El lugar del simulacro





Teódulo López Meléndez

I

El presente está marcado por todo tipo de crisis. La crisis se ha hecho un elemento contextual común al orbe afectando al cúmulo de relaciones sociales y de formas orgánicas mediante el rompimiento del equilibrio de los factores de cooperación y competencia. Ello también ha conducido a un desplazamiento de los intereses valorativos de la relación humana.

La organización social es un sistema compuesto de un complejo de relaciones entre los hombres y entre los hombres y las cosas. Estamos en un mundo de tensiones irresueltas y de disfunciones organizacionales. Deberemos tratar el conocimiento porque él genera poder, sea simbólico o utilitario. Es lo que denominamos cultura, una que crea conocimiento, genera normas, construye una memoria colectiva, en suma, edifica una organización grupal dinámica. Hoy estamos inmersos en el proceso globalizador que implica un avance tecnológico inusitado con aceleración del tiempo y unificación de los espacios lo que lleva a totalizar la realidad.

Hay una economía global, una cultura de la virtualidad real que ha integrado las culturas en un hipertexto electrónico, espacio y tiempo se han modificado dado que el espacio de los flujos sustituye a los lugares y el tiempo atemporal se aposenta en sustitución de los viejos marcadores. Las formas de la sociedad industrial terminada, entre las cuales las maneras políticas, las representaciones sociales y los sistemas simbólicos, dan muestras de inoperancia.

El siglo XX lo fue de la física (relatividad, cuántica, microchip). El XXI apunta a serlo de la biogenética. El escenario es distinto, quedan modificadas las pautas y es menester tratar de mirar a la ingente velocidad que nos domina aunque el hombre parezca incapaz de asimilarla y procesarla. Los retos de la biotecnología y de la genética van más aceleradamente que la capacidad de respuesta humana, lo que no constituye un inédito, sólo que ahora los impactos globales pueden tener carácter irreversible.

En los atisbos de la protesta contra las crisis propias de este interregno encontramos también globalización dado que los grupos protestantes parecen conformados por diversas capas de la estructura social y sus discursos van dirigidos al conjunto de una sociedad civil global que si bien está en pañales, asoma como protagonista, tal como lo ha mostrado el movimiento de los indignados. Se proclama una protesta y se dice lo que no se quiere antes de aquello que se quiere indicando así la inestabilidad de los nuevos movimientos sociales. Ya la protesta social es otra, aunque las nuevas formas sociales apenas nos indiquen algunos elementos como la crisis del Estado-nación y de la “sociedad del bienestar”. Se globaliza la ansiedad, aupada por los medios informacionales que la tecnología ha puesto a disposición, aunque los resultados recuerden a procesos históricos lejanos como la imbricación religiosa-política en el mundo árabe.

Atrás quedaron las formas de los viejos conflictos y los protagonistas de los mismos. Frente a los desafíos las reacciones tienden a ser globales tal como lo es frente a las relaciones entre la humanidad y el planeta. No existe una respuesta sistemática y totalizadora, menos aún frente al desafío tecnológico del que nos ocupamos, pero los rasgos son de un pluralismo de cosmovisiones y culturas.

Los nuevos movimientos sociales que vemos marcan un proceso de transición muy diferente de los que podríamos llamar clásicos. En ellos encontramos esfuerzos de creatividad y de construcción de fundamentos y una obvia y justificable indefinición. Aún así hay valores emergentes. Pueden surgir frente a problemas puntuales, como la crisis económica, algunos pueden albergar sentimientos postmaterialistas, otros no pueden ser llamados revolucionarios en el sentido clásico pues no están divorciados totalmente de los mecanismos tradicionales de intermediación, aunque sea evidente que estos son incapaces de atender a sus viejas clientelas. Algo es evidente: no alteran, en su generalidad, el orden político (indignados) pero sí introducen exigencias de valores.

No olvidemos que surgen en las “sociedades del bienestar”, unos, otros en reacción a arcaicas formas dictatoriales (primavera árabe). En el primer caso no nacen de lo que podría denominarse “la rabia del desposeído”, pero producen conocimiento social que trata de extender la autonomía humana contra tomadores de decisiones enclaustrados en parámetros tradicionales. Son actores sociales complejos, aún en el segundo caso en el cual aparentemente hay sólo un deseo de liberación de regímenes autoritarios y de incorporación a un nuevo tiempo difuso. En cualquier caso, en una revuelta contra valores dominantes.

