Marcos Pérez Jiménez, presidente constitucional






Teódulo López Meléndez

La mirada se dirige preferiblemente a los espectadores y no al espectáculo. Haberles dicho unos cuantos lugares comunes alimenta la catarsis. Como si de un debate electoral se hubiese tratado se apunta a la victoria, lo que, obviamente, no considera algún resultado. Como si de una primarias hubiese sido se toman preferencias por quien supuestamente estuvo mejor. El “oíste lo que le dijo” se enarbola entre risas nerviosas. Se exceden algunos al proclamar que fue el enfrentamiento entre civilización y barbarie, mientras otros establecen como vendetta conseguida haber interrumpido al especialista en “cortar” micrófonos en el remedo de Parlamento que maneja como pulpería de pueblo y, en consecuencia, haber hecho justicia a los diputados que no saben si algún día podrán hablar como se debe. Algunos se transfieren al boxeo y hablan del primer round con la elegancia que suele acompañar al desparpajo superfluo.

El país se aplicó a comentar durante el día el capítulo anterior de la telenovela. Es su hábito desde que este subgénero irrumpió para quedarse. Se omitió el cartel que suele acompañar a todo reality show, el que indica que no todo lo presentado se compagina con la realidad o que algunos hechos fueron cambiados para proteger a los inocentes. En el imaginario colectivo la palabra “diálogo” fue rápidamente cambiada por la palabra “debate”, cambio lingüístico no siempre apreciado por los escasos de vocabulario.

Aún así, hay que mirar al debate. Aquí no hay elecciones, a no ser las convocadas previamente para sustituir a los alcaldes de San Cristóbal y San Diego, presos políticos sobre los cuales el llamado a votar indica seguirán presos, siendo la libertad una de las “condiciones” establecidas para retomar la rutina de un régimen dictatorial que avanza y de una oposición formal que desea el tiempo pase para llegar a una nueva elección o a eso que llaman “salida constitucional”. El mundo celebra el inicio, dejando atrás todos los avances y eventuales pronunciamientos sobre la realidad del país. En la calle se cometen torpezas, como una huelga de hambre. Uno vuelve inevitablemente a los espectadores para concluir que los indicadores apuntan a que se sienten muy bien representados en la clase política mostrada en pantalla, mientras otros nos consolidamos en la tesis de que las posibilidades del país pasan por defenestrarla.

En medio de la confusión uno llega a recordar que el extraño lenguaje del régimen de ponerle femenino a toda palabra se aplica en un caso del Derecho Mercantil, donde bien se podría hablar de protesta y de protesto, siendo este último un documento para dejar constancia del no pago de un efecto de comercio. Mientras, sigue desaparecida la periodista Nairoby Pinto, en nuestra opinión un hecho de extrema gravedad.

Me asalta la infancia. Recuerdo de pequeñín el jingle que sonaba incansable repitiendo “Marcos Pérez Jiménez, presidente constitucional”. La invocación a la Constitución es, desde cuando tengo memoria real porque la remota la tengo de esa costumbre que los venezolanos no practican de leer historia, una acción recurrente de la política, hasta para permitir a uno de los Monagas exclamar que ese era un librito que servía para todo. Uno recuerda a la presente  evaporada y algunos conceptos básicos como las normas primarias que permiten una convivencia de un cuerpo social que sabe de la referencia a la hora de administrar los conflictos propios y necesarios de la política.

El país persiste en un punto peligroso. La economía sigue allí, con su carga de molestias y déficits. Los estudiantes, sobre los cuales las cifras espantosas prueban que jamás habían sido tan golpeados contando desde que Colón avizoró estas tierras, siguen allí, con errores propios de la juventud, pero incansables. La ratificación explícita del régimen sobre su encierro apunta a un gotero medio tapado a la hora de soltar una concesión de libertad o una ligerísima corrección del rumbo. El conflicto está intacto. El país no.



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