Teódulo López Meléndez
Al tiempo que se
apela a la Constitución, que se le cita con el anhelo de verla, que se menciona
cada día alguno de sus artículos con una invocación que parece rezo, al mismo
tiempo se plantea la necesidad de convocar una Asamblea Nacional Constituyente para
liquidarla, para reformarla, para modificarla o, simplemente, para manosearla.
Si lo que se
procurase fuese exterminar de sus páginas la concepción de un socialismo del
siglo XXI es menester recordar que en ella no hay nada de eso. Si se buscase en
ella las causas de nuestro presente distorsionado y malévolo resultaría anómala
tal búsqueda visto que desde quienes se oponen al régimen se exige cada día su
fiel cumplimiento. Si el objetivo fuese sacar de cuajo el “Plan de la Patria”,
ya hecho ley, de manera absurda y en violación de todo lo que en términos
jurídicos puede considerarse tal, pues la acción sería vana dada que en ella no
está.
Si se procurase una
reforma de estilo, un eliminar del pésimo lenguaje que viola todo lo concebible
del español con su manía de creer que a la mujer se le honra con “niños y
niñas” dejando maltratada la lengua de Cervantes, pues entonces nos
aprestaríamos a otra fórmula prevista en ella misma para modificarla o
enmendarla. O tal vez si se anunciase una Constituyente con un proyecto
concreto de modificaciones, nos atreveríamos a señalar no reelección
presidencial, eliminación de los Consejos Legislativos de los estados y su
sustitución por una Asamblea de Alcaldes y exterminio de un excesivo
presidencialismo.
Entendemos que una
Constituyente se convoca con esos fines, pero aquí no. Aquí se plantea como “la
salida constitucional”, esto es, como la vía para tumbar al gobierno sin
mancharse las manos de eso que comúnmente llaman “golpe de Estado”, como un
quirúrgico proceso con guantes de látex donde los eminentes que no saben qué
hacer para dar una respuesta a un país harto de tantos males que cada día lo
acogotan, recurren a esa capa de protección supuestamente jurídica para decir a
un pueblo harto que la “salida es constitucional”. En el mejor de los casos,
para llegar a la próxima elección donde los dueños de la “unidad” como chantaje
llegarían al clímax.
Lo que se quiere
con la Constituyente es simplemente una disposición transitoria que declare
terminado el período de los órganos públicos, incluido al presidente claro
está, y que se convoca a nuevas elecciones generales. Lo ven tan fácil. Las
objeciones apenas parten del CNE o de la votación por máquinas. Algunos lo
vemos de otra forma: el cese de la protesta para recoger firmas, el
establecimiento de otra lista Tascón, la modificación de circuitos, los
impedimentos violentos para que las firmas lleguen a su destino, la
convocatoria, el acto de votación y, por supuesto, de los resultados. Si
lograsen vencer tales barricadas hay que mirar a este último. Una mayoría
dispuesta a redactar la famosa “disposición transitoria” podría hacer quedar a
José Tadeo Monagas como un niño de pecho sin que un Fermín Toro abriese la
boca. Una mayoría oficialista haría desaparecer la República Bolivariana de
Venezuela para que surgiese la República Popular Socialista de Venezuela.
Aquí no se trata ni
siquiera de esa torpe manía que los juristas llaman constitucionalismo o empeño
en creer que todo se arregla cambiando el texto básico. Ya bastantes
constituciones ha tenido este país. Aquí se trata de una maniobra burda, de un
planteamiento para acabar protestas, para “encauzar por vías legítimas” el
ansia de salir del gobierno, de respuestas de una dirigencia política sin
verbo, sin programa, sin ideas, sin estrategia, sin táctica, y sin talento.
Aquí estamos en un
combate político, no en una feria de baratijas o de magos que piden respondamos
debajo de cuál de las tres cartas tienen escondido el granito de café. Aquí se
requiere Poder Instituyente, el ejercicio diario de la democracia que mella al
totalitarismo, la deliberación diaria de una ciudadanía comunicada que impone
líneas y decisiones, una acción cotidiana que va imponiendo los parámetros de
sustitución de élites y de las circunstancias vergonzosas. El Poder
Instituyente no recoge firmas, delibera. El Poder Instituyente no va al CNE,
cambia paradigmas culturales. El Poder Instituyente, no se reúne por un tiempo
delimitado, sino que lo hace a diario, cambiando a diario, instituyendo y desinstituyendo que para eso la soberanía originaria recae en
el pueblo, la que deberá ejercer sin constituyentistas.
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