Teódulo López Meléndez
Los apagones suelen
suceder por la falta de innovación. Quien se mueve en lo social-político tiene
el deber de apelar constantemente a la inteligencia para encontrar
planteamientos novedosos, de modificación de los caminos. Las prácticas que
muestran ausencia de resultados se dejan por otras.
Podemos admitir la
inexistencia de un país alerta, con criterio suficiente para moverse con
sagacidad en este cuadro absurdo de las maniobras cuasi infantiles y de la
repetición de los mensajes desgastados. Aún así, podrían haberse instrumentado
innovaciones, pero la falta de una voz con capacidad de remover los óxidos se
encuentra con un cuerpo social incapaz de remover los óxidos.
Uno puede admitir
la inexperiencia, pero también constatar los oídos sordos. Como se constatan
los lugares comunes que exigen aumento salarial o se arquean con las
apelaciones repetitivas y repetidas. Agreguemos siempre la referencia a
“restituir” y a “rescatar” sin que exista la percepción de que el mensaje que
puede calar en amplios sectores del país pasa por otro lenguaje, uno donde las
palabras “futuro” o “democracia de este siglo” tengan preeminencia.
Lo que se constata
es un país sin la fuerza interna para sacudirse la camisa de fuerza y alzarse
cual Prometeo liberado. Lo que se percibe es un país debilucho apenas con una
fuerza de vanguardia retratada en esos muchachos de valor inmedible. El país se
solaza con la información represiva y no con las posibilidades de
modificaciones tácticas. El país se detiene más en la anécdota que en su
obligación de corregir entuertos o en la circunstancia por encima del fondo o
en la minucia por encima de la conciencia de que el país está derruido.
En un Primero de
Mayo ya no hay respuestas. Un movimiento sindical anquilosado que apenas
encuentra expresión en alguna empresa del Estado arruinada no indica nada,
menos que nada en relación a una fuerza concomitante con una voluntad de
salida. Los tradicionales aumentos ya han sido engullidos por la inflación
desbordada o los planteamientos de contratación colectiva se hacen sin que
asome una apertura hacia los intereses de otros grupos sociales.
La repetición del
mensaje oficialista poniendo parches en una economía en ruinas sin que asome la
menor rectificación de fondo y el desgaste obvio de los figurones públicos
hundidos en un lenguaje de apariencias configuran un cuadro de agotamiento
final que puede tener los escapes más impensados, sin que ello excluya la
resignación de la ausencia. En cadena nacional fue anunciado que el Estado
compraría toda la producción nacional, estableciendo así un monopolio de Estado
similar al de la Unión Soviética y aún en contraste con los tímidos anuncios
cubanos de apertura, pasando literalmente desapercibido tal anuncio.
La gente admite la
necesidad de organizarse y algunos pequeños sectores lo hacen, pero son la
excepción a la regla, dado que, si bien comprenden las severas amenazas que
penden sobre toda posibilidad de comunicación, algo los inmoviliza en el
refugio privado. Mientras, la inteligencia nacional parece centrada en el
egoísmo, parcela que no le es excluyente, pero que en ella adquiere dimensiones
de suicidio.
Los conceptos se
vacían o se deforman. Se habla de “reconquistar o rescatar la democracia”
olvidando que ello implica volver atrás, a los tiempos de una representativa
que se agotó sobre sí misma y originó el presente y que el siglo exige nuevas
formas de ejercicio político, amén de hacer de tal aserto una especie de
advertencia a los sectores populares de que cambiar lo actual equivaldría a un
regreso al pasado. Por lo demás, se apela a formas deformadas como el
señalamiento de “antipolítica”, uno manejado alegremente para señalar y
devaluar cualquier crítica a los cogollos dirigentes, unos que día a día
muestran una degeneración total de la
política como concepto y praxis. No es la antipolítica lo que aflora, lo que se
señala es la necesidad de reaparición de la política.
El país se desgaja.
Aparecen cadáveres en los ríos y en las avenidas. Lo dicho: no hay concentración
de energía que no busque su salida ni espacio abandonado que no busque ser
llenado. Es tal la anomia que ya lo más lamentable sería el agotamiento hacia
la ausencia.
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