pacífico y moneda única
El Acuerdo de Cartagena, Pacto Andino y hoy Comunidad Andina de
Naciones, fue y es un muy especial marco de integración. El 2006, Hugo Chávez
anuncia nuestro retiro de la CAN. El argumento fueron los TLC suscritos por
Perú y Colombia con Estados Unidos, pero aparte del argumento lo que pesó fue
el giro izquierdista de Sudamérica, con un Lula en Brasil y los “K” en
Argentina.
MERCOSUR está estancado, como lo está toda la integración
latinoamericana. El ingreso venezolano fue traumático y forzado, baste recordar
la oposición paraguaya. Las duras críticas de Bolsonaro al nuevo presidente
argentino y la falta de avance, indican problemas a futuro, si no se deja de
entender que los cambios de gobierno no pueden afectar las bases de la
integración.
El regreso de Venezuela a la CAN es un acierto, pues su pertenencia a
MERCOSUR no lo impide para nada. En esos tiempos del retiro sostuvimos que
nuestro papel era el de bisagra entre ambos procesos hasta la convergencia en
uno solo. Por supuesto que en aquellos tiempos teníamos una bonanza económica
por los altos precios del petróleo. No obstante, el anuncio de Guaidó, bajo la
premisa de Duque, es un paso correcto, uno a materializarse al producirse el
cambio político en nuestro país.
Hoy en día, por los naturales movimientos del péndulo y por las
realidades obvias que la crisis venezolana ha provocado, si hay dos países que
pueden reimpulsar la necesaria integración continental, son Colombia y
Venezuela. Al llegarse a la transición venezolana Bogotá y Caracas están
obligadas a acercamientos reales.
En alguna ocasión Santos le propuso a Chávez la construcción de un
ferrocarril binacional que llegase desde nuestro país hasta la costa pacífica
colombiana, a un puerto también binacional. Es lo que he denominado como un
proyecto de alta trascendencia, convertir al nuestro en un país del Pacífico.
Otra propuesta de mis concepciones es la moneda única
colombo-venezolana para eliminar los problemas de la larga frontera y sincerar
lo que, de hecho, es una zona binacional. Falta para ello mucho trecho, uno que
deberá pasar por nuestra recuperación, pero un nuevo gobierno acá deberá
planteárselo y designar las comisiones de estudio, para moneda única y
Venezuela en el Pacífico.
Reformular
la democracia
Reformular la democracia, he dicho muchas
veces, no requiere de una especie de conversión súbita de las colectividades,
sino de un proceso que conlleva a una
acción sobre sí mismas que permita reponer la realidad ocultada muchas veces
por los actores a una transformable constantemente, una mostrable con
insistencia, una que supere la mera búsqueda de culpables por el encuentro de
una solidaridad interior traducida en acción política constante, una sin
dueños, una enmarcada en un nuevo concepto de poder, uno de todos los
ciudadanos que protegen sus derechos.
Frente a este desafío abundan ahora las
democracias-autoritarias, los falsos liberalismos-mandones y los populismos
teñidos de mesianismo. La democracia no es sólo votar, a eso pretenden
reducirla los tipos de régimen mencionado, la democracia es un constante
ejercicio que en él va encontrando las maneras de control efectivo. Hay que
hacer de la democracia una mera autorización para gobernar y no un mandato de
dominio.
Es necesario reformular la democracia. Las
patologías que señalamos aquí son consecuencia de un apego interesado y
manipulador de concepciones clásicas. Es menester concederles a los ciudadanos
otros derechos hasta ahora no considerados fundamentales, como el de la
transparencia en el ejercicio público, la consulta popular deslastrada de las
manipulaciones tecnológicas de hoy y una capacidad de denuncia oportuna. Es
necesaria la redefinición del poder, tomado como un intercambio entre
ciudadanía y unos momentáneamente elegidos. Seguramente en los conceptos
emitidos por Jacques Maritain y Hannah Arendt, más como autoridad que como
poder o, si se prefiere, tomando el concepto de poder como la capacidad para
actuar concertadamente desde un sentido esencial de toda comunidad. Es
indispensable que tal ejercicio se haga bajo reconocimiento de aquellos que
deben obedecer, esto es, el consentimiento de los gobernados.
La democracia no puede basarse en un
secuestro de los intereses colectivos. La relación tiene que ser de principios
y de confianza. No puede haber democracia intermitente ni considerar el
desiderátum la participación en elecciones. La democracia debe ser permanente y
con esa permanencia debe construirse una historia común.
El
ejercicio continuo
La primera queja para explicar el desencanto
con la democracia es la de su supuesta ineficacia. Las promesas no se cumplen y
los ideales se olvidan. Por supuesto que eso depende de los actores, más
entretenidos en conservar el poder y sus beneficios que en la atención a una
obra de gobierno.
Sin embargo, ello no es suficiente
explicación. Podemos remitirnos al mecanismo con que esos gobernantes son
electos. Un cúmulo de factores afectan a las elecciones, desde la intervención
tecnológica que manipula mayorías inclusive en países lejanos, hasta su
conversión en el deterioro representativo.
Las elecciones están en crisis. Un ciudadano
un voto, explicitaba una igualdad que legitimaba las instituciones.
Manipulaciones del voto ha habido siempre, magnificadas por la tecnología
actual donde a esos votantes se les plena de información manipulada, caso
Brexit, o se distinguen sectores mediante el uso inmoral de una información
disponible en los grandes servidores. De esta manera, el instrumento
democrático por excelencia ha sido viciado, alterando las bases de la
democracia conocida, como lo son una representación de la voluntad colectiva y,
por ende, la destrucción de los mecanismos de control de esos representantes,
tales como referéndum, control de gastos, la selección de los candidatos
postulados. El concepto mismo de mayoría ha sido ficcionado.
Los programas de gobierno que los aspirantes
al poder enarbolaban como el desiderátum de su acción oficial han perdido
sentido. Los llamados electores saben que son papel muerto. Los reclamos por su
incumplimiento presiden buena parte del debate público. Las élites políticas se
han hecho escurridizas avalando involuntariamente el crecer del populismo que
hace de “pueblo” un concepto abstracto.
Los problemas son graves y muchos. Llega a
hablarse de democracia poselectoral, lo que de ninguna manera significa dejar
de lado las elecciones sino devolverle algunas de sus esencialidades. Para ello
es necesario multiplicar la expresión, hacer inviable la unicidad de los
organismos monopolizadores de la voluntad general o parcial y renovar antiguos
conceptos. O se está en la vida pública ejerciéndola o los monopolios seguirán
traduciéndose en regímenes populistas y autoritarios.
El
entramado bambolea
Ya asistimos a lo insólito con la mirada del
descubridor de añicos. Podemos ver el protagonismo de acciones sin precedentes
en siglos y pensar es lo más natural. En un espacio de 21 años hemos adquirido
un excepcional complejo de sumisión a la inferioridad. Uno puede irse a la
antigüedad clásica y encontrar griegos prestando sus servicios como soldados o
detenerse en Roma engrosando sus legiones, pero esto de negociar con
mercenarios su acción para ir contra un régimen carece hasta de congruencia
hereditaria.
Los términos de la política en un país cuyo
anhelo de retorno se enmarca en el de un programa cómico de la televisión
amerita historiar la ridiculización. Francia tuvo desde el Mayo famoso hasta la
pasión por Coluche, la evolución desde
Sartre hasta su sepelio por un procaz humorista televisivo. Los pueblos
se desvanecen hasta creer que los verdaderos héroes son aquellos que satirizan
a los políticos o a los pensadores. Es cierto que el humor es temible, pero
hasta este es categorizable.
Los tiempos mediocres engendran profetas
huecos, nos parece recordar como una afirmación de Camus. Hoy los pueblos dejan
transpirar sus confusiones mentales en las redes sociales, no siempre por culpa
propia, sino por unos actores que nos demuestran que no hay indicios de
nacimiento de una nueva realidad. La visión de lo humano nos indica que toda
transformación política realmente importante está precedida de cambios del
panorama intelectual. Con excepciones, aquí esas cosas llamadas “influencers”
son las que hablan, sobre sus propias estrecheces mentales, y las que realmente
importan a la vasta audiencia.
Mijail Gorbachov, en un momento crucial,
viajó a la RDA y soltó una frase famosa, “la vida castiga a los que la
posponen”. No se puede vivir posponiendo. Este es un país que reduce su reserva
moral a hombres para la teoría. Ya no existe un modelo venezolano de sociedad.
Nos han hecho un canal de espectáculos en serie y como ocupación principal nos
han impuesto seguir el thriller con la ansiedad propia del espectador que se
divierte.
Hemos perdido la capacidad de distinguir los
signos de nuestro tiempo y, en consecuencia, la de trabajar con sus carencias y
ventajas. Ya no alzamos la mirada y el entramado bambolea.
Sobre
el paradigma
Cada uno tiene una percepción individual de
la realidad que lo dirige en el momento de interpretar lo cotidiano que lo
envuelve. Ese conjunto de valores y percepciones nos conducen a nuestras
afirmaciones sobre el entorno, sobre lo que vemos y percibimos. Esta especie de
mapa mental nos guía en la conformación de nuestra visión de lo que sucede, ha
sucedido y sucederá. Cuando muchos tienen uno igual hablamos de paradigma
general o de paradigma social, uno que marca y determina el comportamiento del
colectivo frente a la redondez del mundo y sus contextos.
