De la literatura





Teódulo López Meléndez

A Victoria de Stefano en su cumpleaños 80.

En el siglo XXI encontramos una degenerativa propuesta de la definición de persona. Podríamos decir que aquéllas no son más que detentadoras de poder. De allí a nadie puede extrañar que nuestra época sea la de los tecnológicos espectáculos. El mundo tiene que ser lo suficientemente fuerte para autoreproducirse constantemente en las apariencias y así llegar a convertirse en una falta de mundo. El escritor, en cambio, es un constructor y la imaginación creativa se alza como el único antídoto contra una absorción y extinción de la trascendencia. No quiere decir que el escritor trascienda. Aún hoy hablamos de Homero, pero cualquier lector de Peter Sloterdijk puede ir comprobando como los muertos se vuelven cada día menos importantes. Es lo que él llama “una humanidad horizontalmente reticulada”.  De allí que preguntarse por un propósito de la literatura carece de sentido  en un mundo donde los sentidos han sido derivados produciendo una fatal ruptura de la integridad del todo. Como lo recordaba Jünger el instante creador se produce fuera del tiempo  y por lo tanto ya no puede ser anulado.
  
El escritor, al asumir el mundo de la “no-apariencia”, deja de jugar con otro polo de referencia. Aquí no hablamos de un escritor como testigo de su tiempo o como alguien en que se pueden conseguir todos los retratos de su época. Lo que quiero decir es que el escritor derrota la apariencia ordinaria. Es un introductor que desvía hacia “lo que pasa en otra parte”.  El escritor descompone y recompone la estructura fundamental del mundo, es decir, vuelve a una especie de conocimiento original, se hace el demiurgo que llega a la parte no accesible al común y se hace poseedor así de los secretos. En pocas palabras, para seguir con Goethe, se aleja de las apariencias.
  
En un mundo en desbandada, como este, el escritor es un ser paradójico: es un trastornador que fija. Como bien lo dice Sloterdijk, no parece haber (en el mundo de las apariencias) alguien que cumpla el rol de posibilitar tránsitos. El escritor, al fijar el instante, cumple con ese papel, pues posibilita la única posible regeneración, aquélla que se vincula al nuevo  inicio. La literatura es la violadora antagonista del fin.

@tlopezmelendez

Artículo en el diario El Universal (Miércoles 24 de junio 2020).

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