Teódulo López Meléndez
Lo real es lo que existe, podría definirse
por oposición a lo situado en el terreno de la imaginación o de la ilusión. No
obstante, tal simplismo ha sido rechazado por la filosofía pues, para comenzar,
los sentimientos y las emociones también son reales, tanto como la fantasía.
El primero en desconfiar de los sentidos fue
Platón al distinguir entre una realidad sensible e imperfecta captada por ellos
y el mundo de las ideas, o Aristóteles, al suministrar el concepto de que cuando
una posibilidad se concreta surge una nueva realidad. El punto fundamental
estaba en la importancia atribuida a los sentidos en la comprensión del mundo,
de allí a la conclusión platónica de que lo observado por los sentidos no era
más que el reflejo de la verdadera realidad situada en el mundo de las ideas,
lo que conllevaba a considerarlo como una representación que carecía de un
sustento propio.
Por supuesto que las visiones fueron
cambiando, desde Aristóteles hasta Tomás de Aquino o hasta el empirismo
afirmando que sólo existen percepciones del mundo o hasta Kant sumando lo
percibido por los sentidos con las categorías mentales. Por otra parte, en el
terreno de la lingüística se precisa sobre el significado de “realidad” como
concepto abstracto y como concepto concreto, uno como el conjunto de todo lo
que es real y lo segundo lo que es real para el sujeto concreto. Es decir, la
“realidad” como algo conceptual o como cuantificable en el individuo existente.
Desde la filosofía clásica, con sus bases en
esencia y existencia, desde los argumentos ontológicos hasta la reflexión sobre
la “conciencia”, desde los esfuerzos por sintetizar racionalismo y empirismo
hasta las distinciones entre realidad dada y realidad puesta como categoría de
realidad, se ha tratado con insistencia de comprenderla a nivel de categoría.
Lo que pretendemos mostrar, antes que un resumen de la filosofía sobre
“realidad”, es que esta palabra ha sido y es esquiva en el campo de la
fenomenología ontológica, lo real como opuesto a aparente, lo real como
actualidad o realidad como existencia, la suposición de un acto de ser o la
determinación de lo real por el grado de plenitud de ser.
Lacan llegó a diferenciar la realidad de lo
real. La primera es sólo una percepción de los humanos y lo segundo es el
conjunto independientemente de cómo lo perciban esos humanos. Así, la
“realidad” está marcado por los medios lingüísticos culturales lo que lleva a
la distinción entre significante y significado y, obviamente, a su tesis sobre
el psicoanálisis y al sujeto asumiendo sus espejismos (“Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”). O
las tesis que pretenden actualización en el tiempo hablando de como la mente y
el mundo construyen conjuntamente la mente y el mundo.
Quizás, para aproximarnos a nuestro tema
deberíamos incidir en la distinción entre realidad y apariencia, pero primero
debemos acercarnos a la Teoría de la Relatividad y a la física cuántica. Newton
había establecido su “mecánica” que se suponía comprendía la naturaleza y sus
leyes, pero la comunidad científica pronto percibió que las teorías no reflejan
con exactitud la realidad. Einstein se puso a hablar del espacio-tiempo como
una goma estirada que los cuerpos deformaban forzando así a otros cuerpos a
acercarse. La cuántica, incluso llevada al terreno de la filosofía, puso bajo
cuestionamiento el concepto de realidad tal como lo entendía la cultura
occidental, con algo tan aparentemente sencillo como que no es posible medir
todas las magnitudes físicas que definen un sistema, es decir, si no puedo
saber el estado total de un sistema jamás puedo estar realmente seguro de lo
que va a suceder. Podríamos concluir que la realidad es sólo lo que cada
observador mide. Generalmente se habla en el terreno de la física de cosas como
la inexistencia de una realidad profunda, de universos paralelos, de la
realidad como creación de la conciencia. Tal vez fue el físico teórico Pascual
Jordan quien mejor lo resumió: "La
observación no solo afecta lo que se observa...también lo produce”
Stephen Hawking (“The Grand Design”) también se pregunta, vaya novedad, si la
realidad existe y cómo podemos estar seguros de tener de ella una percepción
verdadera y no distorsionada y apela a las leyes de la física como un consenso
aceptado, de manera que cuando dejen de serlo dejarán de ser la realidad, lo
que está más que demostrado en la historia del pensamiento humano. Generalizando,
tenemos modelos de realidad, pero no la realidad misma. Como Hawking lo afirma
todo concepto de realidad depende de una teoría. Para aproximarnos al concepto
de realidad social deberemos, entonces, partir de la base de llevar al plural
la palabra y hablar de realidades.
