Teódulo López Meléndez
Entre judíos y cristianos
hay la coincidencia de mirar la historia del mundo como una lucha histórica
entre el bien y el mal, o lo que es lo mismo, entre Dios y Satanás.
En la política venezolana
la presencia creciente de signos religiosos en ambos bandos nos ha llevado a
una polarización extrema. No será tanto porque el concepto religioso de bien y
mal sea absoluto. Debe serlo porque la conversión del chavismo en religión,
signo que fue señalado por la encuestadora @hinterlaces entre los
descubrimientos de sus estudios de opinión, ha sido respondido por el candidato
opositor con una indicación de ser la nuestra una lucha entre el bien y el mal.
Se supone que los electores escogerán al bien y no al mal, determinando de esta
manera una cuasi verdad teológica.
El tema que nos planteamos algunos venezolanos es que
quizás esta lucha entre el bien y el mal sea una falacia. No hay duda que el
bien existe, pero tenemos serias dudas sobre la existencia del mal. Quizás
podamos acotar que padecemos una escasez de bien.
Hemos llegado a los extremos de señalar apellidos como
pecado, frente a lo cual observamos una simple curiosidad: Capriles y Radonsky
son judíos ambos, sefardí o “marrano” el primero y esquenazi (o de Europa
oriental) el segundo. Maduro y Moros son ambos sefardíes o “marranos”.
Recordemos que se dio en llamar “marranos” a los judíos españoles obligados a convertirse al catolicismo pues a
pesar de ello conservaron aversión por la ingesta de carne de cerdo. Nadie
tiene derecho por esta coincidencia a proclamar inelegantemente que estamos
ante un enfrentamiento judío. Quizás sería mejor recordar que somos un país
tradicionalmente abierto a fuertes corrientes migratorias.
No pretendemos determinar buenos y malos luego de
haber asegurado que quizás todo se reduzca a una ausencia de bien. No obstante
cabe preguntarnos con qué valores se mide esta dicotomía falsa y pensamos que
lo es con una de relativismo moral. Más que divagar sobre este tipo de criterio
que podría llevarnos a meternos en la cultura, en el medio social o en los
parámetros de la época, podríamos más bien concluir en un simple despropósito:
la política en Venezuela ha asumido valores de guerra religiosa para sumarnos
un nuevo vicio, el del relativismo moral para jugar al poder.
En ese sentido, y contra todos los valores que han caracterizado a este
país, casi se nos reproduce una guerra de religión, casi divididos entre
católicos y hugonotes como en Francia de 1562-1598 o tal vez involucrarnos en
conceptos como el de “guerra santa” o el de “guerra justa”.
Si queremos recordar más la implicación de relativismo
caemos en el territorio de una república obsoleta. Los razonamientos dados por
el opositor para justificar su candidatura, basándose en citas repetidas “no podemos dejar…”, demagogia
elemental, o el uso excesivo de la
muerte del presidente por sus partidarios nos sitúan más bien en una parodia de
relativismo. Era de esperarse, hasta cierto punto de manera lógica y natural,
que la campaña electoral subsiguiente a la muerte del presidente tuviese un giro
marcado en torno al hecho, pero los excesos de ataque sobre un inmodificable
estado de opinión constituye torpeza, como el uso exagerado del cadáver. Al
menos desistieron los oficialistas de una enmienda constitucional inmediata
para hacernos votar junto a la elección presidencial por una medida destinada a
entronizar a Chávez al Panteón Nacional.
Tendremos elecciones el 14 de abril, lo que significa
que el cese de la campaña obligado de los días previos no será tal, dado que
volveremos a ver la celebración de los acontecimientos del 12 de abril de 2002
planteados como fecha victoriosa y no como abuso o transgresión de lapsos de
campaña. Es que este país venezolano nada es casual. Ante el anuncio de la
venta de Globovisión, el propietario Guillermo Zuluoga dirige una carta a sus
empleados donde incluye esta frase: “El
año pasado, tomé la decisión de hacer todo lo que estuviera en nuestro poder, a
riesgo del capital de los accionistas y conscientes de las implicaciones que
esta actitud podría traer, para lograr que la oposición ganara las elecciones
de octubre”.
Las guerras, como la que se nos ofrece con traje de
democrática campaña electoral, siempre deben ser teñidas del componente
religioso como elemento movilizador. De allí este falsificado enfrentamiento
del bien y el mal. Siempre se trata de crear un héroe, uno que no murió por
muerte natural sino asesinado por algún adversario imperialista. Como siempre
que se va al combate político en los términos de relativismo moral los
fanáticos de ambos bandos, en su búsqueda falsa de encarnar el bien y de
derrotar al mal, demuestran la obsolescencia de esta república nuestra. Los
términos de la batalla son lejanos, inadecuados, cómplices y miserables. La
única acción religiosa que lograrán será la de un funeral por la difunta república
y no será precisamente un funeral de Estado.
@teodulolopezm
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