Teódulo López Meléndez
En este país
pululan las trampas. Este es un país entrampado, uno que vive una cotidianeidad
de trampa, una que parece alargarse más que una trampa.
Las trampas
están a la orden del día. Las tácticas para entrampar van desde la persecución
de fantasmas hasta la realización de crucigramas. La trampa se extiende desde
dispositivos para capturar e incomodar hasta juegos verbales insustanciales
rayanos en el acertijo.
En este país
se asiste a la vieja expresión “hacer trampa” como se mira un acto fraudulento
que anda detrás de un provecho malicioso y no se le considera más que una
acción no delictual.
El país está
trancado bajo la trampa. El proceso político se quedó estático en un punto, el
de la trampa. El país no encuentra como salir de la trampa porque los actores
piensan que se trata de un ratón buscando por las paredes de un laberinto la
posibilidad de encontrar el queso compensatorio. Los días pasan en la mayor
repetición concebible. No hay acciones para abrir la puerta de la trampa jaula
ni movimiento alguno que conduzca a aliviar al país de sus penurias ya asumidas
como fatídicas.
La trampa
parece construir nuevas rejas o paredes cada día. Estamos entrampados en la candidez, en una
anormalidad resignada. Existe un dispositivo que se sirve del engaño para
cazarnos. Se cuidan las salidas por la inseguridad, se busca en diversos
lugares por la comida, se asiste a la violencia intolerable, se busca refugio
ante la tormenta. La tormenta no cesa por los paraguas ni los impermeables ni
amaina con la resignación a estar en una trampa. La tormenta prosigue
haciéndose un torrente que arrasa, que produce apagones o nos deja sin ¨salidas
constitucionales, democráticas y pacíficas”, por decir lo menos ante la
avalancha en crecida de males que caen sobre la trampa, dentro de la trampa,
impidiéndonos visualizar otra posibilidad de futuro.
La trampa
tiene expertos operadores. Sobre la trampa se pasean los de diversos colores
haciendo signos vacuos para que los habitantes de la trampa confíen en una
forzada supervivencia. Los sucesos de cada día son mirados como noticias
extraordinarias cuando no son más que una repetición penitente de pervivencia
de la trampa.
Para que
haya trampa tiene que haber tramposos, manipuladores, actores que simulan ante
los entrampados que hay una obra en desarrollo, cuando la verdad es que la
escena es la misma y hacen todos los esfuerzos por alargarlas hasta que el país
se aletarga y se levanta al día siguiente a observar la misma caída
vertiginosa, el desamparo, la desolación que caracteriza a toda trampa.
Los
tramposos viven de la trampa. Suele llamársele clase dirigente, la misma que
produce adjetivos duros e insiste en reunirse con sus homólogos tramposos o que
proclama la inexistencia de un Estado de Derecho pero cada día acciona ante su
inexistencia.
El país se
está comiendo las migajas que caen en la trampa. Todos los días se acciona para
que nada pase, para que el hábito reine, para que la inercia prevalezca, para
que nada cambie la trampa en que
está el país.
Salir de la
trampa implicaría no mirar a los cuidadores y vigilantes de la trampa. Salir de
la trampa es no seguir el juego de los laberintos y de los recovecos que cada
día son lanzados para que las redes sociales ardan con supuesta y falsa
anunciación de noticias renovadas y de esperanzas catalizadoras. Para salir de
la trampa el país debe entender que está en una trampa.
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