La realidad social
La
realidad social bien puede definirse como una construcción simbólica
estructurada por una sociedad específica, esto es, como una combinación de
subjetividades que parte siempre de sus propios parámetros y prejuicios,
derivadas de sus relaciones internas y de la visión de su entorno, uno
condicionado por diversos tipos de factores, desde la información que circula
hasta los paradigmas internalizados en las mentes de sus componentes. En otras
palabras, la realidad de un cuerpo social sólo puede lograrse mediante el
recurrir a abstracciones y análisis que van desde la psicología social hasta el
análisis de los llamados medios de comunicación, desde la investigación
sociológica de campo hasta la penetración en el lenguaje prevaleciente, desde
las relaciones económicas – con todo lo que ellas implican- , hasta una
medición del grado de conciencia política.
La realidad social es por tanto multiforme,
dada la obvia multiplicidad de sus actores y de los factores que le son
inherentes. Desde el control social que se ejerce sobre los individuos hasta
los valores, las formas de ejercicio del poder en su seno hasta la
implementación de los cambios culturales, muchos de ellos ejercidos mediante
apabullante propaganda por regímenes inclinados al totalitarismo. Todo lo cual
nos lleva al concepto de cambio, o mejor a su posibilidad, por cuanto podemos
admitir tiene la condición de transformarse, aunque el elemento historia nos
indique que tales cambios suelen suceder por lo que denominaremos rupturas.
Los intentos de cambios originados desde
arriba suelen encontrarse la resistencia ante la intervención social
generalmente inspirada por una concepción ideológica ortodoxa, lo que equivale
a denominarla como trasnochada. Los exitosos suelen provenir de factores internos
de gran variabilidad y que van desde el hartazgo ante un sistema autoritario,
lo que bien podemos denominar como factor político en sentido muy estricto,
hasta una concepción amplia y conveniente de la política que abarca todo tipo
de transformaciones internas que van desde la aparición de una nueva generación
(la que se requiere formada, lo que en infinidad de casos no sucede) hasta una
necesidad existencial que encuentre formas de expresarse y no sea taponada por
los actores que anunciándola hacen todo lo posible por convertirla en inviable.
La calidad de vida alcanzada,
fundamentalmente por el ascenso a estadística de clase media, implica –y lo
estamos viendo en algunos países latinoamericanos- nuevas y mayores exigencias.
Las crisis económicas que han azolado al mundo muestran procesos migratorios o
conflictos de calle. En un siglo XXI que ha comenzado en la indefinición nos
encontramos desde cambios sustanciales en el modelo productivo hasta la
aparición relevante de lo local, transformada en algunos casos en solicitudes
de independencia, desde la crisis del Estado-nación hasta un replanteo de las
ideas en sustitución de las ideologías entendidas como cuerpos cerrados de
doctrina que se proclamaban con respuestas a todo en el campo de la
organización socio-política.
Por supuesto que en el mundo actual surgen
otras fuentes de conflicto, desde un individualismo entendido como forma de defensa
frente a la imposibilidad de ejercicio de formas efectivas de cambio, hasta las
explosiones propiamente dichas que hemos visto en los últimos años y terminadas
en frustración. Encontrar un instante de cohesión capaz de producir cambios
sociopolíticos significativos –más allá de una simple sustitución de un
gobierno- es harto difícil cuando los errores amontonados han convencido a una
población de la inutilidad de un esfuerzo. Ello implica la pérdida de valores
tales como la comunicación, la empatía, la disposición para la acción común y,
sobre todo, el respeto. Toda necesidad de cambio latente, o simplemente
percibido implica para su concreción, un conocimiento de la propia historia, el
saber de los imprevistos con que suele sorprendernos y la plena conciencia de
que producirlo exige sacrificios en dramáticos precios a pagar.
La sociología ha discernido abundantemente
sobre el concepto de “realidad social”. Desde las anteriores que la
consideraban una integración de sustancias individuales por decisión voluntaria
y racional hasta las más actuales que desdeñan de esa sustancia individual alegando
que los individuos están modificados por los otros que han intervenido y
modificado su propia realidad, constituyendo lo que bien podría denominarse una
unidad primaria. Otros sostienen que lo social es pura imitación subsistiendo,
obviamente, la individualidad que es lo que cada uno hace por sí mismo. Si
concluyésemos que estas formas pertenecen a lo físico de cada individuo, pues
no habría “realidad social” sino individuos con modulación social.
