Teódulo López Meléndez
Ya asistimos a lo insólito con la
mirada del descubridor de añicos. Podemos ver el protagonismo de acciones sin
precedentes en siglos y pensar es lo más natural. En un espacio de 21 años
hemos adquirido un excepcional complejo de sumisión a la inferioridad. Uno
puede irse a la antigüedad clásica y encontrar griegos prestando sus servicios
como soldados o detenerse en Roma engrosando sus legiones, pero esto de
negociar con mercenarios su acción para ir contra un régimen carece hasta de
congruencia hereditaria.
Los términos de la política en un
país cuyo anhelo de retorno se enmarca en el de un programa cómico de la
televisión amerita historiar la ridiculización. Francia tuvo desde el Mayo
famoso hasta la pasión por Coluche, la evolución desde Sartre hasta su sepelio por un procaz
humorista televisivo. Los pueblos se desvanecen hasta creer que los verdaderos
héroes son aquellos que satirizan a los políticos o a los pensadores. Es cierto
que el humor es temible, pero hasta este es categorizable.
Los tiempos mediocres engendran
profetas huecos, nos parece recordar como una afirmación de Camus. Hoy los
pueblos dejan transpirar sus confusiones mentales en las redes sociales, no
siempre por culpa propia, sino por unos actores que nos demuestran que no hay
indicios de nacimiento de una nueva realidad. La visión de lo humano nos indica
que toda transformación política realmente importante está precedida de cambios
del panorama intelectual. Con excepciones, aquí esas cosas llamadas
“influencers” son las que hablan, sobre sus propias estrecheces mentales, y las
que realmente importan a la vasta audiencia.
Mijail Gorbachov, en un momento
crucial, viajó a la RDA y soltó una frase famosa, “la vida castiga a los que la
posponen”. No se puede vivir posponiendo. Este es un país que reduce su reserva
moral a hombres para la teoría. Ya no existe un modelo venezolano de sociedad.
Nos han hecho un canal de espectáculos en serie y como ocupación principal nos
han impuesto seguir el thriller con la ansiedad propia del espectador que se
divierte.
Hemos perdido la capacidad de
distinguir los signos de nuestro tiempo y, en consecuencia, la de trabajar con
sus carencias y ventajas. Ya no alzamos la mirada y el entramado bambolea.
tlopezmelendez
Artículo en el diario El Universal (Miércoles 13 de mayo 2020)
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