Teódulo López Meléndez
La economía no puede manejarse desde impulsos
expropiatorios. Las líneas económicas no pueden ser determinadas por un
iluminado que va recorriendo el territorio señalando con la punta del dedo lo
que debe pasar a control del Estado.
La economía ya no puede ser marcada por desvaríos
ideológicos. No es permitido ajustarse a cánones decimonónicos y proceder a
destruir un aparato productivo en aras de la supuesta edificación de una idea
rocambolesca.
Eso de ir a destruir el capitalismo para sobre las
ruinas construir el “socialismo del siglo XXI” es un desvarío. Qué hay que
avanzar hacia nuevas formas es un
mandato de los tiempos, pero hay que tener el tino de comprender que la
justicia económica en el siglo XXI se llama convivencia pacífica de distintas
formas de propiedad.
Pasos al azar, gasto sin control para pagar una deuda
social que había que pagar, pero sin la sabiduría del buen administrador.
Expropiaciones fuera del ordenamiento jurídico para avanzar hacia un
capitalismo de Estado que sería algo así como la antesala de la utopía
realizada contradiciendo la propia esencia de la palabra. Esos fueron algunos
de los desvaríos, a los cuales hay que agregar el de la corrupción, en
infinidad de casos permitida para ganar lealtades, para tener listo el expediente
por si alguien intentaba un desvío.
La economía es pragmatismo, hasta para construir un
nuevo modelo, como el que hace falta, porque ahora ni eso es discutible, dado
que hay que recurrir al librito para tratar de arreglar el desastre de una
economía en el suelo y tratar de que las medicinas sean para el paciente lo
menos dolorosas posibles.
Frente a la necesidad de correcciones están las
realidades políticas. Si tratan de enderezar los radicales argüirán se ha
abandonado el “Plan de la patria” y el heroico legado del “líder supremo”,
mientras que si se persiste en este camino el que termina de hundirse es el
país. Anuncian, por ejemplo, la necesidad de un cambio único, lo que es
evidentemente conveniente, pero todos tememos con él venga otra devaluación
brutal de nuestro signo monetario.
En economía, tal como no se pueden aplicar ortodoxias
ideologizadas, también se pagan los precios por las decisiones que se tomen. El
desastre a donde hemos llegado tiene, en consecuencia, un precio político que
el inmensamente débil Maduro deberá pagar, no sabemos si arriesgando incluso su
propia estabilidad.
La economía es pragmatismo, no ideología. Se hace lo
que conviene, aún dentro de un proyecto razonable de justicia, como el que
algunos consideramos de diversas formas de propiedad conviviendo pacíficamente.
El que en economía se plantee absurdos conduce a la ruina. No se puede pagar
deuda social a costa de hacer de PDVSA
un ente endeudado hasta la coronilla. No se puede vivir de subsidiar sin
plantearse la sustitución de los subsidios por formas productivas de
organización comunitaria.
En enero del 2013 advertí el 2014 sería el año
decisivo sobre el destino de Venezuela. Tal planteamiento no fue consecuencia
de algún súbito rayo de lucidez, sino de estudio de la agenda política y de la
evolución que llevaba la economía. Sigo pensando lo mismo y por eso he dicho
llegaré a su final opinando, no sin hacer –lo admito- un supremo esfuerzo de
disciplina. Desde las nociones básicas hasta las grandes decisiones, desde los
vericuetos de la psicología social hasta la realidad de una clase política
enclenque, el país venezolano sigue a merced de los imprevistos, del azar.
Comentarios
Publicar un comentario