Teódulo López Meléndez
Pedir paciencia a los venezolanos puede resultar una de las empresas más
temerarias, dado que argumentan han pasado 15 años y ante la voracidad que se
come la calidad de vida, y ante la desorientación general, todavía claman por
acciones que no ven materializarse. Manejamos el término paciencia tal como lo
entiende la tradición filosófica, esto es, como constancia valerosa, como un
sinónimo de entereza.
La paciencia ha sido considerada siempre una virtud, pero acompañada
siempre de la sombra del conformismo, lo que hace probable que los
pueblos no logren ver el exacto momento histórico de un salto cualitativo, de
uno que no tenga nada que ver con el vacío.
Es difícil entender el tiempo de paciencia como uno de reflexión y de
cultivo, de organización y de producción de ideas, de visualización del futuro.
Más aún lo es percibir que desde la definición del futuro se está incidiendo de
manera determinante en el cambio del presente. Tener el camino delineado es la
única posibilidad de saber a dónde ir cuando llegue el instante que los
procesos sociopolíticos suelen ofrecer.
Ese instante no llueve como maná, es también producto de la paciencia
creadora y del estado mental de alerta, del cultivo de la verdad y de la
superación de las falsificaciones, entre las cuales muchas veces se coloca una
simulada pacificación como simple estratagema táctica de reducción de las
resistencias.
La impotencia, denominador común de quienes no ven salida y, sin
embargo, están conscientes del agravamiento progresivo que asfixia, sólo puede
superarse mediante el crecimiento constante de un personalismo social que
avance en la construcción de un cuerpo común que los impotentes no visualizan
como condición esencial.
Jamás un cambio histórico se ha dado para restaurar y los ejemplos que
podamos conseguir sólo indican inestabilidad, provisionalidad e ilusión
momentánea que será seguida de otro sacudón. Los saltos nunca deben olvidar el
estadio anterior, uno que debe ser entendido y asimilado libre de fango y
distorsiones. Los pueblos también exigen, aunque no se den cuenta con precisión
y el ánimo de salir de lo que quieren salir valga en su psiquis aparentemente
más que la oferta sustitutiva, el ofrecimiento emocionante, el desafío que
permita la conformación de la voluntad colectiva.
Hay razones objetivas que determinan el instante, como puede serlo una
gran crisis económica -ejemplos a granel hay-, pero las verdaderas causas del
instante vienen de una decisión colectiva, del previo engranaje de un corpus
claro de lo que se quiere y que deberá sustituir a lo que no se quiere.
Podríamos definirlo como la creación de una conciencia, lo que también
podríamos plantear como una paciencia creativa, una que logre evitar con
inteligencia la peligrosa sombra de la resignación. Paciencia no es error
repetido, no lo es incurrir en estrategias equivocadas o en omisiones
vergonzosas o en entendimientos por debajo de la mesa. La paciencia es acción
penetrante y acertada. La verdadera paciencia es una acción que no ceja un
instante de construir lo sustitutivo y de preparar para su final lo que hay que
sustituir.
La mentira en la que se vive, y que a ratos conduce o a la exigencia de
acciones descabelladas o a la entrega en brazos de la abulia, debe ser
sustituida por la creación del mecanismo alterno y por la convicción del poder
colectivo consciente. El instante, producido por las condiciones objetivas,
pero creado en lo profundo de la psiquis, permitirá la transformación del
sentido de sumisión en uno de creación sustitutiva. Es así como la paciencia
deja de ser defecto u omisión, para convertirse en el punto nodal del gran
salto cualitativo en procura de la justicia social, de nuevas formas de
protagonismo no excluyente, de nuevas formas democráticas adaptadas al futuro y
no al pasado, de lo que he llamado un pragmatismo pleno de ideas sobre una
organización social en que un nuevo concepto de poder y de ejercicio político
tome las riendas del propio destino.
La “realidad” se alimenta de apariencias. La falsificación es su
nutriente preferido. La existencia del mismo hecho de conocer y de tener la
“imagen” es condición indispensable para que algo se convierta en real. El
punto clave es la sustitución de la apariencia, lo que no pueden lograr los
pueblos que nadan en ella. Vivimos en un presente donde se ha hecho de la
apariencia el “cambiante” de cada día. La paciencia creativa conseguirá el
instante de luz, a la manera en que lo hemos definido, cuando pase la escoba
sobre las apariencias y se haga sustitución. Creo es de Susan Sontag esta frase:
“Las ideas conceden permiso”
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