Relato sobre un país en pedazos



Teódulo López Meléndez

Una nación en decadencia presenta síntomas obvios. Desde los crímenes que sacuden a la sociedad hasta la cotidianeidad oprobiosa, desde el ejercicio violento del hampa hasta la escasez de calidad de vida.

En todos los ángulos tenemos ejemplos, desde la muerte de una estudiante de medicina por motivos fútiles hasta un niño disparándole a otro, desde un innegable repunte del hampa que mata por un teléfono móvil hasta los rostros deteriorados en largas colas para conseguir algo que comer.

El país está resquebrajado. No hay alimentos ni medicinas, no hay asistencia mínima en los centros hospitalarios ni la menor seguridad en las calles. Peor aún, desde el poder se habla un lenguaje demencial que ordena publicar vídeos donde supuestamente se incendia viva a una persona discapacitada o que promete, en recuerdo al caudillo, que en pocos años seremos una potencia. O que hace una petición a UNASUR solicitando se condenen sanciones al país que no son tales sino a miembros del régimen para encontrarnos que el organismo sudamericano acuerda condenar lo inexistente.

Sólo en un país decadente un régimen se puede permitir hablar desde una dislocación total. Sólo en un país desordenado los agentes políticos se pueden permitir llenar de sandeces las redes sociales. Sólo en un país donde el lenguaje se ha descaracterizado se pueden oír los lugares comunes como suprema oferta política y mostrar la desvergüenza como alta tribuna.

Este es un país con una economía hecha pedazos, con un Estado que debe a sus proveedores externos una suma superior a los 14 mil millones de dólares y que no puede pagar porque dilapidó los recursos, lo que demuestra que no habrá normalización del abastecimiento, sino puntuales arribos que pondrán a la gente a seguir corriendo hacia una cola. Destruido el aparato productivo, sin insumos primarios, con dementes que alegan las líneas aéreas se marchan debido a que enrumban sus aviones hacia el mundial de fútbol de Brasil, mientras desde el poder enloquecido se insiste en el camino equivocado.

El país está desvencijado con apenas muestras de lucha y lucidez entre sectores juveniles, aunque evidentemente interferidos, algunos de ellos, por la partidocracia, pues de otra manera no se pueden entender algunos planteamientos como la solicitud de una Asamblea Constituyente, sustituyente de la protesta, o un reclamo para que los factores enmudecidos que se revuelcan en un diálogo inexistente asuman a plenitud el liderazgo de algo que no sea de ellos mismos y de sus propios intereses.

El continente da pena. Un gobierno norteamericano presa de sus dudas y complejos, una Sudamérica enterrados sus gobiernos en el lenguaje y en la práctica decimonónicos, una OEA abandonada como trasto inservible, unos gobiernos envejecidos que se alimentan de falsa astucia. En la soledad este país se hunde en sus deposiciones.

Los países no tienen fondo, pueden caer y caer hasta el punto de que uno de los detestables niveles anteriores parezca ante el nuevo como un período soportable. Cada día será peor. Vuelve la pregunta de si los pueblos piensan con el estómago, como reza ese aserto repetido hasta el cansancio, y entonces uno mide los indicadores económicos, los índices de inflación, el deterioro del salario real, la devaluación de la moneda y el porcentaje de escasez, y concluye desconocer los tiempos de este que ya no es más que pedazos.

Un observador puede prever las más serias consecuencias políticas inclusive sin olvidar las condiciones externas de un mundo al garete y en pésimas manos. Un hombre de pensamiento llama a regenerar tejidos, a formar piel nueva, a tapar los boquetes que esta desidia e ineptitud han horadado en el cuerpo de la república. Para ello hay que apelar a las ideas y a la decisión. Si seguimos en este ritmo que nos han impuesto los fatídicos actores de esta degeneración de la política ya no habrá nada a reconstruir. Hay que romper el juego perverso, mediante la insurgencia de quienes reclamen el liderazgo y lo arrebaten de las manos impúdicas a estos actores de vaudeville.


Chronicle about a country in pieces

by Teódulo López Meléndez
A nation in decay displays obvious symptoms. From crimes shaking society, to opprobrious daily nature; from the violent exercise of the criminal underworld, to the lack of quality of life.

At all angles we have examples, from the death of a medical student for trivial reasons to a child shooting another; from an undeniable rise of the  gangland slaying because of a mobile phone, to the aggravated faces waiting in long lines with the hope of getting to purchase something to eat.

The country is cracked. There is no food, neither medicine; no minimum assistance in hospitals, nor the smaller safety in the streets. Even worse, from the government power, an insane language is spoken ordering to publish videos where, supposedly, a disable person is set on fire while still alive; or promising, in memory of the “caudillo” – the leader –, that in a few years we will be a world power. Or, who makes a request to UNASUR – Union of South American Nations – calling to condemn the sanctions against the nation, which are not such, but to the members of the regime; to later find out that the South American organization resolves to condemn the nonexistent action.

Only in a decadent country, a regime may allow itself to speak from a total disarticulation. Only in a chaotic country, the political actors can afford to overflow social networks with nonsense. Only in a country where the language is trivialized, common platitudes are heard as the supreme political offer and impudence is shown as a high tribune.

This is a country with an economy in tatters, with a State in debt with their external suppliers for a sum over 14 billion dollars, which cannot be paid because it squandered its own resources demonstrating that there is no normalization of the internal supply system, but isolated arrivals that will put people to keep running into a queue. With the productive structure destroyed, with no primary supplies, with lunatics alleging that airlines are leaving because their planes have been directed to the World Cup in Brazil, while the demented power insists on the wrong track.

The country is bewildered with a few signs of fight and lucidity amongst youth sectors, although obviously interfered, some of them, by the “partidocracia” – term used to  describe a democratic system where the political parties assume the effective sovereignty -, otherwise  some approaches such as the request of a Constituent Assembly, a  protest substituent, cannot be understood; or a complaint to the muted factors wallowed in a absent dialogue, to fully assume the leadership of anything but themselves and their own interests.

The continent is an embarrassment. An U.S. government prisoner of its own doubts and complexes; a South America with its own governments buried in the nineteenth-century language and practice, an OAS left like useless piece of junk, some aged about governments that feed on false cunning. In solitude, this country sinks in its stools.

Countries do not have a bottom, they might well fall and fall to the point that one of the detestable previous levels may seem bearable in comparison with the new one. Every day will be worse. Back to the question of whether people think with their stomach, as this assertion states, repeated ad nauseam and then, one measures economic indicators, inflation rates , decline of real wages , devaluation of the currency and the percentage of scarcity and, one concludes to disregard the times of this one, no more than pieces.

An observer can anticipate the most serious political consequences even without forgetting the external conditions of a world adrift and in terrible hands. A thinking man calls to regenerate tissues, to create new skin, to cover the gaps that these apathy and ineptitude have punctured in the body of the republic. For it, we must appeal to ideas and decision. If we continue at this pace, imposed by the fateful actors of these degenerate politics, there will be nothing to rebuild. The perverse game must be broken by means of the insurgency of those whom were to demand the leadership and snatch it from these vaudeville actors’ unashamed hands.

Traducción al inglés de Dirlay Castillo @ddcastilloy


Comentarios