Mientras lo hacemos se acumulan las
paradojas, esto es, percibimos que nuestra manera de ver el mundo nos devuelve
resultados contradictorios que parecen negar lo que pensamos. Esta
contradicción nos sume en un estado de intranquilidad que llamaremos
acumulación de dilemas, porque podemos llegar a la conclusión de que mientras
más trabajamos para cambiar lo que nos molesta menos resultados obtenemos.
Ahora bien, cuando hay naciones en graves
procesos políticos que implican un creciente mecanismo totalitario de control,
la gente desahoga su malestar sin darse cuenta que está enfrentando el peligro
desde paradigmas inservibles. El dilema en que se sume no le suministra
suficientes elementos para el darse cuenta, para entender que debe cambiar de
mirada sobre la realidad si quiere superar la impotencia que le permite
concretar el cambio.
Un paradigma nuevo se instaura cuando los
vigentes no pueden resolver los enigmas. Para salir del círculo vicioso hay que
aprender a pensar de otra manera. Cuando una sociedad deja de hacerlo se
estrellará inevitablemente contra un muro inmodificable. Si pensamos creamos
una red de interacciones, miramos nuestras particulares circunstancias desde
todos los ángulos. Ello podría llevarnos a dejar de lado un reduccionismo que
sólo percibe la fachada de un proceso histórico-social, lo que nos conduce a la
desesperación –visto fracaso tras fracaso- que podemos traducir como el
convencimiento de la irreversibilidad de aquello que enfrentamos. Hay que
abandonar las tomas fotográficas instantáneas y su sustitución por una idea de
permanente flujo. Aprender que la realidad real la hemos contribuido a forjar
con nuestra propia mirada.
La
dispersión
No se trata en este texto de la dolorosa
marcha de millones de nuestros compatriotas. Hay otra diáspora que dudamos en
llamar de la sindéresis, aunque la palabra aquelarre nos asalte.
Se acusa a un dirigente político de haber
planteado que él debe ser candidato presidencial cuando las realidades muestran
que tal escenario no existe y que si es un político lo sabe. Se gira sobre las
mismas acusaciones de siempre, como gente que pretende llegar a una
“convivencia” o de crisis internas en algún frente que, de existir, serían
perfectamente comprensibles. Sólo elenco parcialmente para mostrar una opinión
pública que dejó de serlo y vuela sobre los hábitos de las ramas, incapaz de
discernir.
Se desoyen las observaciones de quien
realmente tiene el poder. Aquí lo que realmente está planteado es la
realización de las elecciones parlamentarias, unas peligrosas hasta para el
poder, pero convenientes a la hora de los balances. Aquella mayoría, de la cual
aún se evoca la legitimidad, provino de un sistema electoral adecuado para el
PSUV y que se le volteó, pero si alguna concesión harán a quienes con ellos
“dialogan” será el retorno de la representación proporcional de las minorías.
Va a salir de allí una Asamblea Nacional profundamente fraccionada, sin
mayorías claras y entonces los entendimientos obligados volverán a la luz del
día.
Un rápido repaso por la realidad
latinoamericana muestra este fraccionamiento resultante. Recordamos por ejemplo
a Perú, luego de la polémica decisión de disolución del Parlamento ante la
obstrucción. Son esfinges que se hunden al quedar su enigma solucionado, me
parece recordar en una expresión de Heinrich Heine. Las circunstancias son las
circunstancias y los entramados especulativos sólo responden a la necesidad de
espectáculo, como por ejemplo hablar de bonos y de dinero para “justificar”
ante los lectores una supuesta acción antiunitaria.
Vendrán las elecciones parlamentarias y
seguramente asistiremos al espectáculo de “ir o no ir, ese es el dilema”,
admisible en cuanto somos repetitivos, o “no se puede ir a elecciones con este
régimen”, pero, como decía de las circunstancias, pasa que ellas dan las
diferencias. O quizás con Hegel pudiéramos decir que los tiempos felices son
páginas en blanco.
El
juego político
La expresión “el juego político” es de uso
común en el estudio y análisis, admitiendo que el “juego” no se refiere al
azar. Dejarlo aquí es propio de una degeneración teatral que se le endilga a
las campañas electorales, pero que también involucra a los políticos menores
que creen la partida está decidida antes de empezarla.
Las cosas que uno lee son pavorosas, como
“vamos hacia unas parlamentarias arregladas”, lo que significa que unos
jugadores se muestran incapaces de modificar las reglas del juego. Todo juego
necesita un árbitro y si de algo disponen estos “jugadores” es de incidir en la
designación de un nuevo Consejo Nacional Electoral. Tienen todas las
herramientas para procurarse uno que, si bien no satisfará a quienes desean uno de “oposición”, será mejor
que el actual. Designan un comité de postulaciones para aquellos que aspiren
ser sus integrantes, pero lo congelan. No saben de movimientos tendientes a
procurar concesiones dentro de la aceptación de la imposibilidad de realizar
elecciones normales en un sistema democrático.
Las elecciones parlamentarias –ya lo he dicho- mostrarán el
fraccionamiento de las fuerzas políticas del país, lo que será el tablero para
el juego, a falta de uno proveniente del amontonamiento de ficciones, una de
las cuales terminará inevitablemente con su realización. Si en lugar de jugar a
colocar las piezas en la mejor posición posible, nuestros políticos siguen
mostrando su evidente escasez mental, quedarán fuera del juego, lo que será muy
lamentable, no por ellos, sino por el país.
A veces el juego se realiza mientras algunos
se distraen con el color del tapete. El intercambio de acusaciones y “ofertas”
sobre DirecTV y la torpeza sobre la importación de gasolina iraní, son dos
ejemplos patéticos de que no hace falta más de un jugador para jugar el juego,
pues uno sólo jugará si el otro se limita a ver como le llenan la cesta. No se
puede depender del patrocinador, pues entonces juego no habrá, sólo emisión de
propaganda.
Habrá elecciones parlamentarias y ante las
reacciones a uno le provoca asumir el cinismo frente a los amateurs. Debe ser
porque asalta aquella frase de Oscar Wilde: “El cinismo consiste en ver las
cosas como realmente son, y no como se quiere que sean”.
Pasado
sin presente
El hombre está sembrado en la incertidumbre.
Se ha sembrado, aún más, en la incredulidad, en la perplejidad y en la
ausencia. Las luchas hacia una nueva realidad parecen convertirse en una rueda
trancada por objetos lanzados a su paso. Siente el agotamiento de la
posibilidad de decisión, lo que significa la ausencia de la capacidad de
reordenar, de autoconcretarse, de llegar a alguna parte, más cuando el lugar de
arribo al que pudiera aspirarse se ve como sumergido en nebulosas.
Si bien la incertidumbre ontológica o la
incertidumbre social o la incertidumbre económica pueden ser citadas como
permanentes compañeras de viaje, ahora, como hacía muchísimo tiempo no sucedía,
nos encontramos frente a una herida de ausencia de perspectivas y sin estímulos
para enfrentar la desnudez.
Tanto como los hechos históricos puntuales
que nos tocó vivir a finales del siglo
XX, la evaporación de los supuestamente homogéneos cuerpos de doctrinas
(ideologías) ha lanzado al vacío a importantes grupos carentes ahora del
envoltorio protector, sin que un sano pragmatismo con ideas o de ideas termine
por involucrarse en la conducción hacia una meta. La verdad se ha hecho, cada
vez más, el concepto nietzscheano.
La política es el factor clave de la
incertidumbre. La política de la modernidad se agotó y con ella la forma
claramente preferida, esto es, la democracia, dejando el vacío presente. Ya no
se mira a las formas políticas de organización social como paradigma emergente
que siembre la posibilidad de un objetivo a alcanzar.
Quizás como nunca hemos dejado atrás el
pasado sin que exista un presente. Los envoltorios protectores se diluyeron
cual bolsas de plástico biodegradable. Las soluciones a las interrogantes se
evaporaron. El deterioro de lo social-político refuerza en la incertidumbre. El
temor por el futuro colectivo se convierte –otra paradoja- en una angustia
personalizada de gritos. Ante la falta de protección suplicamos por una,
encerrados en envoltorios de fragilidad pasmosa. Las acciones colectivas se
tornan cada día más difíciles y que sólo vemos ante trastoques políticos
puntuales, ante amenazas puntuales, y que de origen están condenadas a
apagarse, como hemos sido testigos en este tiempo de pasado sin presente.
Democracia
sin política
Ya la sociedad no genera sus dirigentes por
la sencilla razón de que ha dejado de orientarse a sí misma. Sólo es capaz de
percibirse en los símbolos tecnológicos-mediáticos. Las sociedades actuales,
nos lo recuerda Peter Sloterdijk en “El desprecio de las masas”, son inertes,
en su individualismo feroz se hacen suma desde su condición de
microanarquismos. La expresividad se le murió a la masa postmoderna y, en
consecuencia, no puede generar dirigentes. Hay una plaga inconmensurable
asegurando que lo que sucede es que no es la hora de los líderes sino de la
masa. El concepto de “opinión pública” está cuestionado desde los inicios
mismos del siglo XX, pero, hoy en día, bajo los efectos narcóticos, se puede
muy bien asegurar que estas sociedades atrasadas sólo son capaces de generar
gobiernos facistoides que le den afecto. Vivimos, lo dice Sloterdik, “un
individualismo de masas”.
