Teódulo López Meléndez
Cuando Emile Durkheim
desarrolló el concepto de anomia tenía en mente a algunos individuos a los
cuales la estructura social no podía suministrar los elementos necesarios al
logro de las metas sociales. La sociología asumió el término hasta las
definiciones de hoy colocando la responsabilidad en la incongruencia de estas
normas que conllevan a la desorganización o aislamiento de los individuos. De
allí se origina deanomia como equivalente a la ruptura de las normas sociales.
La criminología lo
asumió colocando la conducta desviada del delito y el crimen en las capas
socioeconómicas más vulnerables como efecto de un colapso de la gobernabilidad.
En sus libros (La división del trabajo
social y El suicidio) Durkheim
muestra una disociación entre los objetivos culturales comunes y la
imposibilidad de acceso de sectores a los medios para lograrlos. Luego Robert
K. Merton (Teoría social y estructura
social) amplió y modificó, en algunos aspectos, el concepto original.
La
desinstitucionalización llega hasta la caída de las posibilidades y
oportunidades para alcanzar nuevos estadios de desarrollo. Cuando se es anómico
no se puede acceder a los medios o no hay normas para el comportamiento. En
este rostro dual entre falta de oferta de la sociedad y la demanda de los
individuos la anomia se implica en otras disciplinas como la psicológica. Va,
necesariamente, sobre el comportamiento diario de la gente o haciendo trampa
para evadir controles o pagando comisiones o recurriendo, como en el caso
venezolano, a esa práctica del bachaqueo, una sin lugar a dudas anómica. Las
consecuencias son las de una sociedad disfuncional.
La anomia social implica un
menoscabo de valores y sobre todo un estado anímico que, en los tiempos
actuales, podemos percibir claramente en las llamadas redes sociales. Hasta el
comportamiento del hampa, una que no se limita a apropiarse del bien ajeno sino
que mata sin necesidad, es un efecto de la anomia que hace de la muerte parte
integrante de lo diario.
Filósofos y epistemólogos se han
referido a la realidad como una abstracta reconstrucción desde la Grecia
antigua misma. Durkhein se centró en el debilitamiento del orden normativo,
tema asumido por la sociología y descrito por Raymon Aron en Las etapas del pensamiento sociológico. Muchos vincularon su evolución al de la sociedad
industrial pero, en términos generales, se puede argumentar en la existencia de
expectativas recíprocas que se rompen por irrespeto a las normas, uno que
conduce a la pérdida de la solidaridad.
He aquí cuando Merton emerge,
representante de lo que se ha dado en denominar “estructural funcionalismo”,
llevando el concepto de anomia a dos vertientes, una que se da a nivel
individual y la que se refiere a toda una estructura social, siendo evidente
que es la última la que nos interesa para estos breves comentarios, pues
concluye que la presión sobre la gente puede llevar a un comportamiento
conformista o a uno no conformista, manifestaciones que vemos en el
comportamiento anómico político y social venezolanos, entrelazándose hasta el
punto de la confusión. Los individuos pueden manifestar conformidad con lo
institucionalizado o la presión conducir a conductas desviadas, de entre las
cuales cabe mencionar al hampa. Algunos lo llaman simplemente resentimiento.
En Venezuela las
reglas sociales están absolutamente debilitadas lo que conlleva a la
desorganización social. La impotencia ante ciertas realidades transforma el
concepto de anomia en uno político, dado que la convicción de que toda acción
es ineficaz transforma no sólo al individuo sino a la nación misma y acaba con
toda institucionalidad que se ha alejado escandalosamente de todos los valores.
Aparece la ansiedad y una sociedad violenta traducida, en buen venezolano, a
“viveza”, una que se pondera de traspasar todos los límites. Cuando la acción
política gobernante tiene como propósito transformar a los individuos en meros
engranajes necesariamente se produce el disenso sobre “valores” impuestos, uno
que aumenta su desesperación al no encontrar las vías de la ruptura y la
reedificación de otros.
Si quienes deben
cumplir las normas no son confiables, si obedecen a un interés de permanencia
en el poder o a la ideologización de toda una sociedad, si los encargados de la
aplicación de la norma son dependientes del poder o si la corrupción es
evidente, se pierde la posibilidad del futuro lo que conduce a la emigración
masiva, entre otras muchas, pues la única definición posible es la de admitir
la existencia de un país anómico y como el suicidio no ha escapado de los
estudios sobre la materia es perfectamente lícito asegurar en términos de
anomia social que un país anómico se encuentra al borde del suicidio. De manera
especial cabe señalar los cambios abruptos en la economía, entre los cuales una
alta inflación y un desabastecimiento seguido de intento de control sobre el
suministro de alimentos como forma de control político, a la vez que como forma
de disfraz sobre la ineptitud e incapacidad de los gobernantes.
Como hemos señalado,
fue Merton el que llevó el concepto de anomia hasta los territorios del hampa,
del crimen y de las anomalías psicológicas, pasando por la existencia de normas
despropositadas y que, además, no se cumplen, unas que quedan en los anuncios
de los anuncios. De allí conformidad, ritualismo, retraimiento, rebelión. En
cualquier caso la palabra es desorganización, una que conlleva a la ansiedad y
a la agresión, una marcada por la ausencia casi total de un sistema simbólico
válido en el cual reconocerse. Tenemos un tejido social roto donde sólo limita
un Estado en uso ilegítimo del monopolio de la fuerza y un hampa desbordada con
pérdida absoluta de todo límite, mientras la población se encuentra ante una
ilegalidad y una ilegitimidad que la coloca al margen del acontecimiento
efectivo, dado que en su estado de perturbación reinan los políticos
aprovechadores o sin la esencia del conocimiento para interpretar los procesos
históricos, y una casi imposibilidad de cambio hacia un orden social válido que
se transforma en frustración.
La clave está en usar
la anomia para empoderarse. Hemos dicho repetidas veces que un proceso de
sustitución de la clase dirigente inepta y la imposición de nuevas normas de
conducta implica siempre un trauma. Venezuela vive en un suspenso donde los
nuevos valores están disponibles, pero no vistos por el cuerpo social anómico.
Quizás podríamos definir la situación como prepolítica, lo que de inmediato
lleva a concluir que se requiere un retorno de la política. En cualquier caso
la palabra es desorganización, una que conlleva a la ansiedad y a la agresión,
una marcada por la ausencia casi total de un sistema simbólico válido en el
cual reconocerse. Tenemos un tejido social roto donde sólo limita un Estado en
uso ilegítimo del monopolio de la fuerza y un hampa desbordada con pérdida
absoluta de todo límite, mientras la población se encuentra ante una ilegalidad
y una ilegitimidad que la coloca al margen del acontecimiento efectivo, dado
que en su estado de perturbación reinan los políticos aprovechadores o sin la
esencia del conocimiento para interpretar los procesos históricos, y una casi
imposibilidad de cambio hacia un orden social válido que se transforma en
frustración.
No tenerlas equivale a
un rechazo de lo dominante, pero a uno sin músculo. O como han señalado otros,
el autointerés es siempre incompleto, tiene que tener principios sociales que
lo sustenten y lo validen. Sobre la base excluyente del “yo” no hay
organización social sustitutiva que brote. Con marketing no se va a ninguna parte.
@tlopezmelendez
Comentarios
Publicar un comentario