Desde los estudios de las Naciones Unidas
sobre los alimentos que se suministraban a poblaciones sometidas a hambrunas
por cualquier razón, desde económicas propiamente dichas hasta conflictos
violentos, desde las concepciones más recientes del desarrollo sostenible hasta
la realidad palpable de la movilización social, encontramos hoy la acción
comunitaria como esencial, hasta la aceptación de formas de propiedad común
conviviendo pacíficamente con la propiedad privada individual. Esto es, con
pleno respeto por el individuo, al que preferimos llamar persona, la discusión
excede a la teoría sociológica, y filosófica claro está, y sus preguntas sobre
la vida en sociedad, para trasladarse a cómo modificar la realidad social
mediante un espíritu comunitario.
Una realidad social no es colocar un
observador sobre un amontonamiento. Es la riqueza de la multiplicidad de
alternativas que bien pueden concentrarse en objetivos, como un sistema
"autopoiético", lo que plantea el concepto de conocimiento, hasta el
punto de muchos hablar hoy de la necesidad de construir sociedades del
conocimiento, como también este autor lo ha planteado como objetivo para su
propio país. Ello implica desechar la comunicación como mera transmisión para
convertirla en acontecimiento que autoriza al manejo múltiple de posibilidades
o, si se quiere, es la apertura de una realidad a otra realidad. Cuando
hablamos de cuerpo social entendemos que uno, no acondicionado o cohesionado
por la solidaridad, ya no lo es, se ha convertido en un campamento, en una
permanencia forzada, en un existir desprovisto. Sin embargo, hay que recordar
que toda “realidad social” es siempre provisional, lo que llamaremos “un
momento”, uno en el cual la “realidad” se ha hecho común, lo que quiere decir
debe exceder a lo físico para ir hasta lo “imaginante”. No hay construcción
posible de nuevas realidades sociales sin la presencia de la imaginación
traducida a ideas. El conocimiento implica la toma y la respuesta, el
conocimiento implica un juicio.
Como el conocimiento
puede definir la realidad
En “La
construcción social de la realidad", P. Berger y T.
Luckmann plantean otro aspecto, si la realidad se construye socialmente es
porque esta no existe, no está edificada y estas ideas socialmente determinadas
es lo que llaman ideología. Es así como el hombre de la calle no tiene ningún
interés en cambiarla, de manera que vive en el conjunto de los signos y valores
que él considera lo real, lo que le lleva a considerar una ilusión la
pretensión de conocer una determinada realidad social en un proceso
transformador. Si seguimos a estos autores concluimos en la ideología como una
cámara oscura en el que la realidad parece invertida. En otras palabras, la
pregunta es cómo es posible que los significados subjetivos se conviertan en
facticidades objetivas, de manera que el objetivo de la sociología del
conocimiento debe centrarse en las maneras que para ese hombre común de la
calle se cristaliza la realidad ya establecida. Los objetivos fundamentales
serían la conciencia, el mundo intersubjetivo, la temporalidad, la interacción
social y el lenguaje.
Diría María Zambrano que el hombre es el ser
que padece su propia trascendencia, en esa búsqueda suya de unidad de la
filosofía y de la poesía de donde proviene el leiv motiv fundamental de su
obra: la razón poética. Egon Friedel (“Historia
cultural de los tiempos”) habla del “fin
de la realidad” basándose en los descubrimientos científicos que nos han
mostrado la incertidumbre del cosmos. Hoy se dice de la contingencia, de la
indeterminación, de lo inesperado, de la codeterminación y hasta del
escepticismo sobre los comportamientos de la realidad como para mirar sus
fenómenos. La ciencia ha elevado la observación por encima de la materia. De
allí tesis sobre el caos, sobre la incertidumbre o sobre las estructuras
disipativas, proceso en el cual el arte y la filosofía han hecho lo suyo,
contribuyendo a una evasión del ya esquivo concepto de realidad. Hoy nos
caracterizamos por el derrumbe de las certezas, desde los conceptos mismos de
sujeto y objeto. La realidad se desrealiza, bien puede ser la conclusión.
