Teódulo López Meléndez
Desconocemos
si existe la palabra “polibiología”. Seguramente no, pero lo biométrico nos
autoriza a inventarla, pues todos los diccionarios nos dicen es estudio
estadístico de los fenómenos o procesos biológicos. De manera que llamar de tal
manera a un método de control de consumo de alimentos (en latín captahuellas,
en griego tarjeta de racionamiento) debe implicar una relación entre política y
biología, algo así como un interés del Estado en examinar los procesos internos
de los órganos de quienes habitamos en esta república desposeída.
Es el
escape hacia adelante. Mientras el país se cae a pedazos en áreas vitales el
régimen ratifica que el problema es el contrabando y una “guerra económica”,
asuntos para los cuales recurre a métodos biométricos que bien pueden
traducirse como abandono de toda racionalidad económica y persistencia en el
“manual para activistas”.
Las
advertencias han llovido desde todos los sectores, incluidos los afines al
oficialismo, pero he aquí que de nuevo se nos plantea una “puesta a la orden”
de los cargos del ejército de ministros con total sordera a las encuestas que
muestran descenso creciente o a los análisis que señalan un agotamiento del
tiempo para recurrir al pragmatismo.
El país,
mientras tanto, traga grueso, traga sin masticar. Los “dirigentes” se resumen
en profundidades como “queremos Maduro
renuncie ante el pueblo”. Otros observamos como las redes sociales resultan
inútiles para generar cualquier posibilidad de cambio, en un proceso regresivo
de su antiguo esplendor de cuando la “primavera árabe” o desde los “indignados”
europeos. El país chancea frente a cada
nueva turbulencia y lo hace desde una patética inercia que nos hace preguntarnos
si los análisis biométricos serán capaces de revisarle estómagos e intestinos.
Frente a
tal estulticia uno admite la existencia de extraterrestres, pero también la
discusión sobre si son o no inteligentes o vuelve a recurrir a una necesaria Antología del Absurdo sin que ninguno de
nuestros excelentes humoristas declare asumir la tarea. O vuelve a reclamar la
presencia de la inteligencia del interior del país asumiendo una rebelión
contra una clase política parasitaria, sin olvidar que hemos oscilado en esa
propuesta, oscilación seguramente originada en el hecho de que llamar la
atención del país sobre su inercia ya se hace tarea vana.
Con
inusitada frecuencia vuelca una gandola en estas carreteras nuestras y resulta
saqueada. Lo primero es lo extraño, lo segundo no, lo que nos hace recurrir a
una perversa imagen asimétrica (al fin y al cabo uno se contagia con la
métrica) para pensar que si este país se vuelca saqueadores no faltarán.
Una visión
retrospectiva de nuestra ya larga historia nos indica que servirle al país es
una de las tareas más difíciles, puesto que el país hace tiempo tiene el habito
de renegar de quien quiere servirle. Momentos históricos, en alguna medida
similares a éste, deben abundar, pero bajo un común denominador de pesadumbre:
este país siempre ha sido una indefinición, entre otras variadas razones porque
desconoce su pasado y carece absolutamente de memoria.
Dudamos si esperar por el “cambio de gabinete” para
escribir esta expiación semanal, pero nos asalta el enroque como medida
defensiva en el ajedrez –aunque esto sea en verdad una partida de damas chinas-
y las sabias palabras del gran maestro cubano Capablanca cuando indicó la vida
era muy corta para pasársela jugando ajedrez.
Confiemos, pues, en la capacidad biométrica de
suplantar insumos en hospitales y productos en las estanterías de los
supermercados, dado que los alfiles (léase ministros) cabalgan sobre los peones
y el Rey no se da por enterado de la eventualidad de un jaque. El día del envío
de este artículo carece de interés. Al fin y al cabo las cuentas y mediciones
sobre el cuerpo social hay que hacerlas con ábaco, como en la antigua
Mesopotamia.
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