Teódulo
López Meléndez
“Pepa” fue denominada seguramente por haber sido aprobada
el 19 de marzo día de San José. Era la Constitución de Cádiz de 1812, la
expresión jurídica de los liberales españoles hasta que se produce la
reinstauración absolutista de Fernando VII. El grito “Viva la Pepa” era uno de
protesta, de resistencia, de incomodidad frente a la represión.
Podríamos pensar que la acepción que toma en Venezuela
la expresión “ese es un viva la pepa”
se deba a que el grito era pronunciado por algunos de comportamiento non sancto, quizás de alguno extraviado
en el alcohol o poco dado a cumplir sus compromisos, pero también podríamos pensarlo
como un señalamiento de los monárquicos locales a quienes lo pronunciaban
indicando de esta manera a un enemigo de
Fernando VII.
Sea como haya sido la expresión pervivió entre los
venezolanismos como un calificativo de desprecio, lo que nos lleva a tal punto
de pensar que no estamos en vísperas de una consideración constitucional sino
más bien de una mirada a nuestros vicios. Al fin y al cabo Pedro I Carmona Estanga
de un plumazo, y con la ayuda de ilustres juristas, derogó nuestra Constitución del 99 y proclamó
rediviva la del 61, lo que nos hace reflexionar sobre el poder de hecho antes que
en sesudas disquisiciones jurídicas. Es decir, una absoluta continuidad de
nuestra historia.
Es lo que ahora vemos, una pervivencia de los viejos hábitos
enmarcados en la tecnología del presente. Asistimos al divorcio evidente entre
redes sociales y realidad, a la credulidad a los rumores y especulaciones, a
una clase media dando bandazos y alojada en una morbosidad poco disimulada, a
la ignorancia de la existencia de otro país marcado por una fe cuasireligiosa y
a la manifestación patética de un desamparo ocasionado por los errores
políticos de reciente data que condujeron a la destrucción definitiva de los ya
tambaleantes viejos envoltorios protectores, llámense partidos, sindicatos o
gremios.
Lo que le queda a los desamparados es el refugio en sus
sueños de milagro y a los dueños del poder el mantenerse acorazados,
impermeables en un dominio que les parece eterno. Lo hemos visto en la
instalación de la Asamblea Nacional, una fuera de lo normal dadas las
circunstancias que vivimos. Entre otras cosas hemos asistido a suicidios
políticos tal vez como algún senador romano se quitó la vida, en esa ocasión
textualmente, ante el acoso de una poblada.
La jugada de Diosdado Cabello trayendo a la palestra
interpretaciones constitucionales torcidas, y que tanto éxito le dieron en las
primeras de cambio, en el tiempo de las confusiones iniciales y antes de que
algún comandante de legión se diera cuenta, cayeron con su elección como
presidente de eso que todavía llaman Parlamento. Quizás el propio Cabello no se
ha dado cuenta, pero su única salida era ser reelecto también con los votos de
la oposición a cambio de la cesión de la segunda vicepresidencia. Al no
producirse el hecho –que no se produce por la imposición de una línea dura de
no moverse un milímetro como si Chávez estuviese allí- perdió toda posibilidad
de encontrar una ruta hacia una competencia con posibilidades de éxito.
Diosdado ha sido reelecto, descanse en paz Diosdado. Y con él la oposición que
jugó al efímero pensamiento de considerarlo la tabla de salvación, bajo el
argumento de que Maduro era el comunista castrodependiente y Cabello apenas un
militar nacionalista.
La historia se escribe mientras se sucede, podría argumentar
Don Francisco de Quevedo, a quien es mejor interpretar que a la Constitución.
La parafernalia del acto, con vicepresidente, ministros, gobernadores, alto
mando militar y Don Perico de los Palotes, más la clientela popular rodeando el
Hemiciclo por si alguna falla ameritara llamar a al general Monagas a ponerle
orden a algún Fermín Toro levantisco, marca el proceso que se nos adelanta y
nos hace asegurar que si hasta el momento había un brazo torcido ahora existe
colocada una camisa de fuerza.
Es tal la necesidad de hacerse Perogrullo que debimos
recordar antes del 10 estaba el 5. Con tal despliegue podemos esperar, incluso,
que el día 10 tengamos honores militares incluidos al presidente. “Es nuestra historia, estúpido, es nuestra
historia” quizás deberíamos exclamar parafraseando a Bill Clinton. O deberíamos
recurrir al grito de “viva la pepa”.
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