Teódulo López Meléndez
El joven Miguel
Otero Silva bien noveló a la generación del 28 en su novela Fiebre. La calentura, para decirlo en
términos coloquiales, es ahora otra, la que invade a unos venezolanos acosados
por dengue y chikungunya, mientras no se oye al poeta Pío Tamayo proclamando a
la reina libertad sino el llamado angustioso a acetaminafen.
Lo que ahora se
escucha es de la eliminación del Ministerio del Ambiente, de la falta de
fumigación, de las redes sociales plenas de adoloridos pedidos de auxilio para
encontrar alguna medicina. Sairam Rivas, la joven chica de la Escuela de
trabajo social de la UCV, sale en libertad, si plenamente se puede llamar tal a
la prohibición de hablar.
Quizás deberíamos
ir más bien a Casas Muertas, dado el
anuncio de la venta de CITGO, del vencimiento de una deuda que es causa para
solicitar un procedimiento contra el profesor de Harvard Ricardo Hausmann y del
lenguaje altisonante, si lenguaje se puede llamar, que insiste en los manuales
periclitados y en las formas económica vencidas. Baste ver que los críticos
asomados en el partido de gobierno parecen rectificar pidiendo más socialismo
en una especie de asunción de los mitos para regenerarse de sus palabras
anteriores.
El país tiene
fiebre, una muy alta, una difícil de atacar en medio de la escasez. No hay
prevención, pero menos decisión, dado que nos permitimos recordar nuestra
solicitud de meses atrás a los usuarios de las redes sociales para que
exigiesen fumigación sin que nadie se tomase la molestia o simplemente nuestro
texto anterior llamando a una defensa social. El país pareciera acostado
soportando la fiebre sin ponerse siquiera compresas aliviadoras.
El país padece de
la indolencia, tiene fiebre. El inadmisible uso político de las enfermedades
nos ha hecho ver acusaciones al presidente de un Colegio Médico por su simple militancia
política o la denuncia reiterada de una nueva conspiración mientras los supuestos
golpistas tienen fiebre y el anuncio formal de que habrá acetaminofen desconociéndose si
alguna vez tendremos las medicinas para las diversas enfermedades que padecen
los integrantes de cualquier cuerpo social. Hay escasez, pero no de fiebre.
El país está afiebrado,
mientras los zancudos pican en repeticiones de constituyente, de elecciones
parlamentarias y de aplazamientos. Es que no hay en ninguna parte espirales,
tabletas o insecticidas, menos en el campo de la política porque la política
tiene fiebre y ya se habituó a las picadas de “país tropical”.
No titularía Otero
Silva Oficina No 1. Quizás repetiría
aquella travesura de “los tres cochinitos” contra la dictadura militar o invertiría
el título de otra de sus novelas para poner “este país llora cuando quiere
llorar”.
El país tiene
calentura, de esa que tumba, no de la que irrita y mueve a la acción. El país
está afiebrado, “tumbado” como coloquialmente se responde cuando se está en la
cama golpeado por una enfermedad. El país necesita acetaminofen, antivirales y
hasta pastillas anticonceptivas, aunque luzca difícil hacer el amor con un “fiebrón”.
Al país hay que
bajarle la fiebre, porque esta fiebre es peligrosa y cobra vidas. Al país hay
que medicarlo. Las responsabilidades son obvias, los retardos patentes, las
sustituciones de las calenturas por otras de asunción de una defensa
absolutamente necesarias. Al país inmóvil le cayó la plaga. El país está
enfermo, el país guarda reposo, el país está en la cama.
Quizás Otero Silva,
en una reescritura de La piedra que era
Cristo volvería a cambiar el ambiente y las parábolas, pero hoy tenemos que
decir que el país tiene fiebre porque el país tiene fiebre, sin metáfora, sin
parábola y sin imagen.
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