Lo grave, más allá de las consolaciones, es
que realmente marchamos hacia una democracia sin política. Si no hay política
no hay funcionamiento social. He dicho en otras ocasiones que la necesidad es
de más política, porque lo que produce cansancio es su ausencia, como en el
caso venezolano presente, y no una presencia excesiva. Lo excesivo es el vacío.
Los acontecimientos pasan ahora a gran
velocidad. Es lo que hemos denominado la instantaneidad suplantando a la
noticia muerta. Es la velocidad la noticia. Paul Virilio, gran acuñador de
términos, nos ha regalado éste otro, “dromología” o “economía política de la
velocidad”, ciencia que se ocuparía de las consecuencias de la velocidad,
porque es en función de ella que hoy se organizan las sociedades. El ejercicio
de la política es ahora, y también, instantáneo. La democracia sin política
pasa a ser un cascarón vacío. Por si faltara poco, los teóricos de la supuesta
y final victoria de una democracia que bautizan liberal, consideran
inseparables los conceptos de libertad y neoliberalismo. No hay “dirigentes”
que lo contrasten.
Una democracia sin política obliga a
preguntarse si habrá repolitización. Jacques Derrida, en “Espectros de Marx”,
da una respuesta demoledora: “La población caerá en un idealismo fatalista o de
escatología abstracta y dogmática ante los males del actual régimen”.
De
la literatura
En el siglo XXI encontramos una degenerativa
propuesta de la definición de persona. Podríamos decir que aquéllas no son más
que detentadoras de poder. De allí a nadie puede extrañar que nuestra época sea
la de los tecnológicos espectáculos. El mundo tiene que ser lo suficientemente
fuerte para autoreproducirse constantemente en las apariencias y así llegar a
convertirse en una falta de mundo. El escritor, en cambio, es un constructor y
la imaginación creativa se alza como el único antídoto contra una absorción y
extinción de la trascendencia. No quiere decir que el escritor trascienda. Aún
hoy hablamos de Homero, pero cualquier lector de Peter Sloterdijk puede ir
comprobando como los muertos se vuelven cada día menos importantes. Es lo que
él llama “una humanidad horizontalmente reticulada”. De allí que preguntarse por un propósito de
la literatura carece de sentido en un
mundo donde los sentidos han sido derivados produciendo una fatal ruptura de la
integridad del todo. Como lo recordaba Jünger el instante creador se produce
fuera del tiempo y por lo tanto ya no
puede ser anulado.
El escritor, al asumir el mundo de la
“no-apariencia”, deja de jugar con otro polo de referencia. Aquí no hablamos de
un escritor como testigo de su tiempo o como alguien en que se pueden conseguir
todos los retratos de su época. Lo que quiero decir es que el escritor derrota
la apariencia ordinaria. Es un introductor que desvía hacia “lo que pasa en
otra parte”. El escritor descompone y
recompone la estructura fundamental del mundo, es decir, vuelve a una especie
de conocimiento original, se hace el demiurgo que llega a la parte no accesible
al común y se hace poseedor así de los secretos. En pocas palabras, para seguir
con Goethe, se aleja de las apariencias.
En un mundo en desbandada, como este, el
escritor es un ser paradójico: es un trastornador que fija. Como bien lo dice
Sloterdijk, no parece haber (en el mundo de las apariencias) alguien que cumpla
el rol de posibilitar tránsitos. El escritor, al fijar el instante, cumple con
ese papel, pues posibilita la única posible regeneración, aquélla que se
vincula al nuevo inicio. La literatura
es la violadora antagonista del fin.
El
nuevo continuum
Estamos ante un estructura laberíntica en el
mundo de las comunicaciones, una que aparenta ser de fluidez y que parece reducirlo todo a la historia de
la tecnología y, en consecuencia, la comunicación a la ideología maquinal, a lo
que se ha denominado la era tecnotrónica.
La ciudad cableada es la utopía que tenemos
delante, una que conlleva a nuevas relaciones, una a la que algunos atribuyen
poderes demiurgos de emancipación y otros un poder apocalíptico de alienación.
En cualquier caso es obvia la relación de interdependencia entre la técnica y
lo social lo que conlleva a la necesidad de una praxis crítica de la
educomunicación.
Marchamos hacia un mundo de formas culturales
híbridas, uno donde el egocentrismo cultural ha caído y donde no existe un modo
dominante de interpretación. Es ahora muy difícil discernir un sentido en el
tiempo. Los actuales modos tecnológicos
de comunicación han transformado la temporalidad de la cultura y eliminado el
futuro como una promesa, entre otras razones porque lo mediático rehúye la
complejidad.
Los contenidos del mundo están intervenidos
por la tecnología, todos sin excepción, con la consecuente incertidumbre, una a
la que sólo se puede responder pensando y conociendo. En buena parte, la
velocidad y multiplicación de la comunicación también ha generado ceguera.
La complejidad seguirá creciendo mientras las
formas se aferran a paradigmas agotados,
lo que implica que la difícil respuesta es la de cambiar el pensamiento y la
forma del pensar. No pareciera que a ello contribuya el sistema de información
tecnológica si lo consideramos como información con pocas ideas, bajo la
premisa de un uso utilitario. Nos permite, sí, una intereacción con los otros,
una posibilidad de convocatoria, o de eliminar la soledad de lo real con la
inmersión en lo virtual donde una de las atracciones es que el otro está lejos.
Aumentarán las relaciones entre el hombre y
las máquinas lo que llamamos las nuevas relaciones sociales virtuales,
ciberespacio como una disposición técnica de la inmersión.
Este universo existe porque lo observamos El
hombre decidirá si marcha hacia una estética de la desaparición e implanta una
sociabilidad telemática. El hombre deberá procurarse un nuevo continuum.
Los
venezolanos dominados
Los recursos que llamaremos estéticos forman
parte del juego político contemporáneo en la personalización, dramatización y
puesta en escena. Hay vinculaciones de términos, pues vemos dramatización,
simulacros, hedonismo y narración en la actual praxis política. Podemos decir que
el proceso político viene falsificado de esta manera, pues se construye una
máscara, una de efectismo forjador de opinión.
Cuando no se tienen criterios o reflexión
para juzgar, el espectáculo es convertido en la única realidad real. Jacques
Rancière, en El espectador emancipado, traza un cuadro sobre la función del
espectador colocado como punto central entre la estética y la política. Él lo
llama la paradoja del espectador, lo que lleva a concluir con una aparente
obviedad, no hay teatro sin espectadores. Esto es, si los ciudadanos no
tuviesen centrada su atención en el espectáculo que se le ofrece el teatro
mismo caería. Mirar es lo contrario de conocer. Lo que se nos muestra es una
apariencia y frente a ella el espectador no actúa. Este pathos, de símiles
entre estética y política, nos muestra al ciudadano inerme, uno que pone en las
tablas la auto-división del sujeto debido a falta de conocimientos y de
información.
A la política no se puede asistir como al
teatro, a ocupar una butaca y permanecer en silencio mientras la obra se
desarrolla. En la democracia se nos ha impuesto una estética de manipulación.
En las dictaduras una de aplanamiento. En las tablas se distinguió entre la
verdadera esencia del teatro y el simulacro del espectáculo. En la democracia
hay que distinguir entre la representación que nos ofrece el poder, y quienes
quieren sustituirlo, por una acción colectiva donde todos actúan. Como diría
Artaud, hay que devolverle a la comunidad la posesión de sus propias energías.
Debord insiste en el problema de la contemplación mimética, un mundo colectivo
cuya realidad no es otra que la desposesión.
En este indudable bosque de signos todo
comienza cuando ignoramos la oposición entre mirar y actuar y cuando tomamos
claridad de que lo visible no es otra cosa que la dominación configurada. Este
venezolano es un circo de función continua o, si se prefiere, para estar
actualizado, un autocine permanentemente abierto.
La
guardería virtual
La política debe ser ensayo colectivo y
dialogal para enfrentar los peligros de derrumbamiento de un mundo o, en
nuestro caso, para abrir la constitución de uno sustitutivo. Para que no surjan
nuevos dogmas es menester pensar siempre. Algunos, como Raúl Fornet (Filosofar
para nuestro tiempo en clave intercultural) llaman a esto “desobediencia
cultural”, por analogía con “desobediencia civil”, esto es, arribar a una
filosofía intercultural que impida una estabilización que tranque de nuevo unos
mecanismos que deben estar en permanente movimiento para impedir o la aparición
de renovados totalitarismos o en un mero aparato formal como le sucedió a la
democracia representativa.
Los grandes referentes caen cada día y ante
los vacíos no nos queda más, a cada uno de nosotros, que ir a nuestro propio
mundo interior aunque se produzca lo que Fernando Sabater, en alguna entrevista
de prensa, llamó despectivamente “el
cacareo on-line de la guardería virtual”.
Una antropología filosófica no se refiere a
una esencia inmutable, sino a un agente de la transformación política y social.
Quiere decir, debe producirse un giro epistemológico en las investigaciones.
Como nunca hay que esclarecer las relaciones entre el sujeto humano y el mundo
objetivo. La ética es asunto clave en la política del siglo XXI. Hay que
aprehender nuevas formas de decodificar la realidad. Edgar Morin (Los siete
saberes necesarios para la educación del futuro), lo plantea como la necesidad
de una reforma de pensamiento, paradigmática y no programática. Es necesario
pensar para una realización de humanidad.