Un elemento primordial es la calidad de vida, esto es, van sobre problemas específicos. Su método preferido, el de la abierta deliberación y el de toma de decisiones por consenso. Son antecedentes a mencionar en esta fase de transición porque quizás nos suministren elementos para otear frente a los planteamientos que caen como cascadas y de entre los cuales habrá de emerger la organización social sustitutiva.

II

Paralelamente a la conmoción social que vivimos y a la transición hacia nuevas formas entran en el escenario la cibernética, la inteligencia artificial y todos los avances tecnológicos que se alzan como los nuevos facilitadores de metáforas. La cibernética pretende ser un rompimiento de estrechez y agrupar no sólo científicos de diferentes áreas sino empadronarse como movimiento de ideas. Si bien se plantea como el estudio de las máquinas su interrelación con los humanos es punto clave, a un ritmo sin antecedentes, sobre todo porque al modelar un objeto lo que ha tenido en cuenta ha sido la reproducción de su funcionamiento sobre otra estructura y el objetivo de mostrar un comportamiento similar a la del original, como las primeras similitudes con los animales, esto es, reproducir la vida. En buena medida ha emergido como nueva ideología.

La Inteligencia Artificial (IA) se ha propuesto el desarrollo computacional capaz de mostrar una conducta inteligente, en algunos casos emulando a los humanos, en otros sin perseguir tal emulación. En cualquier caso una computadora diseña actitudes y afecta disposiciones psicológicas. Las máquinas superveloces lo son cada vez más, al igual que sus aplicaciones. Si caemos en hipótesis lo menos que podemos argumentar es que vamos hacia una interrelación hombre-máquina que nos conduce hasta planteamientos como el hombre protésico, el ciborg o androides o humanoides o replicantes y, en el campo social, hacia una organización cooperativa de hombres y máquinas. De allí los planteamientos que hemos visto del transhumanismo y del posthumanismo.

Veamos a Internet: crece aceleradamente la conectividad, el ancho de banda, la capacidad de archivo y la velocidad. Debemos plantearnos entonces el nacimiento de una inteligencia colectiva. La tecnología rompe la lentitud de la evolución biológica, hasta el punto de considerarse que el siglo XXI será equivalente a 20 mil años de desarrollo lineal. El ciberespacio y la realidad virtual pueden conducir a un solipsismo extremo, la de la vida en un mundo virtual.

Los procesos científicos que vivimos han alterado la relación del hombre con la naturaleza y la interacción entre los seres vivos, de manera que ellos deben ser mirados en el contexto social. La tecnología es parte de nuestras vidas. Si bien podemos admitir que la capacidad de modificar la naturaleza siempre ha estado presente en la historia humana, nunca como ahora. Asistimos, por ejemplo, a la paradoja de un sistema de comunicaciones que facilita notablemente el intercambio y la organización, pero que al mismo tiempo aísla.

Ciencia y sociedad marchan hoy entrelazadas, aunque, al mismo tiempo, ha producido la ruptura del equilibrio entre el hombre y la sociedad. El sistema de información se hace espectáculo pero las redes sociales permitidas por Internet permiten las agrupaciones para la defensa de las libertades o se ofrecen soluciones a los asuntos prácticos al tiempo que crea otros sobre instituciones hasta ahora consideradas fundamentales a la estructura social, como la familia, por ejemplo.

Este avance implacable de la era digital está fundamentado en una interacción de la tecnología, el procesamiento de información y el conocimiento aplicado a las máquinas. Las computadoras nos facilitan el acceso a la información, pero no muestran ejemplos de mejor aprovechamiento de la misma o de un índice crecimiento en educación. Qué es lo que se adquiere y qué lo que se internaliza. Es obvio que los efectos políticos ya los estamos viendo. McLuhan planteó la concepción de la idea global y su principal alumno, Derrick de Kerckhove, respondió a estas preguntas creando la idea de la inteligencia conectiva (Connected Intelligence, The Architecture of Intelligence. Pierre Levy planteó su concepción de la inteligencia colectiva (L’Intelligence collective. Pour une anthropologie du cyberspace).

