Teódulo López
Meléndez
Están
fracturados el gobierno y la oposición. El país está fracturado. Los habitantes
de este campamento viven en una especie de batalla donde las culpabilidades se
usan como argumentos no para una evaluación equilibrada sino para tratar de
ganar ventajas sobre los adversarios del propio bando.
Las
horas de las batallas internas transcurren entre declaraciones torpes y
zancadillas en las cuales los múltiples bandos de los bandos juegan bruscamente.
De un lado se atribuyen responsabilidades sobre resultados y se hacen esfuerzos
por reposicionarse. Del otro, los obvios fracasos de la gestión gubernamental
lleva a movimientos que más bien parecen la instalación de una planta de ozono
similar a esa tan polémica que ha sido colocada en nuestro principal
aeropuerto.
Los
bandos no juegan en este momento contra su oponente, juegan dentro contra los
bandos del propio bando. El país fracturado observa o toma bando, porque sigue
pensando que su posibilidad es tomar bando, incapaz como es de percibir que el
único bando que puede tomar es el suyo propio.
Mientras,
un árbitro se establece, sin sacar tarjeta amarilla aún, permitiendo el juego
brusco que le conviene, para usar los términos impuestos en estos días por un
mundial de fútbol. La
Ley de Registro y Alistamiento para la Defensa Integral de la Nación, la
Brigada contra los grupos generadores de violencia y la autorización explícita
dada por el Tribunal Supremo de Justicia para que las Fuerzas Armadas se
conviertan en el principal partido político de la nación, atestiguan que el
árbitro existe. El poder real radica en las fuerzas militares, mientras el
gobierno se hace cada vez menos civil y la oposición cada día más torpe.
Desde el momento mismo de las
últimas protestas planteamos la necesidad de una revisión táctica de su
conducción y de sus comportamientos. Ahora lo que queda es barajarlo todo de
nuevo, antes que andar en la discusión banal sobre los resultados de ellas
–trágicas, por los muertos y los aún presos-, o enfrascarse en necedades como
esa de “no supimos gerenciar las empresas expropiadas”, cuando en verdad lo que
deberían preguntarse es si era oportuno hacerlo y sobre el camino inicial
apegado a una ortodoxia ideologizada que obviamente conduciría al fracaso. El
flamante orador de orden –si no me equivoco el primer jefe militar que hace de
tal el Día de nuestra Independencia-, evoca los paradigmas de la vieja
concepción pueblo-ejército-caudillo, con la especial diferencia de que ahora
falta el tercer elemento, a menos que se considere como tal a una unidad de
conveniencia de las Fuerzas Armadas o tal vez a un iluminado que brote de su
seno y que el primero presenta los signos del desgaste. Sangre árabe tenemos,
la suficiente como para que el papel de los militares egipcios se nos atraviese
cada vez que intentamos analizar el porvenir de esta eventualidad que se llama
Venezuela.
En el gobierno, con sus bandos
enfrentados, hemos visto movimientos leves de cambios de ministros que, como
siempre, son meros traslados, o el aparecer público de las disidencias tipo
Giordani y compañía más las especulaciones que apuntan a un cambio más profundo
porque parece llegada la hora ante el hundimiento de la economía. Del lado de
la “oposición formal” lo único que parece mantenerlos es la convicción de que
llegarán a las elecciones, que el camino para la sobrevivencia de su alianza
partidista meramente electoral está dado y que seguirán imponiéndole al país
“sus” candidatos y ejerciendo el monopolio de todos aquellos que detestan al
régimen.
Así anda el país, entre bandos con
bandos. Estamos en un juego bastardo donde no asoma por ninguna parte el
interés superior que podemos identificar con el destino de la república. El
país requiere recomponerse. Eso tenemos años llamándolo “unidad superior”, que
ningún parecido tiene con el uso de la palabra “unidad” como sinónimo de
chantaje, usada por ambos bandos y ahora con mayor razón para llamar al orden a
los bandos dentro de los bandos. La “unidad” para mantener la revolución o la
“unidad” para oponerse al régimen bajo la paternidad de la vieja clase
partidista, son demoliciones lingüísticas y material de desecho de una clase
política perversa. La unidad superior que nos interesa es la destinada a la
preservación de la república.
Mientras, el país admite no se
solucionará el problema del abastecimiento ni a mediano plazo, que el bolívar
seguirá devaluándose, que la calidad de vida seguirá en picada, que vendrá un
“paquetazo” memorable y/o que es la hora de emigrar, lo que se constata a diario
con las simples noticias de conocidos. Lejos el país de plantearse su propio
rumbo. El país fracturado toma partido por algunas de las fracturas de la
fractura. El país inconsciente se hace bando de alguno de los bandos de los
bandos. El país parece no tener aliento para empoderarse. Así los bandos y sus
bandos tendrán razón: en el país fracturado arrastraremos la agonía, y los
bandos, con sus bandos, triunfarán: llegaremos al 2019 con lo que quede de
república.
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