Por Fernando Mires
Primero, en la Grecia más antigua, vinieron los a-divinos, gente tocada por la divinidad y la a-divinanza. Fueron desplazados después por los profetas, cuyas patéticas proclamas estaban dirigidas a pueblos y naciones. Muchos siglos más tarde, en la “vieja Europa”, aparecieron los trovadores y los bufones. Los primeros narraban lo que sucedía de lugar en lugar (no había periódicos) y los segundos decían la verdad algo en broma; lo justo para que ella pudiera ser asimilada en toda su indecible crueldad por quienes no querían escucharla. Hoy, todos esos personajes han sido desplazados por los intelectuales, sean estos los “mandarines”, los “maestros pensadores”, o simplemente, los duendes de la palabra escrita.
En todo eso pensaba cuando leía el libro de Teódulo López Meléndez “Lecturas del Nuevo Milenio” ( http://es.scribd.com/doc/88184400/Tomo-III-Obras-Selectas-Ensayos-Sobre-El-Nuevo-Milenio al mismo tiempo que corroboraba mi juicio relativo a que Teódulo es uno de los intelectuales más inquietos e inconformistas de nuestro desvencijado continente.
Pensaba en todo eso, porque si hubiera que caracterizar a Teódulo López Meléndez como intelectual, debería decir que él pertenece a esa extraña especie que ha integrado a su trabajo las cualidades de los predecesores históricos del intelecto moderno. Así, Teódulo se ha propuesto adivinar la realidad –incluyendo el pasado- no vacilando en acuñar profecías, al mismo tiempo que cuenta las cosas que ocurren en el mundo pensándolas con una radicalidad no apta para adulantes, bien pensantes y acomodaticios.
No es el que usted tiene en sus manos –hay que advertir a cada lector - un libro lineal. Los escritos que conforman este libro parecen, e incluso son, fragmentarios. Se trata, en el más exacto sentido del término, de “lecturas”.
La realidad está compuesta por muchísimas lecturas y por eso es y será fragmentaria. Impresión que, quizás por razones diferentes, comparto con Teódulo López Meléndez.
“La realidad es fragmentaria” es también una conocida frase de Theodor Adorno. El virtuoso filósofo quería significar con ella que quien quiere reducir el mundo a un sistema único y unitario de interpretación, o quien crea que ha descubierto las leyes de la historia, o quien piense que puede tener acceso a la totalidad de lo real, está condenado desde un comienzo al más estrepitoso de los fracasos. Eso significa –es mi deducción – que el pensamiento, para que lo sea, no puede ser reducido a ningún – valga la paradoja- “sistema de pensamiento”.
Teódulo López Meléndez no es acólito de ningún sistema de pensamiento pero tampoco intenta inventar alguno, punto que lo diferencia de tantos que lo han hecho para alcanzar de ese modo una efímera publicidad.
A la realidad, para escribirla, hay que acosarla, una vez por una punta, otra vez por un borde, casi nunca por el medio. Nunca, en cualquier caso, la tendremos en la palma de la mano. Pero –y esto es lo que admiro en Teódulo- es necesario seguir pensándola so pena de traicionarse a sí mismo. Sin embargo, eso no quiere decir que Teódulo renuncie a la formulación de grandes ideas. Él se sitúa epocalmente y por lo mismo intenta situar su época sin que eso signifique seguir un curso historicista. Punto de diferencia con Teódulo, debo constatar, pues, por razones que tienen que ver con mis experiencias y no con una u otra teoría, he ido abandonando poco a poco la idea de que existen periodos históricos que antecedan y que ordenen los acontecimientos. Para mí, los paradigmas son sólo post-producciones que surgen del ordenamiento muy subjetivo de acontecimientos los que al serlo están marcados por la más radical contingencia. Quizás esa es una de las razones por las cuales - al contrario de lo que ocurre a Teódulo- autores como Habermas no me dicen nada. O muy poco. Concuerdo, en todo caso, con la tesis de que gran parte de los intelectuales latinoamericanos se han quedado encerrados en el paradigma de una modernidad causalista, determinista y funcionalista. Yo agregaría que son, además, parte de ese paradigma.
