Teódulo López Meléndez
En los tiempos de las
innovaciones tecnológicas el hombre posmoderno intuye que ellas se quedarán
cortas. La decepción de este hombre lo lleva a la convicción de que restar
sensible es utópico pues mantener los sentidos en alerta ante una felicidad que
no llegará es necio.
Diógenes irrumpe en la Atenas
decadente. Siempre el cinismo lo hace en tales circunstancias. Sin embargo, el
cínico de la antigüedad era un original solitario y un moralista provocador. En
otras palabras, un marginal. Ahora el cinismo crece en el anonimato. El cínico
de la posmodernidad es un asocial integrado, alguien que no comparte, pero que
hace rutina de las prácticas y cumple los rituales que se le imponen.
El hombre cínico de este tiempo
cree saber lo que necesita, paradójicamente se cree un iluminado y así se hace
apático. El cinismo se mezcla con sexismo y un falso concepto de “objetividad”,
constituyendo así el tobogán por donde occidente se desliza. No subsiste una Aufklärung, es decir, la vieja
convicción de que el mal resulta de la ignorancia y que basta el saber para
curarlo.
El cinismo hoy es la manifestación
desagradable de una falsa conciencia supuestamente esclarecida. La impostura ha
sido posmodernizada. No recuerdo quien acuñó la expresión “mal del siglo”, pero si se puede asegurar
que el del XXI será, o es ya, el cinismo. El cinismo ya no es una mezcla de
humorismo, filosofía e ironía. La antigua alianza entre la dicha, la ausencia
de necesidad y la inteligencia, no existe más. Es por ello que las religiones
orientales patinan en sus viejos encierros y la cultura occidental deja de lado
la tradición inteligente. La conciencia moderna se ha desgraciado. Por eso
estos tiempos de conciencia desdichada reciben el impacto de la Aufklärung destrozada. Cuando los perros
de Diógenes de Sinepe no sólo husmeaban sino que mordían había respuesta a la
desilusión. La única coincidencia es que el cinismo, en las asumidas formas
actuales, aparece cuando la civilización deja la inteligencia.
Un pintor italiano, Giorgio de
Chirico, lo articula así: los hombres tienen caras redondas y vacías, miembros
proteicos y son geométricamente parecidos a los humanos, pero sólo se les
asemejan. El hombre que pinta se parece a todos y a nadie.
@tlopezmelendez
Comentarios
Publicar un comentario