Lo que hay que hacer es poner ideas y valores
que muevan a la acción política. No se pueden ofrecer certidumbres, pero sí una
acción inteligente. Muchos sostienen que la antropología política es el
fundamento de la Filosofía Política moderna, pues a toda propuesta en el campo
político la preside una imagen del hombre, de sus necesidades e intereses y de
sus representaciones valorativas. Una antropología no destinada al estudio de
formas remotas sino al presente de transformación. Y una axiología política
para escudriñar en los valores políticos. El destierro del pensamiento nos ha
reducido a guardería virtual de un interminable cacareo on line.
El
viejo furor futurista
En este mundo de la ruptura de la doble
visión del ojo, de una humanidad disléxica, de la pérdida absoluta de distancia
y de los relieves, de la desaparición del aquí, abandonamos la perspectiva del
espacio para asumir la perspectiva del tiempo. En cualquier caso, como lo
quería Marinetti, belleza estará asociada a velocidad. Entre otras cosas, el
mundo postindustrial está ante una miniaturización del producto tecnológico.
Paul Virilio acuñó la palabra “anímatas” para
describir a esos extraños visitantes que a la larga se irán integrando a
nosotros como nuevos órganos sustitutivos de aquellos atrofiados o inservibles
o, simplemente, para cubrir otras necesidades, unas no propias de la evolución
de la especie, dado que el caso parece ser que esa evolución ha terminado. Sí,
el sueño dislocador de Marinetti de una identificación plena del hombre y el
motor se asoma. Esa será la nueva salud, anunciada por el propio Nietzsche y
convertida ahora en un espacio reducido y circunscrito, dado que lo exterior se
anula. Si el hombre es ahora el espacio a conquistar la metafísica reaparece en
la forma más insospechada, puesto que este hombre postevolucionista intervenido
por los objetos de la biotécnica se convertirá, literalmente, en un hombre
metafísico.
El futurismo asociaba velocidad a automóvil.
Hoy la velocidad está en las ondas electromagnéticas. Dentro de poco Internet
entrará por la vía de la electricidad, no del teléfono. Bien podemos decir que
la velocidad de la luz es el nuevo límite, uno en que nos paralizamos. Ya no
hay interpretación subjetiva o disociación de apariencias objetivas. Está rota
la unidad de percepción del hombre y su relación con lo real, si es que a algo
podemos seguir llamando así. El ojo humano ha sido superado por la imagen de
síntesis. Virilio nos lo recuerda al hablarnos del hombre inicialmente móvil,
luego automóvil y finalmente mótil, es decir, uno en cuyas casas pronto no
existirán ventanas como las de Shakespeare y Pessoa en sus sonetos, más sólo
pantallas y cables que ocuparán los antiguos lugares de ellas.
Podemos combatir la atrofia de los miembros
impidiendo que las ondas electromagnéticas transmisoras nos hagan meros
receptores de una “luz” aséptica alimenticia en sí misma.
Política
del espíritu
A ratos se agotan las reservas de lectura. El
hábito de leer y leer, que Hemingway incluía en su catálogo de recomendaciones
a los escritores, se acentúa en pandemia como la vieja frase de Borges dando
prioridad a la identificación del ser más por lo leído que por lo escrito o la recomendación
de volver a los viejos textos que se reproduce, una y otra vez, (releer,
releer, nos insisten) en los más sabios.
Agotadas las reservas y cansada la vista por
la pantalla, de repente recordamos un escondite. Allí encontramos observaciones
válidas proferidas hace un siglo. Mientras el virus sigue su mortal camino se
nos vuelve a decir, desde el pasado, que las civilizaciones han comprendido que
son mortales. Y se anexa la desaparición de los imperios y de las
civilizaciones, con todos sus hombres y artilugios, con sus dioses y leyes, con
sus academias y sus ciencias puras y aplicadas, la tierra visible hecha de
cenizas.
Nadie puede asegurar lo que mañana continuará
vivo. “No perdamos la esperanza”, es el réquiem de los libros de autoayuda y de
las religiones y de los impotentes ante la realidad. Él lo dejó dicho: “…la
esperanza no es más que la desconfianza del ser frente a las previsiones
precisas de su espíritu”.
Es cartesiano, asoman algunos. Es que era muy
desconfiado, agregan otros. Si se tiene conciencia del vivir es imposible para
el poeta no internarse en la crisis de una época, de la suya y, sin hacer de
historiador, en todas las otras. El poeta es afín a los infiernos, aún si
partimos de la sentencia de Jean Cocteau, “el infierno existe, es la historia”.
Ya aquí es obvio que estoy sobre Política del
espíritu, de Paul Valéry. Pero siempre los poetas solemos ayudarnos en cuanto a
lo que el espíritu requiere releer. En una mención de una línea Álvaro Mutis,
en el libro que termino, dice del poeta francés e instantáneamente comprendo
que es allí donde debo ir y el escondite lo resuelve, para volver a preguntarse
en cuarentena sobre lo que sobrevivirá y sobre las novedades del tránsito
humano. Las enfermedades de este tiempo se nos muestran arrogantes, aunque
tengamos deducidos los futuros ya mostrados en la pre-pandemia. Es que hay
demasiados “científicos” y muy pocos curanderos del espíritu y de la cultura.
A
la mejor contradicción
Se está haciendo popular la supuesta
interrogante que el líder mongol Kublai Kan lanzó a Marco Polo (a su servicio durante 17 años): “¿Ud. es un hombre
serio o siempre dice la verdad?” No creo tenga relación con el presidente Xi,
apretando las tuercas sobre Hong Kong. Kublai acababa de proclamarse emperador
de China, pero tenía serias dudas sobre la lealtad de los herederos de la
dinastía Song, mientras Xi ve a un Trump dispuesto a la confrontación y se
apresta a un imperio donde deberá fabricarse su propio viajero veneciano.
El futuro está por escribirse lo que cambiará
el pasado. A este debemos mirarlo como una transición, como un período juzgado
desde un presente en cambio que de otra manera será mirado. Uno recuerda a
Hegel, con aquello de “la historia del mundo no es un suelo en el que florezca
la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco”.
Antes se escribían notas reflexivas en las
páginas de libros impresos y muchos en
papelitos que se pegaban alrededor de las viejas máquinas de escribir. Hoy se
abre un archivo en la laptop y lo que aflora son contradicciones. No hay nada
más parecido a Venezuela que este tipo de registro. Se pierde la noción del
tiempo y uno ve (¿efectos secundarios de la cuarentena?) imágenes no
ensamblables.
Se asiste a cosas como el retorno de los
mantras, considerados -insisto- desde el punto de vista de la psicología, esto
es, figuras retóricas para procurar la repetición neurótica del sujeto y
reforzar un pensamiento circular. Y uno entonces capta el texto para cumplir
con el artículo de opinión, pues todo es contradicción, aunque por allá la voz
de Harold MacMillan resuene con su “hechos, mi querido muchacho, hechos”.
Hechos accidentales de la historia que la
propia historia aparta bruscamente de su camino. Lo que se denomina transición
por momentos se hace sólo paréntesis. Aquí me encuentro haber mencionado en
Tuiter a Thomas Carlyle: “Si algo no se hace, ese algo se hará por sí solo
algún día, y de una manera que no agradará a nadie”.
Es ocioso de mi parte centrarme en
contradicciones en el territorio suyo, pero el escritor norteamericano Theodore
Sturgeon, en lo que se conoce como la Ley de Sturgeon, dejó dicho: “Nada es
siempre absolutamente así”.
Literatura
y política
La crisis de representación de la democracia
se emparenta con la representación literaria en el sentido de que representar
es hacer presente lo ausente. La literatura contribuye de manera notable a los
avances políticos en el sentido de estímulo social. En infinidad de ocasiones
el escritor ha sido un descubridor de los secretos del poder y un lugar de
resistencia. La verdadera literatura siempre impugna.
La relación entre política y literatura no es
invariable, tienen que producirse hechos sociales que lleven al escritor a esa
preocupación. Por lo demás, no debe dejarse de lado la mirada sobre la obra
literaria recordando el tiempo en que fue escrita. Ninguna es una
reconstrucción simple de la realidad, un espejo, una simple referencia al
contexto. Así, el Quijote debe ser leído también como una referencia a la
locura medieval.
Todo escritor tiene una visión que se traduce
en su estilo y en la simbología de sus obras. “Todo libro es un diálogo” dejó
dicho Borges. Hay escritores dogmáticos, pero no nos interesan. Tampoco una
distinción entre eso que llamaban “escritores comprometidos” y los que se
centran en la literatura. Resultaría muy extraño que a un dictador le gustase
un libro no dogmático.
En América Latina ha sido constante la
vinculación entre cambios sociales y cambios estéticos. No estamos hablando de
costumbrismo o de realismo social. Lo hacemos de una literatura que experimenta
con el lenguaje y la forma. Hay escritores que construyen nación. Tampoco
hablamos de lo testimonial. Lo hacemos del escritor que vislumbra al hombre superadas
las grietas de esta transición y logra imaginarlo en un nuevo contexto social.
La literatura debe subvertir ahora los
estancamientos inducidos y fosilizados por las viejas ideologías y, obviamente,
las relaciones de poder. La tarea se cumple adelantándose al hombre como será,
porque con ello basta para delinear las formas políticas de su organización
social.
