Teódulo López
Meléndez
Hay un hilo conductor, uno con nudos que llamaremos hitos de esta historia. Narrar la historia mientras acontece parece tarea de esos valientes a quienes llaman corresponsales de guerra. Cuando la guerra ha pasado suele prevalecer la visión del vencedor. A veces se asiste al testimonio para dejar al futuro elementos disponibles para un análisis póstumo.
Necios hay por
todas partes, seguramente exclamó Tucídides para permitir Herodoto refrendara.
La proclamación constante de que el régimen era una dictadura es un caso a
mostrar. Autoritario, violador constante del Estado de Derecho, desintegrador
de los términos clásicos de la separación de poderes, permitía resquicios,
celebraba elecciones –las cuales analizar ahora es ejercicio vano dada su
habilidad para envolver a los adversarios, ponérselas en el orden conveniente,
cambiar circuitos electorales y usar abusivamente de los recursos del Estado- y
lanzaba petardos contra medios impresos y radioeléctricos. Llegamos a hablar de
“dictadura del siglo XXI”, de una adecuada a los tiempos que ya no necesitaba
de llenar estadios de prisioneros, de recurrir a la tortura o de practicar una
sistemática violación de los derechos humanos.
Los tiempos corren,
los acontecimientos acontecen y suelen poner fecha y hora. Siempre hay un
proceso detrás. Desde los apresurados que luchan entre sí para limpiar
adversarios del camino al poder, desde la inmadurez y desde la impaciencia,
desde la torpeza y desde el equívoco, pero esos episodios han sido narrados
antes, en otros de estos textos que llamamos columnas de opinión. Podría
argumentarse que la enumeración anterior sólo ha acelerado lo inevitable, que
la conclusión hubiese sido la misma y que siempre es mejor sincerar antes de
arrastrar. Concedemos a tales argumentos el beneficio de inventario, para
utilizar una expresión jurídica en estos tiempos de la fuerza.
Lo cierto es lo
cierto, obviando en este texto lo ya dicho. El 19 de febrero de 2014 la
represión alcanzó su clímax, el amontonamiento se hizo barricada a toda
legalidad, el desbordamiento tan patente y la furia desatada tan incontrolable,
la acumulación de los hechos anteriores tan patética, que nuevamente un siglo
escapó de vuelta atrás, el uso de expresiones con pretensión de definición
sociológica novedosa un ejercicio entre escamoteo a la responsabilidad y/u
omisión a la verdad. Huele a dictadura, se comporta como una dictadura, reprime
como dictadura, encarcela como una dictadura, tortura como dictadura. Es una
dictadura.
Aún conservará
resquicios, aún intentará las apariencias, aún girará sobre la obsolescencias
de unos adversarios apagados, aún alegará existe un Parlamento donde irán los
domesticados por la Pax Romana a ejercer el derecho concedido por el imperio de
conservar sus dirigentes y en ese “senado” bajo la bota del César reproducirán
en carne propia las más claras definiciones dadas por Marco Aurelio en “Pensamientos”
o, quizás mejor, las invectivas de Epícteto.
Los gobernadores de olvidadas provincias alabarán la Pax Augusta y dirán quienes luchan en las fronteras como
los germanos y los partos son pueblos inconcebibles.
Recordaba estos
días las conversas de los viejos luchadores sobre el primer deber de un
combatiente, no caer preso, y sobre el segundo, si caes piensa las 24 horas en
la fuga. Nadie puede sobrevaluarse hasta el extremo de creer el punto de
inflexión su entrega. Mientras Augusto imponía la suya, China dominaba el Asia
Oriental. Eran los tiempos de las dinastías, de otras que nada tienen que ver
con las de hoy, con las del Partido Comunista Chino, aunque muchos piensen el
siglo XXI verá de llegar de nuevo la Pax Sinica que no significa otra cosa que
“paz china”. Entre Pax y Pax floreció el
comercio entre los grandes imperios de la época y lo que suponemos existía
entonces, forzando o sin forzar la terminología, una izquierda caviar, celebró
entre banquetes la genialidad de los conductores. En los tiempos presentes de América Latina la
izquierda es una bazofia y la derecha un escondrijo, pero dejemos, por ahora,
en paz, la disquisición sobre la necesidad de insurgir con conceptos de este
siglo, dado que el pueblo no termina de empoderarse y sólo es víctima.
Mientras, uno
piensa en atrasos conceptuales, en como el ejército es el único que a lo largo
de la historia ha puesto bajo control a la Guardia Nacional, en el derrumbe de
los valores al ver bandas armadas haciendo de las suyas ante los ojos
impertérritos de quienes deberían reducirlas, en el castigo histórico de que
cada comienzo de siglo en este pantano de arenas movedizas la única palabra
invocable es “decadencia” tal como lo hizo José Rafael Pocaterra y que como él
es menester escribir un “Canto a Valencia”, sólo que ahora habría que titularlo
“Génesis” para incluir en el primer libro del Antiguo Testamento a todos los
caídos, pero también la seguridad de que el hombre venezolano será insuflado de
vida.
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