Teódulo
López Meléndez
La solución al conflicto venezolano no pasa por los términos de diálogo y
mediación. La aplicación de estas tesis las tenemos muy claras en la memoria de
sucesos anteriores. El entonces Secretario General de la OEA César Gaviria se
instaló en nuestro país por seis meses, situación sin antecedentes, y que llevó
a la firma de un acuerdo entre las partes enfrentadas, uno que, entre otras
cosas, mandaba la constitución de una Comisión de la Verdad que jamás entró en
ejercicio. Recordamos sobre aquellos hechos del 2002 y siguientes las
crecientes promesas de enmienda del presidente Chávez, unas utilizadas
simplemente para el reacomodo de su
proyecto.
El diálogo se mostró imposible en el presente de hoy desde el mismo
momento de la ejecución de una de las torpezas más insólitas de nuestra
historia política, como lo fue la negativa de concesión de palabra a diputados
de la oposición que no respondiesen afirmativamente si reconocían a Maduro, su
destitución de las comisiones parlamentarias y la posterior violencia que
concluyó con varios heridos. Esta tesis ha sido ratificada por Maduro siguiendo
el camino de la confrontación en lo político, aunque abra una tímida apertura
en lo económico, lo que ha llevado a los sectores más radicales de su bando a
acusarlo de socialdemócrata.
El mantenimiento de la agresión gubernamental como respuesta a su
precaria ventaja de las últimas elecciones presidenciales y el anuncio de que
la acción principal será la reconstrucción de una nueva mayoría, muestra al
gobierno en la continuidad de una pretensión hegemónica. El hecho mismo de
designación de una falsa comisión para el diálogo de la cual formaba parte
Diosdado Cabello, el autor del desaguisado parlamentario que más que un golpe
contra la oposición lo parecía contra el propio Maduro al dejar por largas
semanas al Estado sin poder parlamentario, uno que deberemos llamar así a pesar
de no ser más que un remedo útil a las simples apariencias, indica la falta
absoluta de voluntad real del gobierno de entrar en ese proceso tan estudiado y
perfeccionado de la mediación, del diálogo y de la resolución pacífica de los
conflictos.
Por otra parte, la oposición anclada en la coalición de partidos
oponentes se mantiene en su tesis de considerar a Maduro un ilegítimo, acentúa
la radicalización de su lenguaje y si bien se abstiene de protestas callejeras
que conducirían a la violencia, reitera sus posiciones en una especie de
campaña electoral ininterrumpida que asegura llevará a nuevas elecciones, lo
que sólo sería posible mediante una interrupción violenta del actual gobierno,
dado que las instituciones no son independientes bajo el concepto de que la
separación de poderes es no más que una simple concepción superada de la
democracia burguesa, lo que las hace inviables para una reconsideración de los
resultados electorales.
Los ensalzados procedimientos de resolución de conflictos parecen
lejanos. Es cierto que un gobierno no negocia hasta que se encuentra débil,
pero este lo está y se refugia en la pugnacidad en busca de una recuperación
que no encontrará. No lo encontrará porque su planteamiento pugnaz ya es
ineficaz, porque parece absolutamente incapaz de superar su ineficacia
congénita en la atención de los problemas básicos y porque la economía, si bien
podrá reaccionar momentáneamente a los esfuerzos del ministro Merentes,
presenta una microbiología insuperable por la concepción de fondo del régimen.
En otras palabras, el gobierno está destinado a continuar deteriorándose,
no hay manera de que implemente una recuperación que lo ponga de nuevo en el
camino de obtención de la hegemonía pretendida. Afronta, además, peligros de
camino. Su deterioro creciente puede llevar a salidas de otro tipo, a una
interrupción que sabemos siempre ha sido de consecuencias nefastas. Podría
sobrevivir, pero con el pago de una derrota electoral al fin de un sexenio
angustioso.
