Teódulo López
Meléndez
Alea iacta est
(“La suerte está echada”) exclamó Julio
César ante el Rubicón, para agregar en griego de Menandro, su dramaturgo
preferido, “Qué empiece el juego”. Desde entonces, y hasta nuestros días, la
frase se ha convertido para la política en una expresión clara de comenzar un
episodio que no permite el regreso, que no autoriza una vuelta atrás, el inicio
de una acción irreversible hasta sus últimas consecuencias.
Es de extrema peligrosidad cruzar el Rubicón. Se
aconseja para la flexibilidad del juego político no cruzar el Rubicón. Para
Julio César, aún teniendo detrás las legiones estacionadas en Galia, cruzar el
Rubicón era peligroso ante la república romana. Hasta Julio César vaciló ante
el río turbio.
Los envalentonamientos teniendo la legalidad son una
cosa. Envalentonarse desde su duda, otra. Envalentonarse desde una situación de
facto implica multiplicar los riesgos de cruzar el Rubicón. Hemos asistido en
seguidillas a todas las amenazas, con formas distintas, desde la proclamación
de una condena a lo que han llamado “formalismos burgueses” hasta la
proclamación de la doctrina oficial bajo un resumen rotundo que formulamos en
ejercicio de la síntesis: “Hacemos lo que nos da la gana”.
No puede ser considerado un gobierno de Iure el que
está instalado en una república presidencialista que no tiene presidente. Es,
obviamente, un gobierno de facto. No lo ha dotado de legalidad una decisión de
un poder dependiente con su barniz aguado. No sabemos si la escalada de
envalentonamiento viene de un temor oculto, más bien pensamos proviene de un
complejo, uno que llamaremos “complejo de golpe”, aproximando este al que
siente el secuestrado por sus secuestradores, aunque en el caso narrado lo
sientan los últimos.
No se trata de desconocer a un vicepresidente, como
erróneamente ha señalado algún columnista. Se trata de reconocer que no existe
un presidente en funciones de su cargo. Se trata de mantenerse coherente con
todo lo que se ha dicho de la decisión del Tribunal Supremo de Justicia y con
todas las solicitudes, vía cartitas, a la OEA, Mercosur y el Parlamento
Latinoamericano. Se trata de mantener un principio, no de desconocer la
situación de facto. ¿Con qué cara la oposición escribe a organismos internacionales
pidiendo pronunciamientos y reuniones de urgencia con sus gobernadores
instalados en el Consejo Federal de Gobierno o con sus diputados instalados en
la sesión de la Asamblea Nacional cuando el texto constitucional dice que
“personalmente” el Jefe del Estado deberá presentar Memoria y Cuenta?
No se trata de desconocer a un vicepresidente. Se
trata de reconocer que el gobierno de la república es de facto, lo que es muy
distinto Vladimir Villegas. Y se reconoce la existencia de un gobierno de facto
porque la oposición es absolutamente incoherente, desmelenada y sin fuerza. Al
asistir a los actos mencionados se reconoce la legitimidad del de facto. Ello
podría significar para la oposición un cruce inocente del Río Turbio de Variquecemeto (voz chaquetía, río
color ceniza), sin legiones, Ramón Guillermo Aveledo. No se trata, pues, de
desconocer al vicepresidente Maduro- está allí, habla y manda-, se trata de
calificarlo, lo que es muy distinto Vladimir Villegas.
Un gobierno de facto se caracteriza por quebrar el
ordenamiento constitucional, hacer surgir formas “extrañas” de generar Derecho,
concentración de todos los poderes del Estado, reconocimiento internacional
–como lo tiene el de Maduro- en base al principio de efectividad, es decir, es
obedecido como poder estatal en su territorio.
Un gobierno de
facto es un sujeto de Derecho, especialmente del Internacional, por lo que no
entiendo aseguren no tendrá validez alguna lo que firme. Pueden imputársele
deberes y poderes. Si gobierna sobre su territorio tendrá legitimidad para
comprometer al Estado con sus actos. Por lo demás, la jurisprudencia
internacional ha dicho en repetidas ocasiones que los actos de los gobiernos de
facto obligan internacionalmente al Estado. Es la legitimidad lo que ha
otorgado la oposición al presente gobierno de facto, es la legitimidad.
Pero al lado de
la disquisición jurídica, la cual ruego me disculpen, está la practicidad
política. En la presente situación venezolana, mientras el gobierno de facto
amenaza y la oposición cruza el río color ceniza, hay otro factor de hecho. No se podrá
mantener por mucho tiempo, más bien lo veo corto, este gobierno como uno de
facto, por lo que la única manera de convertirse en uno de Iure es convocando a
elecciones. Medir los tiempos del presidente enfermo y contrastarlos con las
del aspirante Maduro puede ser una práctica que nos conduzca de nuevo al teatro
peligroso, vamos a llamarlo del absurdo, con las consecuentes disculpas a
Ionesco, porque citar a Menandro fue cosa de Julio César.
Las condiciones
de esas elecciones y sus previsibles resultados son otro tema, objeto de otro
banal texto que escribiremos. Peor sería escribir uno sobre un aplazamiento
indefinido.
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