Lo que trato de reclamar a la literatura de
hoy es una categoría epistémica de alta densidad teórica que sirva para
conceptualizar y que implique rescatar para la palabra escrita su estatuto de
acción sobre el mundo. En otras palabras, un divorcio preventivo de la
decadencia y una ubicación anticipativa del futuro.
Desenraizar
la servidumbre
Hay muchas clases de expresión autoritaria,
no sólo la obvia de las dictaduras. Puede ejercerse sin la necesidad del poder,
sólo por el hábito y costumbre que se han hecho normas en un cuerpo social. De
manera que hay dominios implícitos tantos como explícitos. No es sólo la fuerza
la que impone, dado que pueden hacerlo el hábito o la pasividad de la
costumbre.
Es así como hay pueblos que esperan las voces
de sus dirigentes, generalmente para corearlas y, en otras escasas, para
aparentemente despreciarlas. La debilidad del obediente se manifiesta en ambos
casos. He dicho muchas veces que quienes fungen como dirigentes son la
expresión del cuerpo social, pues de ninguna otra parte salieron y a nadie más
se parecen. Llega el momento en que los pueblos deben interrogarse sobre sus
partos. La política no puede practicarse sin conocimiento del hombre, es una de
las lecciones que se saca del “Discurso de la servidumbre voluntaria”, de
Étienne de La Boétie, escrito a los 18 años, un libro intemporal y que habla del
miedo y que sigue siendo una pieza indispensable de la teoría política y al
cual apelo para dar título a esta nota.
Los dirigentes muchas veces abandonan sus
roles fundamentales para encerrarse en sus cálculos y paulatinamente van
subyugando a quienes en el fondo desean ser subyugados, para no tomarse la
libertad de pensar y mucho menos la de unirse a sus semejantes para actuar. Hay
especificidades en La Boétie, como aquella de que la lucha contra los
autoritarismos no depende de declaraciones bélicas, ni de la llamada Comunidad
Internacional, agregaríamos. En verdad depende
de vencer la disipación y la falsa crispación de parte de un colectivo
que no ha pensado en asumirse.
En esta expoliación de la intimidad donde los
dirigentes se manifiestan como dueños de la res publica uno concluye que la
única vía es que el país venezolano recupere la facultad de tomar sus propias
decisiones. No es que pretendo llegar a desencantos como los de Platón sobre la
posibilidad real de la utopía. Es que llega el momento en que los pueblos deben
asumir la palabra por encima de los dirigentes y, luego, escoger dirigentes que
ejecuten sus decisiones. Con propiedad podríamos denominarlo desenraizar la
servidumbre.
El
hombre receptor
El asunto que comienza a plantearse es el de
los efectos del mundo tecno-mediático sobre la democracia. Ahora vamos más allá
del poder massmediático en sí, para arribar al planteamiento de una eventual
incompatibilidad de los valores democráticos con las normas universales de la
comunicación. Si el hombre se convierte en un
mero animal simbólico este sistema político habrá perdido toda
racionalidad. Giovanni Sartori lo define como “la primacía de la imagen, es
decir, de lo visible sobre lo inteligible”. El hombre que “mira la pantalla” se
está convirtiendo en alguien que no entiende. Los sistemas de medir la llamada
“opinión pública” están trasladándose a un botón del telecomando y quien
aprieta ese botón es alguien sin capacidad de pensamiento abstracto. Ese viejo
carcamal llamado partido político depende ahora de fuerzas que escapan al
trabajo de captación de miembros o a los planteamientos profundos sobre
proyectos de gobierno. Las encuestas se hacen cada vez más sofisticadas y, al
mismo tiempo, más erráticas, pero forman parte del conjunto de destrucción de
algo que hoy es una entelequia y, no obstante, se sigue llamando “opinión
pública”.
Los contendores de la democracia, en términos
absolutos, han cambiado. Los viejos enemigos se derruyeron, pero muchos nuevos
han surgido, el populismo, las nuevas autocracias constitucionales que se
amparan en un Estado de Derecho falsificado y construido a la medida.
Si la democracia es un ejercicio de opinión,
o “gobierno de opinión” conforme a la definición de Albert Dicey, la democracia
es un cascarón vacío, pues como bien lo observa Sartori las opiniones son
“ideas ligeras” que no deben ser probadas. Los llamados “programas de gobierno”
que antes elaboraban los aspirantes al poder han caído en total desuso, por la
sencilla razón de que no influyen electoralmente. Basta manejar dos o tres
cuestiones machacantes para definir a esa debilidad variable llamada “opinión
pública”. Ahora bien, en este era tecno-mediática las opiniones no son
independientes, no surgen del conglomerado, al contrario, le vienen impuestas
por el ejercicio de la manipulación. Numerosos analistas han señalado la
desaparición de lo sensible y al hombre como un receptor que ve sin comprender.
La
falsa conciencia
En los tiempos de las innovaciones
tecnológicas el hombre posmoderno intuye que ellas se quedarán cortas. La
decepción de este hombre lo lleva a la convicción de que restar sensible es
utópico pues mantener los sentidos en alerta ante una felicidad que no llegará
es necio.
Diógenes irrumpe en la Atenas decadente.
Siempre el cinismo lo hace en tales circunstancias. Sin embargo, el cínico de
la antigüedad era un original solitario y un moralista provocador. En otras
palabras, un marginal. Ahora el cinismo crece en el anonimato. El cínico de la
posmodernidad es un asocial integrado, alguien que no comparte, pero que hace
rutina de las prácticas y cumple los rituales que se le imponen.
El hombre cínico de este tiempo cree saber lo
que necesita, paradójicamente se cree un iluminado y así se hace apático. El
cinismo se mezcla con sexismo y un falso concepto de “objetividad”,
constituyendo así el tobogán por donde occidente se desliza. No subsiste una
Aufklärung, es decir, la vieja convicción de que el mal resulta de la
ignorancia y que basta el saber para curarlo.
El cinismo hoy es la manifestación
desagradable de una falsa conciencia supuestamente esclarecida. La impostura ha
sido posmodernizada. No recuerdo quien acuñó la expresión “mal del siglo”, pero si se puede asegurar
que el del XXI será, o es ya, el cinismo. El cinismo ya no es una mezcla de
humorismo, filosofía e ironía. La antigua alianza entre la dicha, la ausencia
de necesidad y la inteligencia, no existe más. Es por ello que las religiones
orientales patinan en sus viejos encierros y la cultura occidental deja de lado
la tradición inteligente. La conciencia moderna se ha desgraciado. Por eso
estos tiempos de conciencia desdichada reciben el impacto de la Aufklärung
destrozada. Cuando los perros de Diógenes de Sinepe no sólo husmeaban sino que
mordían había respuesta a la desilusión. La única coincidencia es que el
cinismo, en las asumidas formas actuales, aparece cuando la civilización deja
la inteligencia.
Un pintor italiano, Giorgio de Chirico, lo articula
así: los hombres tienen caras redondas y vacías, miembros proteicos y son
geométricamente parecidos a los humanos, pero sólo se les asemejan. El hombre
que pinta se parece a todos y a nadie.
El
hombre sin futuro
Es evidente que si influenciamos el
advenimiento de una nueva realidad es porque el presente no nos gusta y
pensamos que el mantenimiento de las tendencias pueden conducir a resultados
catastróficos. Como ya la utopía no es el incentivo es menester repensar al
hombre inerte para que ejerza la reflexión sobre las ideas que han sido
lanzadas al ruedo y crea en la posibilidad de su realización. La tarea comienza
con la descripción de las taras del presente, con un llamado a la
rehumanización, con el análisis puntual de las consecuencias posibles y con una
acción que conlleve a su adopción y práctica.
Es menester perseverar y verificar su grado
de modelación sobre la realidad. Algunos ensayistas han llamado a esta sociedad
democrática que he descrito como instituyente, y en permanente movimiento, una
“sociedad de transformación”. Está basada, obviamente, sobre la
auto-organización, una donde la interacción cumple su papel de mejorar mediante
una toma de conciencia. Esto es, mediante la absorción del valor de las
relaciones simbióticas, lo que implica un cambio de valores.
El vencimiento de los paradigmas existentes,
o la derrota de la inercia, debe buscarse por la vía de los planteamientos
innovadores e inusuales que, con toda lógica en los procesos humanos, serán
descartados ab initio por el entorno institucionalizado. El derribo de los
dogmas no es un proceso fácil ni veloz.
La inutilidad de los viejos paradigmas queda
de manifiesto cuando el hombre comienza a sospechar que ya no le sirven
exitosamente a la solución del conflicto o de los problemas. Está claro que la
revocatoria de los anteriores requiere de un esfuerzo sostenido pues se deben
revalorar los datos y los supuestos.
Nuevos paradigmas requieren, generan o
adoptan nuevos actores. Cuando los nuevos prendan en la conciencia entraremos
en un “encargo a la multitud”. Los nuevos paradigmas comienzan a bullir también
en la lingüística, en la geografía y en la comunicación, sólo por nombrar
algunas áreas, pero deben afianzarse en la política.
El hombre se queda sin los amarres del pasado
y sin una definición del porvenir. Es una auténtica contracción del futuro
definido en la especulación ficcional desde el ángulo tecnológico, uno ansioso
de perspectivas.
