Teódulo López Meléndez
Si algo podemos asegurar es el de un fracaso en los
dos polos del conflicto venezolano. Ninguno de los dos ha logrado crear un
sentido en medio de un entorno complejo. El mantenimiento conflictual no ha
conducido a otra cosa que a la pérdida de un imaginario, a la fragmentación y
atrincheramiento en posiciones secundarias y a un desgaje de la verdad en un
simple juego de poder donde nadie se ocupa de verificar las proposiciones.
Quizás la enseñanza radique en la inviabilidad de los
extremismos. Lo que vemos es la derrota de un cuerpo social de pensamiento
débil. El conflicto procura acuartelarse en hechos puntuales que vienen
tergiversados a voluntad provocando una inigualable ruptura entre ellos y sus significados.
En otras palabras, lo que han logrado las partes enfrentadas es una ruptura de
toda capacidad de percepción.
Estamos
frente a un país que ha soportado los embates de una desarticulación del pasado
histórico, lo que ha sembrado dudas inclusive frente a la pregunta acerca de
nuestro origen. Frente a uno que se pregunta si somos los mismos en la
constitución de una nación. Y lo más grave: la percepción de futuro se ha
presentado como una disyuntiva de ruptura. El ascenso de los sectores más desvalidos
hasta el protagonismo político ha sido asumido desde una mirada conflictiva y
no como invención de mundo. La carga simbólica no ha servido para la
construcción de un imaginario social compartido (término grato a Cormelius
Castoriadis), sino que ha sido elevado
al grado de indeterminación.
Quienes
mayormente parecen entender – y he aquí la excepción que llama a las
posibilidades positivas- son los
miembros de los grupos sociales plenamente conscientes de su ascenso, si a ver
vamos los estudios realizados por diversas empresas de análisis social. En los focus group se expresan con propiedad y
en dominio de un lenguaje incluso superior al de mucho político que pulula por
las pantallas de la televisión. Allí expresan su apoyo a los avances sociales
del gobierno, pero reivindican la permanencia de la empresa privada a la que
asocian con creación y oferta de empleo. En otras palabras, no excluyen un
sistema del otro. Lo resumen queriendo lo que consideran virtudes de ambos y
las miran como no excluyentes. Cuando se les interroga sobre como denominarían
a este híbrido responden: Democracia.
La
revisión de estas respuestas nos lleva a encontrar, en primer lugar, una no
inclinación hacia el conflicto en los sectores a los que, no sin ligereza, se
atribuye mayor facilidad para el ejercicio violento y, en segundo lugar, una
constatación del ascenso social como productor de una capacidad de visión que
excede a la de los sectores que podríamos llamar ‘élites ilustradas”. Ello no
puede conducir a conclusión distinta de la admisión de la existencia de un
cambio de país que se acepta o se queda excluido, por encima inclusive de los
afanes represivos del gobierno que continúa con su práctica agotada de
focalizar la represión o de abusar del poder. El gobierno que originalmente
hizo protagonistas terminará siendo un protagonizado.
Ahora
bien, cualquier sospecha de pérdida de lo alcanzado puede determinar la
aparición de la violencia. La falta del sector que se opone al régimen aparece
así, fundamentalmente, como una incomprensión del imaginario de la mitad que lo
respalda. La causa es muy sencilla: el objetivo se limita a su desplazamiento
del poder y no a una alternativa de comprensión global del futuro compartible.
En
el país que aparece el discurso está atravesado por una ambigüedad normal a lo que no es una
especificidad, sino más bien una forma de reproducción social que avanza hacia
una especie de identificación que excede a las tipologías, que busca un sentido
al que debe ofrecerse una variante no populista (en el sentido de evitar la
creación de un Estado-padre que no reclama comportamientos de superación) y que
comience por admitir que esta imaginación de la relación social tiene vocación
de futuro y que, al tenerla, marca el presente. De allí que el mantenimiento
del conflicto en los términos descritos afecta de manera determinante lo real
social pues va conformando una experiencia que puede conducir a la creencia de
una repetición ineludible del pasado. Esto es, los sectores en ascenso pudieran
llegar a considerar la realidad del enfrentamiento político de una u otra
manera: como un ejercicio insuperable de la realidad o conceder una nueva forma
de comprensión que los haga marchar hacia la imposición de una nueva
posibilidad. Vista la concreción del presente en inflación, desabastecimiento,
ineficacia y deterioro de la calidad de vida deberemos apelar a aquello que se
ha dado en denominar la utilidad social de las ideas, esto es, que logremos las
ideas se hagan evidencia social desde donde podamos iniciar la nueva lectura.
Comentarios
Publicar un comentario