La transformación



Teódulo López Meléndez

Los elementos que se acumulan en un sumario político no desaparecen, más bien establecen vinculaciones entre ellos como si una correa trasmisora imitara los procesos biológicos. Nada de lo que ha sucedido ha sido absorbido inocuamente. Todo toma su tiempo, desde la formación de una estructura endurecida hasta la aparición de la fiebre como manifestación de enfermedad.
   
Mirar el país como una totalidad es un ejercicio de pensamiento ausente. Algunos se dedican, apenas, aquí y allá, a determinar algunos síntomas o a señalar algunas ulceraciones. El cuerpo social revienta en múltiples protestas, aisladas las unas de las otras, que son aplacadas como casos puntuales, como si en el fondo no tuvieran relación entre sí.
   
Una respuesta que se encuentra frente a tantas muestras sintomáticas es la del mito consolatorio. El llamado al optimismo, a la fe, a la convicción de que se hace lo posible, es una especie de rosario cantado por quienes carecen, en primer lugar, de visión lo suficientemente profunda y, en segundo lugar, de capacidad para diagnosticar y responder ante un país al que no entienden.
   
Las células de este cuerpo toman el comportamiento que la enfermedad les impone. Los tristes protagonistas de estos sucesos llamados historia presente brillan por su ausencia en cuanto a centrarse en los elementos que podrían descongestionar las tupidas vías respiratorias de la república.
   
Nada pasa en vano. La desmemoria colectiva no es suficiente para incluir en la nada la cadena de hechos que vivimos y estamos viviendo. Vamos, por lo tanto, hacia las consecuencias. Cualquier estudioso de los procesos sociales que no estuviese imbuido por los hechos políticos contingentes, y lograse mirar un poco más allá, tendría que hablar de la metástasis.   

El país no va a distinguir entre quienes están con una fractura vertical que todos los estudios indican cansa ya hasta la sobrevivencia. El conflicto se traslada a otro escenario, a la de un país conjugado abajo que mirará hacia arriba y dirá que la realidad no le sirve y quizás asuma la inmensa verdad de que la realidad se construye. El reventón de la república enferma no permitiría ya previsiones. Si así fuese, entonces sí que viviríamos una transformación.


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