Teódulo López Meléndez
La precisión del cambio la
definió Gilles Deleuze como el paso de una sociedad disciplinal a una sociedad
de control. En la primera existen instituciones que funcionan como la columna
vertebral y definen el espacio social, esto es, la llamada sociedad. Si a ver
vamos la casi totalidad de las instituciones que sirven de estructura a esa
sociedad civil están derruidas trayendo como consecuencia lo que este pensador
llama “vacío social”. La llamada sociedad civil, en algunos casos, sigue
conservando las instituciones y características que alguna vez la definieron,
pero estas han sido anegadas por las nuevas formas de control hasta llegar a
una de las condiciones esenciales de este, la hipersegmentación de la sociedad.
Aquí, y en todas partes, deberíamos comenzar a hablar más bien de una sociedad
poscivil.
Para la existencia de una
democracia la sociedad civil resulta indispensable. Es ella el campo donde se
producen las mediaciones esenciales al espíritu democrático. Bien podría
argumentarse que la sociedad civil se ha convertido en un simulacro de lo
social. La democracia, por ejemplo, parece alejarse de su marco de drenaje y
composición, para elevarse por encima de las fuerzas conflictivas que se mueven
en su seno. El poder que amenaza con surgir en el siglo XXI trabaja por encima
de una sociedad civil débil lo que le permite recuperar el sueño del dominio
total, de la modelación de los “contemporáneos” (antes ciudadanos) a su leal
saber y entender. En el campo del sistema político la democracia comienza a ser
mirada como un impedimento, como un estorbo.
Ya no estamos en una sociedad
industrial. Las formas de poder son otras. Las que corresponden a una sociedad
panóptica o, simplemente, a una sociedad de control. En consecuencia, las
viejas formas (sindicatos, partidos, asociaciones y todas aquellas
“instituciones” de la sociedad civil) se derrumban, al igual que los sistemas
de valores tradicionales. Hay nuevas formas de poder y también nuevas formas de
política, sólo que la tendencia es a la eliminación de esta última, es decir, a
un neo-totalitarismo. El “dividuo” no verá al poder y al no verlo le parecerá
ausente, inaccesible, y eso lo hará el amoroso dictador cuya eficacia está
garantizada.
Artículo en el diario El Universal (Miércoles 16 de octubre 2019)
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