Teódulo López Meléndez
Asistimos a una percepción
generalizada de la sociedad civil de la irrelevancia de las opciones
electorales. La única explicación posible es la similitud de las ofertas
políticas, pues, a pesar de la polarización y de las más que obvias
diferencias, hay comportamientos muy similares que conllevan a pensar en
ejecutorias igualmente viciadas. Quizás, en el fondo, la sociedad civil intuye
el principio de la legitimidad aplicado a la alternativa que presume “no hay
más nadie, deberán votar por nosotros” y se interroga, a la manera weberiana,
sobre la justificación del derecho a
ejercer el poder.
Eso que llamamos sociedad civil
siempre ha existido como concepto. Ya Aristóteles definía como tal a la
comunidad donde vive el ser humano. Con Hegel el concepto fue a dar a lo no
estatal e, incluso, antiestatal. Hoy hablamos de ella como no religiosa o
militar, poniendo el énfasis en su capacidad para asumir propósitos o de
promover causas. En otras palabras, la legitimidad de la sociedad civil
proviene de su capacidad de representar preocupaciones e intereses que los
ciudadanos manifiestan en el espacio público. Es obvio pensar que tales
preocupaciones e intereses han sido debatidos en lo que comúnmente se llama “el
diálogo civil”, puesto que nadie puede precisar esos dos términos si no ha
habido un debate democrático.
La democracia se hace de ciudadanos
y no de electores, hemos precisado en numerosas ocasiones. Sin una sociedad
civil viva la legitimidad del poder se corroe y se pierden valiosas iniciativas
que contribuirían a la mejora de las políticas públicas. En el campo meramente
político es obvio que su ausencia reproduce todos los vicios de la democracia
representativa, pero también del autoritarismo.
Es por ello absolutamente
necesario el “diálogo civil” para que el concepto de “sociedad civil” no se
degenere a la emersión de organizaciones que pueden argumentar representación
sin consulta.
Por supuesto que en el derecho
privado existe el concepto de sociedad civil como la alianza de dos o más
personas con fines legítimos. Lo estamos mirando desde el punto de vista de la
ciencia política, lo que implica el concepto de ciudadanos que actúan colectivamente para enfrentar
consideraciones y tomar decisiones en el ámbito público. Sin sociedad civil
cumpliendo los principios conceptuales señalados no puede haber democracia. Esa
conjunción de movimientos sociales no solamente ejerce una función contralora,
sino que deben ser la fuente elemental en la propuesta, o defensa, de nuevos
derechos y valores. Para generarla debe haber voluntad de generarla,
perogrullada aparente, pero que forma parte de una sociedad activa, dado que la
reticencia, el desdén o la demora en organizarse para la expresión de ideas o
propósitos, conduce a la pérdida de toda oportunidad para el logro concreto, de
manera especial si se está bajo un régimen autoritario. No en vano Jürgen
Habermas le agrega la posibilidad de
defenderse de la acción estratégica del poder y del mercado y la viabilidad de
la intervención ciudadana en la operación misma del sistema. Esto es, el
concepto de sociedad civil ha ido adquiriendo complejidad teórica que lleva a
implicar la derogación del concepto de política como delegación. En un mundo
donde las entidades intermedias tradicionales (partidos, sindicatos, gremios) han
ostensiblemente perdido fuerza la acción de la sociedad civil emerge como un
nuevo desiderátum contemporáneo.
Sin duda que "Sociedad civil y teoría política", de Jean Cohen y Andrew Arato,
es una obligatoria referencia teórica, una que necesariamente parte de la lucha
contra el autoritarismo, es decir, el concepto enmarcado dentro de la situación
política actual. Aún más, en el supuesto de su abolición, sobre el retorno a
una democracia representativa o un salto calificado a lo que nosotros hemos
denominado una democracia del siglo XXI. De allí la importancia de este
planteamiento teórico que comentamos, pues de la creación de una nueva realidad
histórica
creemos se trata.
creemos se trata.
Entre otras cosas Cohen y Arato
refutan a Hegel señalando que la economía no es parte constituyente de la
sociedad civil e insisten en la autonomización de las esferas del Estado y la
sociedad civil. Algo muy parecido a lo dicho por Gramsci que comprende a la
sociedad civil, al Estado y al mercado como esferas autónomas con añadidos de Tocqueville,
lo que denominan “un modelo centrado en la sociedad”. Resumiendo, las
asociaciones voluntarias y de esfera pública son las instituciones
fundamentales de la sociedad civil lo que le confiere el papel fundamental en
la lucha por la democracia y por su calidad, creyendo nosotros que esto último
pasa por un control permanente y deliberativo que la libere de las taras de la
representatividad, agregando que la sociedad civil encarna la posibilidad de
toda la ética moderna.
En este modelo conceptual la sociedad civil es, entonces, una esfera de interacción social entre la economía y el Estado, incluidas las esferas intima, de asociaciones, de movimientos sociales y las formas de comunicación, lo que significa, señalamos, la obligación de cuerpos sociales precarios como el venezolano de ir hacia una gran resolución que emane desde sus propias bases.
En este modelo conceptual la sociedad civil es, entonces, una esfera de interacción social entre la economía y el Estado, incluidas las esferas intima, de asociaciones, de movimientos sociales y las formas de comunicación, lo que significa, señalamos, la obligación de cuerpos sociales precarios como el venezolano de ir hacia una gran resolución que emane desde sus propias bases.
