Publicado en el diario Tal Cual el lunes 28 de enero de 2013
Teódulo López Meléndez
El pase de los Cardenales de Lara a la final
de nuestro beisbol con la derrota del Caracas y la consecuente “tomadera de
pelo” que se desata cada vez que uno de los dos equipos más populares pierde,
me llevó a la idea de tratar de ayudar al momento de distensión ratificando mi
inclinación “cardenalera” y explicando a algunos interlocutores del exterior la
chanza que se desata en este país cuando llega la final beisbolera.
La Ing. Emma Rosa Oropeza, mi amiga de la
infancia (vivíamos casa frente a casa), convertida en historiadora de Carora a
una profundidad envidiable, publicó la historia de los Cardenales. En efecto,
fundado en 1942 en la pequeña liga caroreña, año en que los Cardenales de San
Luis ganaron la Serie Mundial, es posible deba su nombre a ese hecho. No
obstante, de la mano de María Zambrano, he sostenido que se debe al
Cardenalito, Carduelis cucullata en
su nombre científico, y que la victoria del equipo norteamericano sólo avivó la
imaginación hacia ese bello pajarito. La realidad poética, porque esa ave roja
que se paraba en el jardín de la casa de mi infancia es mucho más elocuente y,
si seguimos a Zambrano, la poética es la realidad.
Al fin y al cabo, en la discusión sobre lo
que significa “Carora” han participado personajes como Tulio Chiossoni, Orlando
Álvarez y Pedro Arcaya. Para unos significa “chicharra”, para otros “se acabará
la comida”, para otros es el árbol “Caro” de la familia umbelífera. En
cualquier caso, Emma Rosa Oropeza no tendrá ningún problema en admitir –eso
espero- que si en alguna parte hay que apelar a la razón poética es en Carora,
dada la gran cantidad de personajes salidos de allí.
Aparte de contribuir en algo a la higiene
mental de un país severamente afectado por situaciones del todo conocidas, y
para lo cual el beisbol y la chanza consiguiente son un buen remedio, Emma Rosa
es tan acuciosa y dedicada que publica www.encarora.com con todo lo referente a la ciudad de sus desvelos. Lo sabe todo, hasta
que mi abuelo Artidoro Meléndez fue coronel de guerrillas.
En cualquier caso jugar al escondite con los
morochos Herrera en su casa de la calle Bolívar y escuchar a su padre Don
Antonio Herrera Gutiérrez (“Toñón”, para
todos) quejarse del precio de las pelotas es más que suficiente para invocar la
realidad poética. Humberto Oropeza, gerente del equipo y compañero de kínder,
deberá asumir su responsabilidad ante esta inusitada y más que hermosa
controversia.
“Llegó el doctor Ambrosio”, exclamaban en mi
casa y el niño que fui se asomaba a verlo. El senador Oropeza bajaba de su auto
cargado de carpetas. El senador Ambrosio Oropeza llevaba allí los manuscritos
de la nueva Constitución de la
República. Con toda seguridad Doña Paula me mandaría a buscar.
Si después de
contado lo contado Cardenales de Lara no debe su nombre al Cardenalito, pues es
que la poesía ha dejado de existir.
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