Esto nos lleva al terreno de lo electoral y a un planteamiento clave de
nuestro polémico planteamiento. Con los dos bandos existentes confrontándose en
elecciones no hay resolución del conflicto. Si la diferencia fuese pequeña
tendríamos una repetición del presente y si fuese amplia tampoco contribuiría a
la salida, como vimos con las confortables victorias obtenidas por Chávez en sus
buenos momentos.
Lo que queremos plantear es que, paradójicamente o no, el conflicto se ha
alimentado de un principio aparentemente “bueno”, uno denominado unidad. Aún en
el presente la oposición clama por ella en sus filas aferrándose ahora al
argumento de su avance electoral, la que puede convertirse en clara mayoría
contable en unas elecciones locales previstas para este año de 2013. Desde el
gobierno se clama por la unidad en sus filas, especialmente cuando afloran los
elementos que surgen siempre después de la desaparición del hombre fuerte y las
naturales intrigas de los reacomodos del poder interno. “Unidad” es así el
principio básico que mantiene monolíticos a ambos bloques y que impide la
consideración de salidas propias de eso que se llama resolución de conflictos.
Todo modelo fijo conduce a
una inhibición implícita. Lo llamé hace años en ejercicio de una “boutade” que ahora no me parece tal, “la unidad es
nociva para la salud”. Un análisis partiendo de la lógica estricta indicaría un
enfrentamiento en dos partes que podríamos catalogar, no sin incurrir en un
exceso, como “componentes naturales” del
presente conflicto, uno en el cual una parte quiere construir un “socialismo
del siglo XXI” y la otra un mero regreso a las fórmulas de la democracia
clásica, por lo demás un error crucial que obvia los parámetros culturales que
están emergiendo o ya han emergido, pero en cualquier caso lo que nos interesa
plantear en este texto es que el fraccionamiento necesario de ambos bloques,
tal como lo concebimos, es una búsqueda de material que permita la
reestructuración de los modelos. Ya no se trata simplemente de explicar el
conflicto, se requiere reordenarlo mediante el inicio de un necesario proceso
disgregador. No se trata de suplantar dos bloques por una multiplicidad de
bloquecillos sumidos en una anarquía continua, pues la disgregación que
concebimos implica un entendimiento entre sectores de los dos bloques
originales en búsqueda de una síntesis que les permita su actuación conjunta,
el establecimiento de principios aceptados para el ejercicio político y la
descomposición de los dos bloques. Cuando se produjo en Italia la alianza entre
sectores avanzados de la Democracia Cristiana y sectores del Partido Comunista
para constituir el Partido Democrático escribí un texto titulado “Matrimonio a
la italiana”, uno donde se ponía de relieve la inmensa posibilidad de reunión de sectores incluso diversos
ontológicamente para la construcción de una alternativa política e, incluso, de uno que podríamos denominar de
reformulación del imaginario cultural.
He insistido en la
formulación conceptual de lo que denominado “tercera opción” y sigo creyendo en
ella para el tema específico que me ocupa en este texto, esto es, la filosofía
del conflicto político. La única vía para poner término a esta alteración
profunda de la vida a la que asistimos los venezolanos será mediante un
entendimiento entre factores hoy enfrentados y con una participación precaria o
forzada en alguno de los dos bloques estáticos, unos que partiendo de su
actitud pensante, de su disconformidad y, ¿por qué no decirlo? de un requerimiento de sobrevivencia en el
escenario, impelidos por las circunstancias desagradables de asistencia al
deterioro de sus antiguas posiciones o por las agradable de una lucidez
pragmática, marchen a un entendimiento que ahora mismo deberemos definir como
inédito. Entonces el conflicto habrá sido domeñado, la salida electoral
recuperada y el juego infinito de la política habrá ocupado de nuevo su lugar.
Habremos encontrado al fin lo subyacente que nos inmoviliza en el conflicto,
que ya las categorías políticas presentes no nos sirven, que aún sin tener en
la mano la construcción práctica de la salida, podemos pensar la política y
plantear las nuevas categorías desde una deconstrucción de las anteriores.
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