Teódulo
López Meléndez
“Cubazuela”, han estado gritando por años algunos de
los más dedicados opositores del gobierno venezolano. En ejercicio de una
“boutade” que a la hora de la verdad no parece tanto, me atreví a hablar de “Mexizuela”,
pues lo que aquí parece consolidarse es una experta manera de ganar elecciones
con la perfección del PRI.
No se puede realizar un análisis de la contienda
electoral que la oposición perdió estrepitosamente este pasado domingo 16 de
diciembre sin comenzar por reiterar el absoluto divorcio entre lo que se
expresa en redes sociales como Twitter y la realidad del país, lo que debe
mostrar no sólo un uso inadecuado y contrario al que se le ha dado en numerosos
y recientes episodios de la historia mundial, sino una muy especial incultura
política de la clase media.
Los gritos de venganza caen ahora sobre los
abstencionistas, un segmento cuya cifra llamaremos sin precisión aún oficial,
casi la mitad del país. Pareciera que esos compatriotas venezolanos ya no
contarán más, que han sido desaparecidos del futuro y que algunos no tendrán la
“gentileza” de dirigirse a ellos en ocasión alguna. Todos los medianamente
informados sabíamos la abstención sería alta, como siempre lo ha sido en
elecciones regionales, y que aumentaría o disminuiría por los últimos
acontecimientos relativos a la salud del presidente Chávez. Aumentó y a estas
alturas uno parece tener la sensación que el suceso mencionado no tuvo una
injerencia determinante.
Las causas de la derrota oposicionista se remontan al
hecho de haber aceptado el orden de las elecciones, primero presidente, segundo
gobernadores y tercero alcaldes, en un proceso de renovación de los poderes
públicos de arriba hacia abajo que resultaba inaceptable. Luego las fechas, para
que el día electoral hayamos sido testigos de “líderes políticos” lamentándose
como vírgenes plañideras de lo perjudicial de votar un 16 de diciembre cuando
la gente anda ocupada en reencontrar familiares o comprar sus cosas para pasar
la Navidad.
Esa inconsistencia, para ser benignos en el término,
es lo que caracteriza a una “dirigencia” inventora de excusas. Agréguenle un
organismo electoral absolutamente tolerante con los abusos oficiales y esos
mismos abusos en sí, como candidatos inaugurando obras como si de aspirantes se
hubiesen convertido en ya designados, más todos los excesos de poder que por
archiconocidos es innecesario inventariar.
Eso es lo que viene del poder actual, pero hay que
inventariar lo que viene de los fallidos aspirantes al poder. La elección
regional se producía, como hemos visto al recordar el orden de las tres
elecciones, luego de la derrota en las presidenciales, porque hay que
convertirse en Perogrullo para señalarles que una derrota fue, dadas las
maniobras para disimular que van de trapecio en trapecio sin red.
La llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) no es
más que una alianza electoral de partidos reducidos que, por afán de no se sabe
quién, pretendió erigirse como algo más. Señalé desde siempre que esa
“concertación” jamás sería alternativa válida frente a Chávez y que la única
vía era la constitución de una “unidad superior”. Se recordará perfectamente mi
planteamiento de una “tercera opción”, inviable en apariencia por la cantidad
de recursos que se requerirían en intentarla y por la falta de recursos humanos
de los cuales el país parece hacer ostentación.
No se puede enfrentar a un claro proyecto de país como
el que encarna Chávez sin un proyecto de país alternativo. Se entró entonces a
discutir entre “vieja” y “nueva” política con una exacerbada adoración por unos
muchachos inexpertos y a mostrar una incoherencia mental producto de la
inmadurez, de la falta de formación y, sobre todo, del pequeño tamaño de unos
“políticos” con absoluta carencia de experticia.
El país venezolano carece de una clase política que
merezca tal nombre. He hecho esfuerzos porque esa reaparición de la intolerante
polarización debida a la enfermedad del presidente se reduzca y he llamado a
alzar la mirada. Los síntomas mostrados el mismo día de la elección no parecen
ayudar, pero es mi deber insistir en un necesario diálogo que pasa por no hacer
uso abusivo de los resultados electorales y por avanzar hacia la condición
indispensable que es una decisión favorable sobre presos y exiliados.
Lo más conveniente a los intereses del país sería que
el presidente Chávez pudiera juramentarse el 10 de enero, pero si las
circunstancias no lo permitiesen sabemos bien deberemos ir a una nueva elección
presidencial y sobre ella es menester hacer las reflexiones finales.
Hay que barajarlo todo. Suponemos, en este caso, será
Nicolás Maduro el candidato del gobierno, en acatamiento a la voluntad del
presidente Chávez, pero no podemos dar supuestos en el campo de la oposición.
Henrique Capriles Radonsky no debería hacer prevalecer su victoria en el estado
de Miranda ni su condición de electo en primarias para rescatar para sí la
condición candidatural. Debería, por el contrario, llamar a un gran diálogo
nacional con absoluto desprendimiento porque de lo contrario lo único que
lograría sería batir un nada envidiable récord de perder dos elecciones
presidenciales en cuestión de meses.
Quien detenta el poder tiene la mayor responsabilidad
en lo que habrá de venir. En este sentido me permito recordarle a Nicolás Maduro,
luego de haber hecho la observación a Capriles, que él no es Chávez. Trate de
parecerse a Eleazar López Contreras, en el sentido de comprender que sería
transición y que toda transición exige apertura.
tlopezmelendez@cantv.net
Saludos y felicitaciones a su autor. Amigo Rafael Rodriguez Acosta
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