Teódulo López Meléndez
Me
parece haberlo visto entre las ruinas de Pompeya, vecino a las figuras
petrificadas por la lava del volcán iracundo, en alguna calle desolada apenas
incidida por algún turista errabundo. Sí, me parece haberlo visto entre los
restos de comida solidificada e inclusive vecino a la fundida estatua de una
pareja que hacía el amor. Era un crucigrama, que gracias a una guía espontánea
y voluntariosa supe se llamaba “cuadrado
sator”, uno que, sin embargo, no indicaba nada de concesión de poder por
traspuesto, nada de la designación de una hermana como ministra para aliviar la
pesada carga de alcalde olvidado entre los indeseables a los que no se les
puede permitir salir de la pobreza pues pueden derivar en oposición.
Un
simple pasatiempo, una plantilla para cruzar palabras verticales y
horizontales, uno para el cual, no obstante, se requiere habilidad y
conocimiento del lenguaje. Tal como un scrabble
sobre un tablero de 15 x 15 casillas donde gana el que acumule más puntos. Algo
así como capturar tres generales en uno de los países que casi alcanza más
trisoleados que el ejército norteamericano o jugar sudoku para romperse la
cabeza con una lógica inexistente ingresando los números del 1 al 9 como pueden
ingresarse conspiraciones e intentos de magnicidio, tratando de no repetirse,
aunque cada día se juegue a fecha en que una “memorable hazaña” fue cometida
por el desaparecido sin que hubiese ocurrido la sorpresiva erupción y un
escándalo de corrupción perturbase los baños del imperio.
No
hay palabras a cruzar en esta Pompeya recalentada por protestas, a no ser por
los que luchan denodadamente por recobrar protagonismo y marchan bajo la
erupción con un pliego de peticiones que recuerdan a Gustavo Cisneros como gran
figura en la autopista frente a la multitud, acompañado de Miss Venezuela de
traje típico y de brazos de Osmel Sousa, mientras en el balcón se veía al
Secretario General de la OEA junto a Roy Chaderton matando las horas y a un
denodado Centro Carter vigilando que el papel se firmaría no se conviertese en
algo realizable como un crucigrama. Los tiempos son otros: nuestras mujeres
bellas caen muertas o se les ve iracundas en un desafío que no tiene nada de
sudoku.
La
diplomacia carcomida gusta de empezar los crucigramas con la palabra “diálogo”
y procurar derivaciones. La palabra en cuestión permite degenerar la palabra a
nivel de una pimpina desde la cual Poncio Pilatos vertió el agua en una
ponchera. Es cómoda la palabra, especialmente si ya ha sido utilizada como
argucia por el régimen al cual se llega con entrañable simpatía. Siempre hay
gente dispuesta a jugar al crucigrama. Lo está, porque siempre ha jugado a
realizar el crucigrama y el sudoku termina en 9, sólo que representando el
final de la segunda década del siglo.
El
derecho se hace palabreja y la conjunción vertical, de arriba hacia abajo, como
una daga rasga cualquier posibilidad de idioma, porque en el arriba del
hemiciclo sólo hay orden de silencio, de gritos sobre “fascistas” y, por ende,
se levanta la inmunidad parlamentaria a gusto, a voluntad, a decisión
unipersonal del co-dictador. Uno recuerda nadie se entrega a una dictadura, uno
recuerda lo que dijeron los perseguidos del ayer sobre el deber de mantenerse libre
o de imponerse el pensamiento, 24 horas sobre 24, de tratar de fugarse. Uno
recuerda dónde el perseguido o la perseguida puede rendir mayor utilidad, por
ejemplo viajando, sin pedir aún el asilo, hablando allí y acullá.
No
hay crucigrama repetido. Las palabras con acento venezolano que cruzan el mundo
son otras. La mirada del mundo, por encima de la diplomacia ramplona, habla de
un deterioro irreversible, como tampoco es la misma dentro, dónde se nota una
caída vertiginosa en el apoyo popular que espera tarjetas de racionamiento,
precios inimaginables de los productos básicos y cansancio de llevar silla y
sombrilla a la espera del acto normal de comprar comida. En las colas no se
hacen crucigramas, más bien se cocina la ira.
El
precio ha sido alto, altísimo, aún con letras de cambio por pagar, pero este
país, donde una clase dirigente agotada hace crucigramas, las palabras que
surgen son para indicar el peor de los temores: una clase dirigente nueva se
asoma no a jugar.
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