Teódulo López Meléndez
Más allá de los
sectores sociales involucrados o no en la batalla que se libra en Venezuela la
única expresión utilizable para describirla es la de rebelión política. Excede
de largo a una situación puntual o a una protesta pasajera. La recurrencia por
parte del régimen al ejercicio de una violencia indiscriminada, con el uso
incluido de bandas paramilitares, lo colocó, ya sin ambages, bajo el rótulo de
dictadura, una que, en aras de las apariencias, todavía permite resquicios a la
libre expresión. Por su parte, quienes están involucrados en la rebelión contra
ella, muestran todos los signos de una imposibilidad de regreso, superando a la
dirigencia tradicional, presta a embarcarse en un “diálogo” de imprevisibles
consecuencias y de tonalidades más que oscuras.
Sobre esto de
“resquicios a la libertad de expresión” hay que colocar de inmediato lo
sucedido con el diario “Tal Cual”, donde por vez primera en la historia del
periodismo se hace responsable a la directiva de un medio por la opinión de un
columnista, como si debiesen producirse sesudas deliberaciones cada vez que
llega un artículo. En este caso concreto, por una cita hecha por el columnista
Carlos Genatios, se ha extremado hasta el punto de emitir medidas cautelares
que incluyen prohibición de salida del país a Teodoro Petkoff y a sus
compañeros directivos, amén de al columnista, más presentación semanal para que
los “reos” no huyan. Tal práctica, aberrante desde una descripción jurídica,
mucho me temo proseguirá dado que la Defensora del Pueblo amenaza al diario “El
Nacional” con acusación penal parecida por sus enrevesadas declaraciones sobre
la tortura.
El aumento constante
de la represión establece una posibilidad de análisis que no se puede despachar
con simples frases como las habituales de un gobierno desesperado que intenta
no caer o la excesivamente banal y falsa de “derrotar un intento de golpe de
Estado”. El día 12 el diario “El Universal” publica una nota –brillante,
concisa, espeluznante- donde se narran los sucesos de la noche anterior en la
plaza Altamira y en el barrio de Chacao. La periodista que la redactó
seguramente no tenía conciencia de estar describiendo un momento clave de esta
historia, -no podía tenerla- pero lo hizo. A mí me trasladó de inmediato a
Beirut y a varios episodios ocurridos en las revueltas árabes que fueron
calificados por la prensa y los analistas como “la guerra de los barrios”.
En Venezuela no hay
una guerra civil, lo que vivimos es una represión que, en algunos casos
puntuales, trae a la mente los “Convenios de Ginebra” y el Derecho
Internacional Humanitario y por ende el concepto jurídico de “perfidia”. Lo que
también lleva a considerar de nuevo las revueltas árabes y un planteamiento que
prevaleció en la mente de quienes afrontaban rebeliones políticas, la de que la
única posibilidad era convertir el conflicto en guerra civil pues de ninguna
manera podía perderse dado el poder de fuego del que disponían, lo que en
países como Libia no resultó cierto por la única razón de la intervención
militar extranjera.
En la otra parte, con
evidente decisión de no retroceder, podría estar incubándose la recurrencia a
la guerrilla urbana, paradójicamente como lo hicieron en su momento de los 60
parte de los que hoy ocupan el poder. Es tal el poder represivo del régimen que
podría empujar a una defensa que exceda a la construcción de máscaras antigases
artesanales o escudos de cartón o barricadas hechas con lo que esté a mano,
defensa inclusive proveniente de los barrios que son atacados con disparos a
casas y edificios o con la quema de sus vehículos. La historia suele llenarse
de vericuetos.
Un vericueto es, por
ejemplo, la demostración de China pulverizando la falsa idea de que capitalismo
y democracia eran como la uña y la carne. Quizás esta referencia extrapolada me
venga por la aplicación misma del concepto de “rebelión política”, dado que no
hay oferta de futuro y que las rebeliones, triunfantes o no, son algo así como
los pájaros y otros animales que trasladan semillas o esparcen para que nuevos
movimientos históricos aprendan la lección de que los cambios de gobierno no
aparejan necesariamente un cambio histórico.
Aún no aparecen los
signos de este último. Mi recuerdo va hasta las mujeres parisinas del mercado de
La Halle en los tiempos de la revolución francesa. Deberá ser la falta de pan
la que determine el curso de los acontecimientos y, por ende, la actitud a
tomar por los diversos sectores de los militares venezolanos.
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