Un
nuevo realismo
Hay obsesiones rondando el imaginario
colectivo. Una de ellas es la palabra legitimación, una que surge cualquiera
sea el movimiento o la toma de postura de alguien. Otros alegan no podemos
depender de la voluntad ajena, olvidando quien tiene el ejercicio real del
poder y, por consiguiente, a quien habría que torcerle el brazo para obtener un
resultado acorde al planteamiento que se quiere materializar.
La obcecación preside. Todo lo que se haga
legitima, a lo que hay que añadirle los cierres de toda capacidad de
raciocinio, encerrados como andan en posiciones tan sólidas como las de un
bulto en henil. La ley de Sturgeon es un adagio derivado de una cita del
escritor Theodore Sturgeon: "Nothing is always absolutely so" (Nada
es siempre absolutamente así).
Períodos drásticos como el que aún nos acosa
hacen pensar que cualquier cosa que quede en pie posiblemente se requiera como
un elemento a la construcción del futuro. La población, una vez castigados los
culpables, va a entrar en un proceso psicológico que implica dejar atrás los
recuerdos incómodos y desagradables. Creo que a eso se le llama transición. En
la búsqueda de ella no se pueden dar muestras de intolerancia como la que vemos
a diario en un sector de los actores políticos que se lanza a insultar y
descalificar. Es el equivalente al
«Nuevo Brutalismo» (del crítico arquitectónico Rayner Banham). Para esta
masa amorfa de reclamos e improperios me asalta una frase: “Nada permanece si
no se renueva constantemente”.
Tenemos una atmósfera de fracaso sobrevenida
a un par de décadas de intensa actividad y los menos que podrían hacer los
actores es revisarse con coraje. Hay que romper la costra de las costumbres
mentales formadas en estas, constituyendo, con inesperada rapidez, otras nuevas
a ver si nos adviene un nuevo realismo. Habría que recordarle a los ignaros que
no es siquiera la democracia, concepto nebuloso y quizá demasiado recurrente,
ni el Estado de Derecho ni la libertad, si no se enmarca todo dentro de un
claro y preciso modelo venezolano de sociedad.
La esencia de una nación es que los
individuos tienen muchas cosas en común y también que han olvidado muchas
otras, dejó dicho Ernest Renán.
Iniciémonos con otra manera de decir y hacer las cosas.
La
cultura del desvarío
Se han establecido comportamientos
uniformados. Y se hacen hábito. La experiencia cotidiana se estructura y a su
vez estructura a la sociedad. Podríamos decir que tenemos una “cultura del
desvarío”.
Reproducimos, así, el estado del cerco. Esta
es ya la manera de vivir de los venezolanos. Ya somos otros. Ahora somos un
capital social disminuido. Dentro de esta sociedad reconformada se está
haciendo inviable el ejercicio democrático, no se le considera forma de
expresión lógica.
Negar es el nuevo hábito, pero lo compensamos
con reflejos amenazando con las acciones más violentas, mientras acusamos, al
que se mueve sobre la lógica, de colaborar con la nueva estructura de hábitos y
comportamientos. Los principios esenciales han sido trastocados y ya no
funcionamos derivando de ellos.
Es posible cambiar la subjetividad humana, lo
que hace necesaria la multiplicación de la voz de la inteligencia hoy
adormecida. Por ejemplo, el hábito del crecimiento ha sido cambiado por el
hábito de la supervivencia. El hábito de la tolerancia ha sido cambiado por el
hábito de la agresión. El hábito de no rendirse ha sido cambiado por el hábito
de perorar palabras insultantes y anunciar violencia. Es menester la suma de
cese del egoísmo, la implantación de la solidaridad social y el abandono de
teorías trasnochadas,
Es obvio que la conformación de hábitos y
comportamientos depende tanto del exterior como del interior. El exterior lo
conocemos en todas sus taras, pero el interior nos está mostrado una profunda
fragilidad psicológica. Sin un mundo interior propicio no se internalizaría el
mundo exterior despreciable. Ni se produciría este círculo de personas con los
nuevos hábitos y comportamientos en la sociedad devaluada. En consecuencia, es
necesario explicar e introducir una idea nueva. Si no logramos hacerlo, si nos
limitamos a repetir el rechazo sin proponer alternativa, no habrá nunca la
posibilidad de una reacción colectiva que no es una acción política
estrafalaria.
Es obvia la necesidad de diseñar un futuro.
Con estos hábitos y estos comportamientos, si permitimos que se endurezcan, no
se podrá luego modificar nada, a no ser desde el final que siempre llega y el
reinicio desde el vacío definido por una normalidad enferma.
El
continuo de la degradación
Para esta fecha todo indica un agravamiento
de la situación del país, uno progresivo como hasta ahora, pero uno que puede
dar saltos cuantitativos y cualitativos. Cuando hablo de ello me refiero a los
venezolanos, a su cotidianeidad, a un día a día preñado de sobresaltos y de
carencias, todo enmarcado, obvio, en un cuadro político de cegatos
irresponsables.
El elemento clave de este último se llama
elección parlamentaria, pues continúa degradándose. Se gira sobre ella desde el
ángulo de la miseria, en ningún caso como el de asimiento de una posibilidad de
apertura de las ventanas a la entrada de aire a una población con serios
problemas respiratorios. El oficialismo juega mezquino, como es su hábito,
pensando sólo en liquidar de una vez lo del “gobierno interino”, y obviando el
inmenso daño que se causa a sí mismo cada vez que cruje cuando se le plantea el
aplazamiento electoral. El oficialismo ha llegado a tal grado de torpeza que se
asume como el más respetuoso de la Constitución, cuando la viola a voluntad. En
su tanteo de las paredes pierde todo lo que le interesa de la elección, lo que
no puede celebrarse puesto que los efectos dañinos sobre el futuro inmediato
del país van a ser muy graves.
Por su parte, el gobierno que es oposición
parece interesado sólo en su prolongación, en su estar, Niega la elección, pero
no es capaz de elaborar. No se les ocurre nada. Para poner un ejemplo, insiste
en una supuesta consulta virtual y no se dan cuenta que el mecanismo existe y
creen que con la abstención basta, premisa que está demostrada como falsa.
Podría ocurrírseles, -sólo como ejemplo, no la estoy auspiciando- llamar a una
votación masiva en nulo. O sumarse a la solicitud de aplazamiento, pero no se
dan cuenta que si ese objetivo se lograse el mazo de cartas se barajaría de
nuevo.
Los que decidieron de entrada participar
guardan silencio, creen que serán la nueva oposición, la única y real, la
sustituta del llamado G4 y se dedican, en exclusividad, a hablar bien de la
participación electoral. No perciben la persistente degradación de esa elección
una que, si se aplaza, podría tener una posibilidad de algo más profundo y
determinante: el bien del país, uno ya incapaz de plantarse frente al continuo.
El
último aliento
A veces la repetición nos hace pensar en una
especie de cotidianeidad injertada y asumida. Suelen, entonces, escaparse los
pormenores y sus trascendencias, los signos apenas visibles que están
determinando el futuro inmediato si no es que se adultera en conclusiones
calenturientas.
El voto, por ejemplo, sigue perdiendo
trascendencia como forma de expresión. Es un fenómeno que escapa a nuestros
reducidos límites y se hace mundial. Baste recordar a un presidente de los
Estados Unidos sembrando dudas sobre él, haciendo de él una teoría
conspirativa, sumiendo a su país en la incertidumbre en vísperas de su
ejercicio.
Aquí, con lo de las parlamentarias, y
omitamos, por un momento, recordar todas las marramucias que giran en torno a
ellas, hemos llegado a una situación que excede a una mera disyuntiva, a un
simple ir o no ir, para convertirse en planteamiento de fondo, en razón del ser
–dirían los antiguos griegos-, puesto que sin percibirlo en su exacta y
angustiante dimensión, el país lo que está viendo es el último aliento del voto.
El país adentro, el país de las pequeñas
ciudades y pueblos, ha estado viviendo en los últimos días lo que ha sido
denominado como “protestas”, cuando más bien podrían ser nominadas
convulsiones, palabra que saco de su significado social para limitarlo a un
estertor. Ya no aguantan más los dolores, las faltas, las ausencias, la
impotencia y exhalan un último aliento antes que la fuerza los reduzca a su
lecho de enfermo.
La democracia perece, y permítaseme una vez
más no hacer historia ni repetir quejas y lamentos, puesto que se torna en
omisión y entelequia, en transfusión no permitida, en añoranza que el paso del
tiempo transforma en memoria lejana y en olvido que llega.
Estamos frente a un alargar, a la emisión de
un último aliento que se extiende como soplo sobrevenido de las entrañas y que
silba sobre las conclusiones de los hechos concretos que se derivan y
derivarán, de lo objetivo que pasará, de la distracción momentánea del suceso,
uno ausente del último aliento.
Lo objetivo ya no influye, es intrascendente,
se ha hecho formación caprichosa de una nube sin carácter y sin lluvia. Lo real
imperceptible para este país es la transparencia e invisibilidad del aliento,
del último aliento.
La
conspiración
Esta extrema derecha impregnada de populismo
libra batallas enconadas. Por ejemplo, trata de hacer de las expresiones
grobalismo o globalista pecados imperdonables concertados en sociedades
secretas, grupos económicos conspiradores o en lobbies de satánicos
manipuladores. A algunos grupos le atribuyen poderes demoníacos e
incontrolables, como al Foro de Sao Paulo (eso quisieran), lo que es seguido de
la identificación entre socialismo y comunismo para definir a todo aquél que
mantenga posiciones contrarias. Me recuerda a Eisenhower acusado de agente
encubierto.