La tecnología nos ha introducido en la
simulación del ciberespacio que nos dota de un espacio imaginario donde lo
físico es sustituido por lo digital, a la copia de un mundo donde nunca ha
existido un original, tal como ha sido bien definido en casi todas las
aproximaciones filosóficas a este simulacro. La realidad ha sido absorbida
plenamente por la realidad virtual. En este proceso evanescente lo material se
evapora hacia una subjetividad acentuada que implica un creciente
desconocimiento por la separación que implica entre la realidad, tal como fue
descrita, sobretodo en la cultura occidental, y el modelo tecnológico virtual,
uno donde la realidad real pasa a un segundo plano, si es que tal realidad real
pudiera ser precisada. Esta realidad alternativa nos lleva a concluir que viviremos
de los efectos sin concresión.
La realidad virtual
La
realidad virtual es una simulación de otra simulación para permitir al usuario,
mediante el uso del artefacto tecnológico, una apariencia de presencia dentro
de ella. Esto es, modifica las coordenadas de espacio-tiempo para hacerse un
continuo donde lo importante es que el otro no tiene presencia física, que está
lejos. Este “compartir” permite una “relación” que es percibida como “real” y
como una posibilidad de manifestar identidad.
Por supuesto que la tecnología ha abierto
con ella posibilidades impensadas, incluso en el campo de la medicina o de la
arquitectura, pero a nuestro objetivo lo que interesa destacar es que su
principal “producto” es la sensación de presencia y la posibilidad de ser otro
durante el espacio de la inmersión. Este “hacer cosas especiales” nos la
presenta como un mundo activo e ilimitado. Si vemos el avance tecnológico
constatamos la aparición de instrumentos que permitirán sentir hasta la forma
propia de los objetos situados en el interior de lo virtual o cascos que
colocan, en cada ojo, pantallas diferentes de manera de conformar un relieve.
Sin detallar instrumentos parece avanzar a la conformación de una habitación
con visión de 360 grados entregándonos cualquier circunstancia imaginable.
Por supuesto que los aparatos tecnológicos
suelen ser espectaculares, lo que conlleva a visiones parciales o exageradas,
pero por encima de ello hay que precisar que su objetivo es engañar a los
sentidos a los que se dirige, concediendo una simulación de vida mientras niega
se trate de un simulacro donde se puntualiza lo importante es la “experiencia”,
de manera que termina la distancia de la representación.
En este caso específico podemos entender la
tecnología como un procedimiento técnico de acción sobre lo “real”. Existe una
heterogeneidad tecnológica que en el terreno de la “realidad virtual” está
desvirtuando al sujeto. Si la realidad pasa a ser fundamentalmente objetual,
con el sujeto desaparece una perspectiva para abordar el mundo donde la
abstracción fingida hace desaparecer toda concreción. Si tuvimos una sociedad
oral y una sociedad escrita resulta obvio que estamos entrando en una sociedad
electrónica, lo que quiere decir asistimos a una sustitución de lo que
subjetivamente hemos denominado una “realidad real” por una virtual donde el
tiempo se hace atemporal, el espacio inmaterial y donde no hay referencias que
llamaremos históricas, en el sentido de inexistencia de referencias a pasado o
futuro, dado que desaparecen las secuencias.
Es obvio que se puede hablar de una sociedad
tecnológica en cuanto se han erosionado los mapas cognitivos y las coordenadas
de tiempo y espacio haciéndonos entrar, en la realidad virtual, en una especie
der eterno presente donde lo inmediato es el protagonista. Las consecuencias
exceden al sujeto humano para tenerlas sobre amplios aspectos, desde el
concepto mismo de democracia, con todos los que implica, hasta el orden
jurídico y económico. Está claro que una época cambia fundamentalmente cuando
hay modificaciones cualitativas de la experiencia humana y, por ende, de la
cultura. La priorización del lenguaje audiovisual, la multimedia y el
hipertexto conlleva a formas distintas de percepción. El cúmulo de problemas
ontológicos, gnoseológicos, epistemológicos, axiológicos y teleológicos ya
provocan abundantes reflexiones.
La prevalencia del control de la experiencia
sensorial, nos ha convertido en necesidad apremiante la generación tecnológica
de realidad virtual. La filosofía ha discutido a largo si la conciencia es o no
real, si es simplemente una “virtualidad”, el ser intencional como puramente
virtual. Recordemos que una posibilidad no es real, es simplemente un proyecto.
El hombre crea -lo ha hecho en una “realidad real” proyectando sueños e ideas,
personajes y obras-, lo que ahora parece transformarse en una sustitución por
lo que crea la tecnología para intervenir los sentidos. No se trata, pues, de
una prolongación del hombre creador que crea virtualidades. Más bien asimila al
humano –con todo lo que le rodea- a un sujeto desaparecido.
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