Un conservador como Larry Diamond (Developing Democracy: Toward Consolidation)
sostiene que está bien la separación de sociedad civil de economía y Estado,
pero ve tal complejidad en la definición de lo que para él es “…espacio de la vida social organizada que
es voluntariamente autogenerada, (altamente) independiente, autónoma del Estado
y limitada por el orden legal o juego de reglas compartidas...” merece un
análisis separado en sus esferas “económicas,
culturales, informativas y educativas, de interés, de desarrollo, de
orientación específica y cívicas”, no sin introducir la observación precisa
de exclusión de los partidos considerándolos una “sociedad política” aparte con
la cual, obviamente la civil puede influir, determinar o interactuar. Su aporte
a la democracia, limitar el poder estatal, adiestrar a los ciudadanos para la
democracia, ser el espacio para el desarrollo de los atributos de la ética, representar
y organizar los que están fuera de esa “sociedad p
olítica” llamada partidos,
generar y formar nuevos líderes para la vida pública
Una sociedad que no dialoga, que no genera
líderes y que no procura cubrir la abstinencia de los entes llamados al aporte
mayor (universidades, dixit) no entra en el concepto de sociedad civil. Será
una simple sociedad anómica en peligro de disolución. Digámoslo así: toda
discusión sobre sociedad civil en el plano de las ciencias políticas lo es
sobre la teoría democrática.
En el caso de regímenes
dictatoriales la sociedad civil es una de las alternativas posibles a su
superación. Las otras dos son o la intervención militar o la disolución por sí
mismo por un proceso degenerativo indetenible. Hay que tener un proyecto discutido
y generado en la sociedad civil. Sin él estará cual brizna de paja en el
viento, de espaldas a sí misma, convertida en lo que muchos teóricos llaman ya
una “sociedad acivil”.
Espacio público como escenario argumentativo
Otro ángulo interesante a considerar es el de
“espacio público” desde su dimensión social, cultural y política, dado que es
allí donde la gente se encuentra, o al menos se topa, estableciendo la
posibilidad de una acción común.
Es obvio que el término haya pasado a las
ciencias sociales dada su inmensa posibilidad para el “diálogo civil” en una
identificación simbólica. Así, podemos encontrar en Kant una de las primeras
referencias, pero fue Jürgen Habermas (L'espace public: archéologie de la publicité comme dimensión
constitutive de la société bourgeoise) quien lo colocó en la
dimensión de estos tiempos como un sitio donde proceder a la transformación de
la vida pública.
“Espacio público” es para Habermas uno
usurpable a la autoridad y donde metafóricamente se ejerce la crítica contra el
poder del Estado. El debate conlleva a una diferenciación entre “espacio
público” y “opinión pública”, concepto este último afectado por las
manipulaciones, lo que lo lleva también al campo de la teoría de la comunicación.
Es perfectamente abordable, además, desde
situaciones obvias de nuestro tiempo, como la apatía hacia la política, el
desencanto, las ofertas incumplidas, el encierro en la vida privada como
evasión o el ejercicio de una catarsis frente a lo que la desesperación
considera inmodificable.
De allí el espacio público (ya no
entrecomillado) es retomado como uno que se ve, que está allí, que es común y
bien puede ser tomado como uno ideal para el ejercicio de la ciudadanía. Desde
el espacio público donde se delibera puede ocasionarse un sinfín de procesos
políticos, pero también culturales y hasta económicos. El entremezclar espacio
y público y ciudadanía conlleva una superación de la fragmentación, dado que en
él no hay diferenciaciones irritantes de exclusión, por el contrario, se amplía
la participación social, nace una pluralidad del uso de lo común y una mayor
capacidad de ver que acentúa el control ciudadano sobre el poder.
Si tomamos de Habernas “por espacio público entendemos un ámbito de nuestra vida social, en el
que se puede construir algo así como opinión pública” vemos en toda su
dimensión el espacio público como el lugar de salida de la opinión pública, lo
que lleva a una consideración que ya hemos expresado en este texto, el espacio
público no como espacio político (recordemos la diferenciación con los partidos
como sociedad política, a manera de ejemplo, sino como uno ciudadano, civil,
como uno de la vida y no de un determinado sistema. Hannah Arendt en “La condición humana” había señalado que la modernidad había
extinguido las diferenciaciones tradicionales de las esferas pública y privada
para subsumirlas en la esfera de lo social.
Se suele distinguir en el terreno de la
filosofía política entre concepciones conservadoras, emancipadoras y sistémicas
de espacio público. La primera se da ante un modelo autoritario donde el
monopolio del Estado es tal que crea por exclusión a la sociedad civil como
ente diferenciado. La segunda es tomada como una de racionalización del poder administrativo
o o de generación del poder comunicativo. La tercera como un filtro del sistema
político y la formación de temáticas. Entre todas hay aspectos comunes, aunque
las más recientes tesis apuntan a hablar del espacio público informal, es
decir, aquel donde se produce un entendimiento intersubjetivo que integra y es
la verdadera causa de una opinión y de una voluntad verdaderamente
democráticas, hasta tal punto de legitimar o deslegitimar el sistema político.
Otros van más allá hasta considerarlo como el instrumento de la conexión de la
política con la vida, siempre mirándolo como lo que debe ser: un escenario
argumentativo. Se entra así en otro campo, el de la existencia de una soberanía
popular que forma opinión y voluntad estructuralmente movilizadas, es decir, lo
contrario al populismo que es antidemocrático por esencia. Se trata de orientar
los temas hacia algo con sentido, lo que permite señalar el mal uso de algunos
medios electrónicos como una dispersión. Se trata de lograr con el “diálogo
civil” en el espacio público” que las cosas sean de otra manera, lo que
conlleva a una sociedad civil deliberativa y actuante.
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