La verdad es que la crisis del Estado-nación
es patente, a pesar de los brotes de gobiernos que condenan al
multilateralismo, las acciones concertadas, la participación en acuerdos de
cooperación y hasta en las estructuras de organización mundial nacidas en la
posguerra. Mientras, hasta el Covid-19 muestra la imposibilidad de la acción
antiglobalista, aunque esté por desatarse la batalla de los nacionalismos por
la vacuna.
Ya estamos en un mundo policéntrico, sólo que
el poder no pertenece exclusivamente a los Estados sino que está repartido
entre una pluralidad de actores transnacionales. Es lo que se ha denominado el
mundo de la subpolítica transnacional. Es falso que el capital tenga todo el
poder, como es obvio que los Estados nacionales perdieron tal control. Así,
otro concepto en desuso es el de soberanía, puesto que los Estados están
limitados hasta en su quehacer interno. No puede haber soberanía en una
pluralidad inmanente. Las culturas globales, porque varias son, no están en
ningún lugar ni en ningún tiempo.
Ciertamente ya nos estamos des-cobijando de
la vieja “patria”. Es lo que Sloterdjik (Esferas) llama el tambaleo de “la
construcción inmunológica de la identidad político-étnica” y el juego de las
dos posiciones, la de un sí-mismo sin espacio y la de un espacio sin sí-mismo y
la búsqueda de un modus vivendi entre los dos polos que implicará, seguramente,
la creación de “comunidades imaginarias”, sin lo nacional, y la participación,
también imaginaria, en otras culturas.
El “nacionalismo” populista de derecha de
boga aquí se “revuelve” en sí mismo, en una feroz “conspiración” en la que se
le remunera la caparazón que le resulta reconfortante.
No
pasa nada
“No
pasa nada, a no ser de todo”, bien puede ser la respuesta de estereotipo para
quien pregunte. Suceden los sucesos que se suceden en la cotidianeidad del
hambre, de la fuga, de la solicitud de ayuda para cubrir una emergencia médica.
El desvarío de “solos no podemos” sucede, con
el llanto por la pérdida del padre protector cuyas políticas que nos hicieron
dependientes y sumisos desaparecen bajo el influjo de unos votantes de otras
tierras mientras corean los huérfanos que a él le robaron la elección y a ellos
la protección progenitora.
La política y el destino nacional se hicieron
cosas de ellos, mientras las torpezas del “señor arancel” abundaban
convirtiendo los recuerdos de este columnista en una ya lejana visita a una
reserva indígena del norte donde alguien le dijo “cuando veo películas de
vaqueros e indios, siempre voy a los vaqueros”. No hubo resultado alguno, sólo
fallo.
“No pasa nada, a no ser de todo”, podríamos
insistir en un país a escasas dos semanas de una elección parlamentaria y de
una “consulta” sobre preguntas trilladas y desacordes. El poder se permite
instar a los concursantes de la primera a salir en campaña, a buscar
votos, dado que casi brillan por su
ausencia y determinar quiénes son los elegibles es casi una aventura
detectivesca, mientras la segunda proclama que de la ficción las ficciones renacen y permanecen.
Hiperinflación y devaluación corren carreras
en carrera dispareja. Al lenguaje algunos lo convierten en tacatataca de
ataques repetidos de ignorancia real de lo real que no es otra que la del
asentamiento y estabilidad del enemigo que dicen procurar. La moneda no es ya
sino una volátil inexistencia y el desconocimiento de la realidad el nuevo
imperativo de la inacción mientras se ve la curiosa noticia de un pavo en rebelión
en un barrio de Boston, al parecer consciente de que está llegando el
Thanksgiving Day.
“No pasa nada, a no ser de todo”. Este es el
extraño país donde el hábito de que no pasa nada a no ser de todo circula
libremente, sin mascarilla, sin confinamiento, sin precaución ninguna, en la
arrogancia del que vive de la nada.
Se requiere un país empoderado, un liderazgo
colectivo que rellene la nada y nos ponga de nuevo visibles, atentos, un país rehecho de la nada.
El
paraíso de la nada
Internet es un “accidente” a la manera en que
lo define Paul Virilio, quien bien nos recuerda que no hay adquisición sin
pérdida. No olvidemos que la comunicación en las llamadas “redes sociales”
generalmente implica mantenerse en la virtualidad sin un encuentro real. Este
espacio romántico y libre no es más que una fantasía. Estemos frente a un mero
espejismo cultural.
A eso nos está conduciendo cada vez más esta
tecnología de la información, así como a una “sabiduría” simplista producida
por la cohabitación universal en el ciberespacio y por una razón fundamental:
la información no es conocimiento.
La tecnología implica un cambio de sistema
cultural que reestructura el mundo social. La técnica se ha hecho autónoma,
aunque se plantee como un propósito de mejorar al hombre. En efecto, lo que
denominamos progreso está ligado al avance tecnológico. Es obvio que no
producirá los mismos efectos en todas
las sociedades y que estos estarán marcados por la incertidumbre y la
influencia de las condiciones socioeconómicas.
Como nunca el hombre y la máquina están
cercanos y entendemos que lo que ahora miramos como avance tecnológico en el
mañana nos parecerá ínfimo y remoto. Quizás ha sido Michio Kaku (La física del
futuro, La física de lo imposible), autor de la teoría de las supercuerdas,
quien se ha atrevido a plantear posibilidades de lo que seremos. En su
concepción estamos en la civilización O que terminará con el agotamiento de las
actuales fuentes de energía, para avanzar hacia las civilizaciones I, II y III.
Aventurando la posibilidad de una IV indica que en la III la energía utilizada
sería "energía Planck", la energía necesaria para rasgar el tejido
del espacio y del tiempo.
Ciertamente, mientras más aumenta la
capacidad de informarnos a distancia más aislados nos encontramos, dado que
sentimientos y emociones se encierran cada vez más en el ámbito individual. Los
tiempos de la técnica y del hombre son diferentes, el de la primera impone el
ritmo lo que tiende a hacer del segundo un prisionero imperfecto de un
instrumento perfecto. Si el desarrollo técnico es desmesurado hay que
preguntarse qué falla en la civilización humana si da preferencia a los
instrumentos sobre el fin último de su propia existencia.
Catálogo
La organización social es un sistema
compuesto de un complejo de relaciones entre los hombres y entre los hombres y
las cosas. Estamos en una de tensiones irresueltas y de disfunciones
organizacionales. Deberemos tratar el conocimiento porque él genera poder, sea
simbólico o utilitario. Es lo que denominamos cultura, una que crea
conocimiento, genera normas, construye una acción colectiva, en suma, edifica
una organización grupal dinámica.
Hoy una cultura de la virtualidad real que ha
integrado en un hipertexto electrónico. Espacio y tiempo se han modificado dado
que el espacio de los flujos sustituye a los lugares y el tiempo atemporal se
aposenta en sustitución de los viejos marcadores. Las maneras políticas, las
representaciones sociales y los sistemas simbólicos, dan muestras de
inoperancia.
El escenario es distinto, quedan modificadas
las pautas y es menester tratar de mirar a la realidad que nos domina. Se
proclama y se dice lo que no se quiere antes de lo que se quiere, indicando así
la inestabilidad de los movimientos sociales. Se masifica la ansiedad, aupada
por los medios informacionales que la tecnología ha puesto a disposición.
Atrás quedaron las formas de los viejos
conflictos. Lo que vemos marca un proceso de transición muy diferente de los
que podríamos llamar clásicos. Aquí hay que ponerle creatividad y construcción
de fundamentos y la superación de una obvia indefinición. Se requieren valores
emergentes. En este caso no nacen sólo de lo que podría denominarse “la rabia
del desposeído”, pues deben producir además conocimiento social que trate de
extender la autonomía humana contra tomadores de decisiones enclaustrados en
parámetros tradicionales. Son actores sociales confusos, en los cuales
aparentemente hay sólo un deseo de liberación de regímenes autoritarios y no de
incorporación a un nuevo tiempo patéticamente difuso.
Un elemento primordial es la calidad de vida
y otro, indispensable, la inteligencia política. El método debe ser el de la
abierta deliberación y el de toma de decisiones en lugar de argucias, el uso de
las aperturas. Hay que insistir en las ideas renovadoras para que emerja la
organización social sustitutiva. La falta de ellas, de conducción inteligente,
ya nos ha llevado al patetismo.
La
nada y el silencio
Es una aproximación a la nada, lo que
simplemente significaría entender a la nada. En política la nada es cuando se
asumen posturas que todos sabemos lo que son en sí, nada.
La palabra para describir el país venezolano
es nada, porque los resultados de todas las posiciones están absolutamente
claros, esto es, la nada. Nada no equivale literalmente a inexistencia. Tenemos
aquí elecciones y consultas. Parménides pensó que no se puede hablar de la
nada, lo que equivaldría a asumir el silencio. Heidegger se planteó "que
haya algo en vez de nada”, pero dejemos de lado las disquisiciones filosóficas
para quedarnos en la física cuántica y comprobar que el vacío es
algo físicamente más complicado.
