Teódulo López Meléndez
En las sociedades que han adoptado un padre todo
gira en torno del padre. Stalin era el padre de todas las Rusias, era el
“marido” de “mamá” Rusia. A comienzo del siglo XX venezolano Juan Vicente Gómez
era el “taita”, el padre protector que castigaba a sus “hijos malos” con el
exilio, la tortura o los trabajos forzados, pero desde su aspecto bonachón
“premiaba” al país con su presencia que transmitía seguridad, porque aquella
sociedad necesitaba a un padre más allá de la bondad o de la maldad.
En psicología social se ha analizado como se gira en torno del padre,
para amarlo u odiarlo, pero todo gira en torno del padre. Si el padre regresa,
se duda del regreso. Si el padre está enfermo, se duda de su salud. Si el padre
ha vuelto se celebra con cohetes. Si el padre ha vuelto la ausencia se asimila
a un ínterin que fue necesario para el regreso del padre.
Quienes odian al padre dudan de su regreso, pero la
certeza de quien marca la agenda y decide los destinos viene dada por la
oportunidad de dudar del regreso del padre. Quienes aman al padre recobran el
aliento a pesar de sus ambiciones por la posibilidad de una herencia. El
regreso del padre calma a los herederos, los devuelve a la realidad de la
presencia del padre.
Las sociedades que, para amarlo u odiarlo, han caído
en el giro alrededor del padre lo miran como el vínculo necesario para toda
conversación o expresión. Es el vínculo, es la esencia primaria que organiza el
mundo interno de la sociedad infantil. Odiándolo o amándolo aquel padre es una
garantía para la vida cotidiana, ¿de qué otra cosa podría hablarse sino del
padre?, ¿qué otro elemento de pervivencia podría animarla sino es el padre?
En psicología social el padre de la sociedad
infantil es la firmeza, la decisión y el amparo, porque toda sociedad infantil
que ha adoptado un padre para su cotidianeidad es una sociedad desamparada y el
padre, odiado o amado, es el lazo, es el enemigo o el amado sobre el cual todo
gira, el vínculo cohesionador de una sociedad infantil asustada que requiere
del padre.
Es obvio que una sociedad con padre tiene vínculos
deficitarios, carece de una personalidad madura y está predispuesta a
patologías. Una sociedad con padre tiene deficiencias de personalidad. Una
sociedad con padre, para amarlo u odiarlo, tiene en el fondo un temor de perder
al padre porque intuye que una sociedad sin padre sería una sociedad de la
violencia. Una sociedad con padre carece de imágenes alternativas que le
transmitan seguridad y ha perdido todo vínculo con lo “sagrado” por lo que
necesita a un padre.
El padre encarna el sentido programador, otorga
pautas, por lo que, cuando el padre regresa, la sociedad infantil respira hondo
pues reencuentra un carácter relacional –los psicólogos sociales dirían transaccional-
lo que significa que ha vuelto la pauta, esto es, el sentido de todo el uso del
lenguaje que girará en torno al padre, de una conducta resuministrada para
odiar o amar, la vuelta del
planteamiento fundamental en torno al cual respira la sociedad infantil que
consciente o inconscientemente ha adoptado a un padre.
Hay un desorden psico-social que conduce a la
angustia, pues la sociedad infantil no tiene referentes, sólo el padre. No
puede haber pensamiento crítico ni discernimiento ético en una sociedad con
padre. Autoridad viene de auctor, el
que crea, aquél que crea las causas y origina.
Las sociedades con padre, odiándolo o amándolo, respetarán al padre.
El padre ha vuelto. Era absolutamente obvio que el
padre volvería. Las discusiones seguirán girando en torno a la salud del padre,
en torno al padre que no se ve, en torno a cómo sería el proceso de declaración
hereditaria, a cuánto tiempo aún nos acompañará el padre. No es tema para
juristas ni politólogos, es tema para psicólogos sociales mirar a la sociedad
infantil que, por ahora, ha recobrado al padre.
Freud no era psicólogo social. Edipo no está en
agenda.
@teodulolopezm
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