El país entrampado





Teódulo López Meléndez

En este país pululan las trampas. Este es un país entrampado, uno que vive una cotidianeidad de trampa, una que parece alargarse más que una trampa.

Las trampas están a la orden del día. Las tácticas para entrampar van desde juicios falsos hasta un juego político vacio. La trampa se extiende desde dispositivos para capturar e incomodar hasta juegos verbales insustanciales rayanos en el acertijo.

En este país se asiste a la vieja expresión “hacer trampa” como se mira un acto fraudulento q anda detrás de un provecho malicioso y no se le considera más que una acción no delictual.

El país está trancado bajo la trampa. El proceso político se quedó estático en un punto, el de la trampa. Las acusaciones sobre el “diálogo” entre gobierno y oposición se asemejan al escándalo y las negativas tímidas por acusar a la otra parte de no haberse tomado en serio la tarea.

El país no encuentra como salir de la trampa porque los actores piensan que se trata de un ratón buscando por las paredes de un laberinto la posibilidad de encontrar el queso recompensatorio. Los días pasan en la mayor repetición concebible. No hay acciones para abrir la puerta de la trampa jaula ni movimiento alguno que conduzca a aliviar al país de sus penurias ya asumidas como fatídicas.

La trampa parece construir nuevas rejas o paredes cada día. La ineficiencia gubernamental se extiende como la inflación y la escasez, como la represión que encuentra en las universidades un blanco favorito, cual reproducción de mito griego redivivo.

Estamos entrampados en la ineficiencia, en un cándido aburrimiento, en una anormalidad resignada. Existe un dispositivo que se sirve del engaño para cazarnos. Se cuidan las salidas por la inseguridad, se busca en diversos lugares por la comida, se asiste a la violencia intolerable, se busca refugio ante la tormenta. La tormenta no cesa por los paraguas ni los impermeables ni amaina con la resignación a estar en una trampa. La tormenta prosigue haciéndose un torrente que arrasa, que produce apagones o nos deja sin Internet, por decir lo menos ante la avalancha en crecida de males que caen sobre la trampa, dentro de la trampa, impidiéndonos visualizar otra posibilidad de futuro.

La trampa tiene expertos operadores. Sobre la trampa se pasean los de diversos colores haciendo signos vacuos para que los habitantes de la trampa confíen en una forzada supervivencia. Los sucesos de cada día son mirados como noticias extraordinarias cuando no son más que una repetición penitente de pervivencia de la trampa.

Para que haya trampa tiene que haber tramposos, manipuladores, actores que simulan ante los entrampados que hay una obra en desarrollo, cuando la verdad es que la escena es la misma y hacen todos los esfuerzos por alargarlas hasta que el país se aletarga y se levanta al día siguiente a observar la misma caída vertiginosa, el desamparo, la desolación que caracteriza a toda trampa.

Los tramposos viven de la trampa. Suele llamársele clase dirigente, la misma que produce adjetivos duros e insiste en reunirse con sus homólogos tramposos o que proclama la inexistencia de un Estado de Derecho pero cada día acciona ante su inexistencia.

El país se está comiendo las migajas que caen en la trampa. Todos los días se acciona para que nada pase, para que el hábito reine, para que la inercia prevalezca, para que nada cambie la trampa en que está el país.

Salir de la trampa implicaría no mirar a los cuidadores y vigilantes de la trampa. Salir de la trampa es no seguir el juego de los laberintos y de los recovecos que cada día son lanzados para que las redes sociales ardan con supuesta y falsa anunciación de noticias renovadas. Para salir de la trampa el país debe entender que está en una trampa.




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