Teódulo López Meléndez
Hemos asistido a una larga agonía del presidente y a
una larga agonía de la república. Hemos sido testigos de todas las engañifitas,
de todas las violaciones y ablaciones al Derecho y a la imposición de una transformación
instantánea de la voluntad conveniente a los intereses del poder como fuente legislativa de donde nace la
norma y la jurisprudencia.
Hemos visto de todo. Hemos oído de todo. Hemos visto
al poder amenazante contra conspiraciones y alzamientos imaginados en el sopor
calenturiento que ataca a Caracas en la vecindad de Semana Santa y quizás por
ello estuvimos cerca de oír que los conspiradores eran de la secta de los
saduceos y el jefe insurrecto Caifás.
Cual Sanedrín el
Tribunal Supremo de Justicia ha emitido sentencias desde la confluencia de la
aristocracia sacerdotal que reina en su seno y con la colaboración de la
aristocracia laica y del grupo de los fariseos. Valga la comparación porque el
Sanedrín era un cuerpo judicial y porque hemos vivido santas semanas y porque
se reproduce en cada institución del Estado verificando el cumplimiento del
“marco legal”, fijando fechas de elecciones o tomando juramentos. Por el
Sanedrín pasaron Jesús y Esteban, por blasfemia, Pedro y Juan por conspiradores
y Pablo por profanador de templos.
Hemos escuchado la
música llanera convertida en Réquiem, las amenazas en seguidilla, las ruedas de
prensa estrambóticas y los discursos ejemplarizantes de pobreza mental. Capriles
ha sentenciado que ha ocurrido un “fraude constitucional” y una juramentación espuria
para luego avalarse como candidato presidencial, lo que nos llevó a preguntarle
con qué lenguaje solicitaría los votos, qué garantías ofrecería a los electores
o si andaría con la mano en alto portando la violada. Las contradicciones son
tan evidentes que ponerlas de relieve se hace ejercicio inútil.
No es obligación de un
demócrata asistir a elecciones, pues hay elecciones de elecciones. Muchas veces
señalé los objetivos perseguibles cuando se asiste a comicios bajo un régimen
como el venezolano, desde procurar el fraude para desenmascarar, o porque se
tienen fuerzas que harían respetar los resultados. A la inversa también
encontramos razonamientos, pero la que tendremos ahora los venezolanos es la
petición de coherencia entre palabras y acciones. No se puede hablar de
flagrante violación constitucional y marchar a elecciones mientras contra Iuris
se corona con el poder al que será adversario en las urnas.
Todavía citan la
abstención en las elecciones parlamentarias de 2005 como argumento del error,
cuando no lo fue. El error fue no hacerla activa y luego participar en las
presidenciales inmediatas. La abstención es también un arma de combate
democrático, para procurar deslegitimar, tal como lo hizo Alejandro Toledo
frente a Alberto Fujimori en la segunda vuelta de aquellas elecciones peruanas,
sólo que después el propio Toledo encabezó las manifestaciones contra el
corrupto régimen fujimorista. No es cobardía no ir a unas elecciones, lo es
empantanarse en el túnel electoralista sin salida.
“Dejemos el debate
constitucional y vamos a ganar las elecciones” arguyen los diputados copeyanos
alisándose la falda. Esas elecciones no se pueden ganar, no se van a ganar.
Todos los estudios de opinión revelaban, antes del duelo popular por la muerte
de su líder, que Maduro aventajaba a Capriles por 14 puntos porcentuales y que
la estima de la oposición había caído prácticamente a la mitad desde la
elección presidencial del 7 de octubre. Es de demócratas ir a elecciones que se
pueden perder o ganar, pero en elecciones democráticas en igualdad de
condiciones. Hacerlo cuando las condiciones son exactamente lo opuesto sólo
revela una dirección obsoleta que ahora va a perder ese argumento engañoso de
que en cada comicio aumentaba su votación y que en la próxima sí obtendría
resultados positivos. En situación de excepción, y esta es una de ellas, no se
puede avalar lo que se reduce a abuso y amenaza. La cobardía también se tiñe de
electoralismo.
Veo que el Cirque Du
Soleil anuncia sus presentaciones en Caracas. Quizás coincidan con la
celebración de esta elección presidencial. El Cirque Du Soleil brilla por su
fantasía y creatividad. El circo venezolano no, es uno de sol apagado. Oscurana
es lo que caracteriza a la república. Lo único que le queda es el circo que
recorría en siglos anteriores las polvorientas estrecheces de un país
abandonado. Deberemos describirla con un francés aprendido de Nicolás Maduro y
hablar del Cirque Du Soleil éteint.
@teodulolopezm
excelente articulo, lo comparto en su totalidad, saludos larenses. Antonio Evies
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