Teódulo López Meléndez
En 1957 Monseñor Arias Blanco emite
al país una pastoral que sería leída en cada templo. No hay un llamado a
derrocar a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Lo que hay es una apelación a
un cambio histórico que el ilustre prelado sustenta en la doctrina social de la
Iglesia. Eran los tiempos de la migración rural a las ciudades, de la mala
distribución de la riqueza y de una situación profundamente negativa para los
trabajadores. Es así como aquella pastoral procura una respuesta que no se
centra en un diálogo sino en una superación definitiva de aquel presente. Era
un país naciente regido por un gobierno incapaz de entenderlo, desde sus formas
dictatoriales y desde su inepcia conceptual.
La Conferencia Episcopal Venezolana
emitió un documento sobre este otro presente con severas denuncias contra el
régimen, con la ilación de lo que todos conocemos, con algunas críticas suaves
a los sucesos de calle y con un llamado al diálogo enmarcado en una afirmación
tajante que lo contradice: el “totalitarismo” está encarnado en el “plan de la
patria”. Casi banal recordar que ese “plan” es ley y constituye el corazón
mismo del actual régimen. En otras palabras, el diálogo sería sobre lo
tangencial, aunque sea grave y doloroso, puesto que podremos considerar que
quienes gobiernan no estarían dispuestos a arrancarse ese órgano vital. Por
encima de las palabras duras no hay planteamiento alguno hacia una transición y
menos hacia un cambio histórico como lo planteaba Arias Blanco. En otras
palabras, para quienes comparan 1957 y 2014 desde el ángulo de la Iglesia, no
hay nada en común.
En este cuadro uno recuerda la
veteranía y sapiencia de la diplomacia vaticana. Como también debe hacer
mención a UNASUR en sus esfuerzos de diálogo, puesto que es notorio que estos
mis artículos de opinión irán a parar a un libro que escribo sobre este duro
año 2014 con el único propósito de ayudar a entender a algún historiador ignoto
que dentro de 50 años merodee por estos tiempos tormentosos.
La palabra “diálogo” tiene sus
propias connotaciones y las reuniones sus propias reglas, tales como establecer
número de delegados de cada parte, nombres, lugar de reunión y agenda.
Contradictorio reunirse sin haber tenido la más mínima injerencia en los sucesos
que se discuten y sin llamar a formar parte de la propia delegación a quienes
desde la cárcel o desde la calle han sido sus protagonistas. No se hace porque
se tiene una franquicia, que si bien es sólo electoral, bien sirve para revivir
desde la falta de protagonismo y sirve como bombona de oxígeno para mantener
con vida aparente a la clase dirigente sin perspectiva.
Sobre el presente seguramente habrá
demoras, esguinces y contradicciones. Mientras, el acoso represivo sobre una
zona de Caracas por más de seis horas es “resuelto” diciendo que se establecen
siete u ocho puntos de control para evitar violentos y se llama a la población
a no hacer caso de grupos minoritarios. Dije en Twitter que antes los alcaldes
construían alcantarillas y ahora las tapan y que antes los alcaldes agradecían
a sus electores mientras ahora los llaman “grupos minoritarios”. Me he
permitido recordar mi constante afirmación de que las posibilidades de este
país pasan por defenestrar a la clase dirigente.
En situaciones como la que vivimos
el laberinto está lleno de huecos, no precisamente como respiraderos, más bien
como efectos de una implacable polilla. Venezuela es un país sin memoria. Ya no
recuerda en los sucesos de los años pasados se nombró una Comisión de la Verdad
que jamás se instaló y que hubiese impedido, por ejemplo, la prisión de Iván
Simonovis. Ya nadie recuerda al único firmante que se precinó y que hoy preside
CEDICE y que dentro de pocos días tendrá una sesión en Caracas con la presencia
de Mario Vargas Llosa. No podemos especular con que ahora alguien se haga la
señal de la cruz sobre sí, pues tal vez colegiraríamos que Parolín es santo y que Francisco ya hace
milagros.
Lo digo porque es difícil hablarle a
un país sin memoria. Este país suele arrebatarse de ira por dos días cuando al
tercero ya no recuerda la causa de su ira y los protagonistas de las engañifas
comienzan a tejer las nuevas. No hay respuestas sobre las preguntas de fondo,
porque el avenir suele estar lleno de imprevistos. Baste recordar que hay que
construir una nueva opción para el futuro desde el cual se cambia al presente,
que debe procurarse un cambio histórico y que las restauraciones no conducen
sino a una revolución repetida.
Si ese desconocido historiador para
el cual armo el expediente no logra entender seguramente la explicación se
encontrará en que nació en el exterior hijo de venezolanos que emigraron
mientras una clase dirigente vivía de la alharaca y de los simulacros.
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