Nótese que uno de los más constantes reclamos que hace el autor frente a la mayoría de los intelectuales latinoamericanos de nuestro tiempo es la incapacidad que ellos han demostrado para pensar el mundo bajo los condicionamientos de nuevos paradigmas, los que son – es una de las tesis que intenta demostrar López Meléndez- muy diferentes a aquellos que primaban durante esa modernidad que hemos dejado atrás sin saber todavía donde nos encontramos ahora. Así se explica por qué Teódulo se encuentra en abierta discordia con una gran parte de los intelectuales de su país quienes, en su gran mayoría - creo que así interpreto su opinión- sólo ven los árboles de la política sin percibir la existencia del bosque que los rodea.
Teódulo López Meléndez está, por lo mismo, muy lejos de ser un “intelectual orgánico”: la más abundosa de las especies letradas de América Latina. Su palabra no se encuentra al servicio de ninguna ideología, utopía o visión, mucho menos de un partido, gobierno o iglesia. Por el contrario; en todos sus escritos observamos un impulso desobediente, una rebeldía, casi un terror a jugar el juego impuesto por los otros. Y eso es lo que explica su constante voluntad de llamar a las cosas por su nombre.
Y, sin embargo, todo lo que escribe Teódulo, es parte de un compromiso; pero no de uno con un grupo determinado de personas o poderes, sino con la verdad aunque en algunos momentos esa verdad “duela” o pueda “hacer el juego del enemigo” como dicen muchos chantajistas que operan en el mundo de las ideas. Esa actitud no implica por cierto, no tomar partido. Nadie, por ejemplo, podría acusar a Teódulo de congraciarse con la autocracia militarista –otros dicen a secas, dictadura- que en estos momentos rige en su país. Pero tampoco, y esa es su ética posición, él se siente obligado a callar cuando hay que nombrar a las cosas, aún a riesgo de transgredir alguna estrategia o táctica de la política establecida, aunque sea oposicionista. O si se quiere, digámoslo de modo directo: a diferencias de otros autores para quienes la realidad venezolana termina con el lamentable momento del “chavismo”, para Teódulo esa realidad trasciende y supera a sus actores inmediatos.
Podría decirse, y esa es la principal impresión que me han dejado los textos de Teódulo López Meléndez, que el autor está empeñado de un modo casi fundamentalista, en el propósito de dejar testimonio de su pensamiento, aunque este fluya a contracorriente del pensar mayoritario.
A la sinceridad de los adivinos, al patetismo de los profetas, a la palabra bien construida de la trova, a la ironía de los bufones, a la agudeza de los intelectuales pre-modernos, ha agregado Teódulo una pasión por decir lo que él considera “su verdad” aún arriesgando pagar el precio no módico de quedarse a solas con ella.
El trabajo intelectual – y esa es la diferencia con el trabajo político- se debe en primer lugar a la verdad o, dicho más modestamente, a lo que un autor considere como la verdad. El político, todos lo sabemos, ha de decir la verdad, pero nadie lo obliga a buscarla por todos lados, y eso es lo que diferencia a la vocación política de la intelectual. Tampoco estamos hablando de una verdad ideológica, la que al tenerla no se busca. Hablamos de esa otra verdad, la que no se tiene, la que no se ve y no se toca, a la que hay que buscar todos los días, y que al final – quizás ese es el sentido de la interpretación del mito de Sísifo hecha por Camus- cuando la hemos alcanzado, ya la hemos perdido.
En fin, creo que con las “Lecturas del Nuevo Milenio” estamos en presencia de fragmentos testimoniales que dan cuenta del trabajo incesante de uno de los intelectuales más honestos, más radicales, más versados; y no por último, más valientes, de los que he conocido en mi no corta trayectoria en los siempre oscuros laberintos de las ideas.
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