Teódulo López Meléndez
Cuando Catón, el gran tribuno del
Senado, vio llegar los objetos y conocimientos griegos a su amada ciudad supo
que la Urbe estaba perdida. En buena manera vislumbró lo que los filósofos del
posmodernismo llaman el "hombre estético". En otras palabras, vio que
Roma caería vencida por la cultura griega.
Los políticos no terminan de
aprender que quienes hacen la historia que vale la pena son los creadores, más
que todo los que viven en el lenguaje. Puede decirse que Aníbal, con sus
elefantes y su terquedad, cruzó los Alpes y que Bolívar cruzó los Andes en
procura de imitar su grandeza, pero fue Polibio, trasladado a Roma como esclavo
de guerra, (a quien realmente hay que prestarle atención), el que se preguntó
sobre el sistema político romano en procura de una explicación de cómo aquellos
toscos habían empleado la modesta suma de 56 años para acabar con una de las
más esplendorosas civilizaciones que hayan existido sobre la faz de la tierra.
Volviendo a Roma, uno recuerda
que los historiadores republicanos describieron con pestes y culebras la era
monárquica, olvidando que sin los reyes Roma jamás hubiese puesto sus legiones
a dominar al mundo conocido.
Ya no abundan tanto los profetas,
al fin y al cabo los hombres tenemos ahora a Internet y a los horoscopistas,
más a Derrida, a Barthes, a Blanchot, a Hjemslev o a Wittgenstein, que son algo
diferentes. Nostradamus fue el más destacado profeta del pasado, pero hubo
muchos, como uno portugués llamado Bandarra que nació en una humilde villa
denominada Trancoso y que no alcanzó la fama de aquél por la sencillísima razón
de ser portugués. En cualquier caso los profetas decían lo que los humanos querían
entender.
Tenemos ahora la chatura de la
pantalla y relojes que han escondido el día y la noche y que pretenden
convertirnos a todos en astronautas sin las viejas referencias que construyeron
al hombre como hasta ahora lo hemos conocido.
Artículo en el diario
El Universal (Miércoles 27 de noviembre 2019)
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