Teódulo López Meléndez
El hombre tiene hambre. Las
cifras varían, pero basta detenerse en los informes de la ONU y sus organismos,
más los de las ONGs, para comprobar cuán lejos estamos de los buenos propósitos
y de los planes anunciados.
Las cifras rondan entre 795 y 925
millones de seres privados del más elemental de los Derechos Humanos, el de
alimentarse. Las causas son múltiples, desde los conflictos armados internos,
realidad de hoy, hasta el cambio climático, desde la inestabilidad política
hasta la infraestructura deficiente, desde la discriminación hasta la
ineficiencia de los gobiernos, pasando por una sempiterna injusticia social
llamada pobreza.
En el planeta unos 150 millones
de niños sufren retraso de crecimiento. En América Latina se estima que 32
millones están subalimentadas lo que se dispara a 16.5 si se incluye el Caribe. En nuestro
subcontinente se asevera la pobreza extrema llegó a su nivel más alto en 10
años.
Los ángulos son múltiples, la
forma en que producimos y consumimos, la escasez creciente de tierras fértiles,
el clima, el agua, la exclusión. De más está decir que el hambre, es decir, el
acceso restringido a una cantidad suficiente de alimentos, la privación de
nutrientes y/o la incapacidad de absorberlos, la ingesta insuficiente de
calorías, es un drama presente. El hambre se transmite de generación en
generación, desde la madre en el embarazo hasta la desnutrición en los primeros
meses de los bebés.
El sistema alimenticio está
roto. Hay que comenzar por reducir las desigualdades, no sólo el acceso a los
alimentos de manera directa sino a las decisiones, la implementación de
políticas, a las que se suma ahora la crisis ambiental.
El hombre con hambre se hace
dependiente, manipulable por los regímenes que se plantan en controlar el
acceso a los alimentos como fórmula para garantizarse lealtad. El hombre con
hambre se hace estadísticas para los discursos. El problema del hambre es
político y no se resuelve con el paliativo de envíos más o menos frecuentes de
comida. Pasa por eliminar, o evitar en lo posible las guerras internas, por la
instauración de gobiernos estables y democráticos en momentos en que la
democracia misma es mirada con recelo y desconfianza. Pasa por el renacer del
sentido de justicia.
@tlopezmelendez
Artículo en el diario El Universal (Miércoles 22 de enero 2020)
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