Teódulo
López Meléndez
Una de las tareas de este instrumento llamado “columna de opinión” –uno que no cambia la historia- es contrarrestar las devociones reinantes. Una repetición de lo reinante para solazarse con la imagen fragmentaria rompe con el propósito de las respuestas.
El escritor en ella tiende a
combatir la realidad como fraccionamiento. La hace no para convertirse en un
transmisor de mitos, pues su tarea es
precisamente la de generar contramitos. El escritor no es un cómplice, es un
instrumento para mostrar que, por encima de lo que ocurre, siempre está
ocurriendo algo más.
Si lo que hemos vivido esta
semana es un hecho insurreccional, -al fin y al cabo plantear que se busca la
salida lo es, pues se entiende como la salida del gobierno en funciones-, ha
mostrado lo que sin duda alguna es el inmenso malestar de una buena parte del
cuerpo social, uno cuya determinación como mayoritario o minoritario es
simplemente una tarea banal, dado que abocarse a ella indica de inmediato que
la otra parte, mayoritaria o minoritaria, es otra parte con apoyo sólido. Si en
términos electorales se habla –presumiendo, claro está, limpieza- un voto
decide. En la “física” no electoral no, son mitades donde la disquisición
mayoría-minoría carece de todo sentido.
Es
imposible provocar la caída de un régimen que goza de un buen porcentaje de
popularidad, de respaldo social, independientemente de esa cruzada por alegar
es minoritario. Uno diría que la primera tarea es hacerlo impopular, mediante
la determinación de las causas por las cuales conserva ese respaldo y trabajar
en consecuencia.
Hay
variadas razones por las cuales un gobierno no se cae en estos tiempos
tecnológicos. Una, la inexistencia de una integración digital consciente, más
bien con una diluida en la información especulativa (frente a la “desaparición”
de los medios tradicionales lo virtual es el único territorio posible); otra,
la inexistencia de una presión militar que apunte al cambio y, finalmente, la
incomprensión de la magnitud de una tarea que lleva a especular con Ucrania y a
ignorar el precio humano a pagar.
Un mínimo de objetividad en el
análisis conllevaría a determinar los sectores involucrados en las protestas
recientes y a la verificación de si se produjo o no la incorporación de nuevos,
fundamentalmente de los más pobres o, si por el contrario, la participación
estuvo una vez más enmarcada en los sectores altos y medios, lo que no
encuentra una explicación de fondo en los estudiantes siempre una entremezcla
de clases sociales.
Una rápida constatación indica
que los sectores populares siguen teniendo un manto de protección, ciertamente
disminuido, pero existente, lo suficiente para mantener hacia el gobierno un
respaldo que, como voy a repetir, hace imposible el objetivo apresurado.
Hay factores de percepción
comunicacional a tomar en cuenta. Las últimas y obsesivas “cadenas”
radioeléctricas muestran a un presidente y a un régimen patéticos centrados en
la prosecución de una “guerra económica” que pretende inculcar en la población
la idea de unos demonios escondiendo azúcar o harina como única causa de la
grave situación inflacionaria, de desabastecimiento, de devaluación y de
escasez que nos aflige. No hay una contraofensiva racional para demostrar que
la causa verdadera proviene de una ideologización ortodoxa y perversa que cree
necesario este trance se produzca para el arribo al “socialismo”.
Los acontecimientos muestran
un predominio del radicalismo. Los llamados “colectivos” actúan de la manera
original para la que fueron creados, ejerciendo violencia, disparando,
sirviendo de paramilitarismo sin tapujos. La MUD ha perdido todo control sobre
la “institucionalización” de la masa opositora. Estamos en un punto de caos que
se traduce en muerte. El régimen recurre a forzar la autocensura, a convertir,
mediante manipulación, la protesta en un “ataque fascista”, a “ignorar” el
alzamiento en su seno de los sectores radicales, a criminalizar el legítimo
derecho a la protesta y llega a ordenar la detención de una visible figura
pública oposicionista. Del otro lado, quienes dieron el paso están montados en
un potro cerrero: la detención del movimiento los hará efímeros, su
continuación un propósito sin victoria, factura siempre a pagar.
El “rosario” de delitos de los que se acusa a Leopoldo López no es más que otro hecho palpable de lo que he señalado como “Constitución evaporada”. Antes vimos los hechos de Margarita y Táchira: el Ministerio Público “pide” y el “juez” de turno “complace”. La situación es de inexistencia total de una norma básica que amalgame. Si alguna definición cabe a este territorio llamado Venezuela es la de un inmenso pantano repleto de arenas movedizas.
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