Con las posiciones que tenemos en nuestras
narices hay matices. De una se sabe que conducirá a la nada preexistente y con
la otra sabemos que habrá un cuerpo del cual conocemos de antemano toda la
conformación que tendrá. La Asamblea Nacional será de mayoría oficialista, por
el pecado original (oh, la teología que asoma) de persistir en la abstención.
La consulta no equivaldrá a respirador ni nadie podrá asumirla como garantía de
sobrevivencia.
Como este país venezolano tiene por hábito
desgarrarse en el insulto y en la descalificación, esto es, se muestra incapaz
de entenderse sobre el mínimo de su destino, como se muestra inepto para
asumirse sobre hechos, provoca llamarlo a la nada, una en la que se presume se
sentiría más a gusto. Entonces le diríamos, ante su impotencia para hacer, no
hagas nada, dile no a todo, no vayas a ninguna de las propuestas que te han
puesto ante los ojos, demuestra así que rechazas de manera tajante todos los
entramados que tus actores políticos te construyen para tu tambaleo y que
quieres nuevos escenarios y nuevos actores. Si eso se le dijese comenzaría
entonces a “filosofar” sobre el suicidio, a convertir la palabra “nada” en un
hashtag en las redes, unas que se llaman sociales y son tan “sociales” como
esta comunidad cuya existencia aún nos empeñamos en declarar un hecho por
oposición a la nada.
Es entonces necesario omitir el pecado de
recomendarle, pues una idealización es irrealizable y esperar, así, la realidad
ineluctable del cadavre exquis con el cual aprestarnos a entenderlo.
Las
ideas ligeras
El hombre se está convirtiendo en alguien que
no entiende. Los sistemas de medición son ahora del “mouse” que, obviamente, no
tiene capacidad de pensamiento abstracto.
Si la democracia es un ejercicio de opinión,
o “gobierno de opinión” conforme a la definición de Albert Dicey, la democracia
es un cascarón vacío, pues como bien lo observa Sartori las opiniones son
“ideas ligeras” que no deben ser probadas. Hemos visto como los llamados
“programas de gobierno” que antes elaboraban los aspirantes al poder han caído
en total desuso, por la sencilla razón de que no influyen electoralmente. Basta
manejar dos o tres cuestiones machacantes para definir a esa debilidad variable
llamada “opinión pública”. Ahora bien, en esta era tecno-mediática las
opiniones no son independientes, no surgen del conglomerado, al contrario, le
vienen impuestas por el ejercicio tecnológico.
Numerosos analistas han señalado la
desaparición de lo sensible, puesto que se borran los conceptos y hace del
hombre un receptor que ve sin comprender. Ello explica la creciente e indetenible
ignorancia de los políticos. Hemos llegado a una regla: quien aparece
conceptual no puede ganar las elecciones.
La proclamada victoria absoluta de la
democracia ha devenido en una crisis de alto riesgo donde todos los conceptos
están siendo sometidos a revisión y donde las instituciones tradicionales
parecen derrumbarse. La concepción misma de lo que es, o debería ser, un
gobierno democrático está bajo cuestionamiento. El problema del ejercicio de la
política es también un problema cultural: los sistemas educativos parecen haber
fracasado estrepitosamente. El clic lleno de estereotipos, hace de la decisión,
o de la simple participación política, un acto sin ideas.
La escasa influencia del pensamiento sobre la
democracia en la democracia misma se debe a la crisis de todo pensamiento
trascendente en un mundo de bodrios, de insubstancialidad y a que diagnostica
de modo diferente a como se construyeron las ideologías derruidas. No se trata
de un plano que se proclame poseedor de la verdad ni pretenda proclamar la
solución de los problemas del hombre.
El receptor busca la validez de su propia
incongruencia. Lo ayudan trolls, bots y la eficaz organización para manipular.
Carpe
diem
La democracia es simplemente un sistema
político formal, es decir, uno donde se vive en libertad, donde la soberanía la
ejerce el pueblo en nombre de la humanidad, donde el poder está dividido y
existen mecanismos de control para evitar los excesos. La eficacia o ineficacia
no pueden, así, atribuirse a un sistema político específico. Deben atribuirse a
aquellos elegidos para administrar.
Otra ángulo es el perfeccionamiento de la
libertad y libre expresión que es núcleo de la democracia. Puede controlarse el
abuso de las partidocracias, establecer reglas claras para el financiamiento
electoral, establecer normas de elección ajenas a las manipulaciones de todo
tipo, en suma, perfeccionar los mecanismos en que la democracia se ejerce. La
esencia de la democracia es la contradicción y su debilidad más peligrosa es la
falta de cultura. Digamos que democracia y dictadura no compiten en términos de
eficacia, una no es más eficaz que la otra. La democracia es libertad y el
totalitarismo es opresión. La democracia se llena de contenido, de respuestas,
de logros, dependiendo de quienes la ejercen. Ahora mismo lo que viven la
política y la democracia es la miseria mental de los actores que dicen
practicarlas.
Valoremos a la democracia sin el referente
alternativo de la dictadura. Constantemente traigo a colación como algunas
naciones, ante los ditirambos brillantes de algunas cabezas europeas entre el
final del siglo XIX y comienzos del XX, combatieron las monarquías corruptas y
pedían la república para luego decepcionarse de la república y dirigir todas
sus invectivas contra las mayorías, dando, así, desarrollo al germen fascista.
Debemos, a estas alturas, aprender la
lección: la democracia es riesgo. Si bien murieron las ideologías, no lo ha
hecho la ciencia política. La soberanía radica en el hombre y el pueblo la
ejerce en su nombre. La democracia es administración de las contradicciones,
otra cosa es tiranía. Cuando las referencias se pierden los “pueblos soberanos”
aletargados aman la paz de sepulcro de las dictaduras. Horacio dejó dicho para
los venezolanos: “Carpe diem quam minimum credula postero”, en traducción libre
“déjate de estar esperando” ante los ditirambos, lugares comunes e
insuficiencia de estos actores.
El
venezolano contraído
La sociedad individualista se caracteriza por
el estímulo, pero más allá de las necesidades corporales, a la ausencia, a la
satisfacción recluida, a una que excede la mera adquisición de objetos.
La necesidad existencial, la de la
preocupación por los temas fundamentales de ser, ha sido sustituida por un
hedonismo exacerbado. A medida que ha excitado esa necesidad, se ha
suministrado los medios de satisfacerla, sólo que, al mismo tiempo, el avance
tecnológico nos ha ido colocando en la ubicuidad. Para decirlo de otra manera:
ya no hay apariencia sostenible.
Sobreviene, así, la indeterminación. Con
acierto se ha dicho que la industrialización que viene es la de la “no mirada”.
En otras palabras: el proceso que llevamos es el de la ceguera, el de “una
visión sin mirada”. Cuando digo indeterminación me estoy refiriendo a un
fraccionamiento del cuerpo tal como lo hemos entendido hasta ahora. En otra
parte he hablado de la absoluta inmovilidad a la que estamos siendo condenados;
pues bien, a este hombre paralítico hay que estarle suministrando constantes
dosis de sobreexcitantes. En cualquier caso, como lo fundamental es el
presente, no hay, entre los aburridos, preocupación por el mañana. Así, la
protesta por la “causa justa” se evapora en la medida que el sistema logra
sobreexcitarlos momentáneamente y un nuevo período de aburrimiento sobreviene hasta un nuevo sobreexcitante.
La tecnología permite que esos medios
satisfacientes, cada uno individualmente y en solitario, se los porte consigo.
Se trata de la eliminación total de diferencias entre el adentro y el afuera.
Esta reducción conllevará, a su vez, a un aumento de la necesidad hedonista y a
una ruptura total de la relación con lo real, quiero decir con lo real
exterior, pues el mundo se reducirá a sí mismo. El resultado será, simplemente,
el de la ausencia.
En el terreno de la organización social del
hombre, también llamada política, el ostracismo no es una excepción. Ella misma
se ha hecho excepción. Cada vez más el hombre se evapora, se deposita en el “yo
no”, en la concesión de la abstinencia, en la denuncia que lo excuse. En cuanto
a nosotros, el venezolano podría terminar como algo contraído. Harto de la
manipulación dirá: “No estoy para nadie”.
Índice
A manera de breve noticia
La era de los mitos
El clima del hombre
El hombre que huye
Democracia: la debilidad
fundamental
Las fallas “democráticas”
Aproximación al cansancio
Poshumanismo
El nuevo orden mundial
El clima interior del
hombre
Lo jóvenes cansados
La casa inhóspita
El paciente melancólico
Aburrimiento hoy
Hacia la ausencia
Lo no calculable
Los hombres asustados
La casa global
Formas tribales
El imperio cotidiano
Pacífico y moneda única
Reformular la democracia
El ejercicio continuo
El entramado bambolea
Sobre el paradigma
La dispersión
El juego político
Pasado sin presente
Democracia sin política
De la literatura
El nuevo continuun
Los venezolanos dominados
La guardería virtual
El viejo furor futurista
Política del espíritu
A la mejor contradicción
Literatura y política
Desenraizar la servidumbre
El hombre receptor
La falsa conciencia
El hombre sin futuro
Un nuevo realismo
La cultura del desvarío
El continuo de la
degradación
El último aliento
La conspiración
No pasa nada
El paraíso de la nada
Catálogo
La nada y el silencio
Las ideas ligeras
Carpe diem
El venezolano contraído
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