III

Kerckhove estable su tesis partiendo de la base que las tecnologías de las telecomunicaciones y la informática son una extensión de la mente humana, o lo que es lo mismo, mira a Internet como un cerebro global que interconecta los cerebros individuales. Esta conectividad generaría un nuevo espíritu colectivo.

Pierre Levy piensa que la creciente informatización de la sociedad produce una mutación antropológica similar sólo a la acaecida con la aparición de la escritura. Habla de la informática como de una nueva piel. Esta “inteligencia colectiva” estaría basada en la capacidad de intercambiar información y cooperar.

Nada nuevo, a no ser que esa inteligencia colectiva o conectiva se traduce en muchos casos en brutalidad colectiva. Sobre los efectos políticos hemos visto muchos ejemplos positivos, como la organización de la primavera árabe, pero otros que no lo son, como un embrutecimiento que impide ver los caminos o flujos del quehacer público. Es lo que algunos llaman “sugestionabilidad extrema” donde cada quien dice lo suyo en una anarquía que sólo confluye sobre absurdos.

En cualquier caso hay una modificación de los sentidos exteriores e interiores del hombre que pueden llevarlo a mero participante inodoro, incoloro e insípido de una voz común que sólo adquiere sentido si viene presidida de un sentido de cohesión. La ruptura conduce siempre a un estado de recomposición, aunque aún estemos en las nebulosas en los efectos de modificación social reales que la virtualidad pueda traer.

Los continuos intentos de regulación de Internet podrían mostrarnos una falsificación del traspaso del poder a un colectivo generalmente desmañado o el establecimiento simple de un nuevo gran mercado. Puede permitir un acuerdo de protesta o de convocatoria o el señalamiento de actividades específicas en un combate político determinado que tendrá o no consecuencias, pero esas consecuencias lo serían de la acción directa y no del medio que permitió la convocatoria.

Sin caer en el territorio de la catastrófico, nos aproximamos a considerar a Internet como un “accidente” a la manera en que lo define Paul Virilio, quien bien nos recuerda que no hay adquisición sin pérdida, lo que nos lleva a nosotros a advertir que en los campos del reparto del poder y de la organización social emergente sólo hay ahora confusión. No olvidemos que la comunicación en las llamadas “redes sociales” generalmente implica mantenerse en la virtualidad sin un encuentro real. Este espacio romántico y libre no es más que una fantasía. Es posible que estemos frente a un mero espejismo cultural, uno denominable como la sociedad red.

De qué manera, entonces, Internet y esta comunicación instantánea puede inferir en la modificación de un nuevo cuadro social, es la pregunta a plantearse. Autores como Manuel Castell (La era de la información) indican que para que una nueva sociedad emerja se debe producir una transformación estructural en las relaciones de producción, en las relaciones de poder y en las relaciones de experiencia, las que para él se están sucediendo. En las primeras hacia lo que denomina capitalismo informacional; en las segundas en cuanto a la ya señalada de manera reiterativa crisis del Estado-nación sin que ello produzca una desaparición del poder, uno real convertido en inmaterial; en cuanto a las relaciones de experiencia señala la obvia redefinición de la familia, del sexo, de las relaciones de género y de la personalidad.

Al inicio de nuestras lecturas del presente siglo hablamos de un eterno presente singularmente mostrado con la celebración del arribo del año 2000, uno donde el tiempo era igual en todas partes y se medía en bites. A eso nos está conduciendo cada vez más esta tecnología de la información, así como a una “sabiduría” simplista producida por la cohabitación universal en el ciberespacio y por una razón fundamental: la información no es conocimiento.

Más pesimista, si se quiere utilizar este adjetivo, es Giovanni Sartori (Homo Videns) al señalar que Internet será para la mayoría sólo una manera de matar el tiempo lo que los hará analfabetos culturales. Lo vemos en la realidad virtual cotidiana con las “redes sociales” convertidas en el campo nuevo de la evasión de la realidad real. Compara la red con la televisión y, en efecto, parece sembrarse como un simple nuevo juguete de deterioro de la capacidad de pensar y del juicio crítico. De Homo Sapiens a Homo Videns a Homo Digitalis a Homo Insipiens.

Las consecuencias políticas son las mismas que hemos señalado para la glocalización: crisis del Estado-nación, organización continental, reverdecer de lo local, desaparición del ya anticuado concepto de soberanía y difuminación del espacio o territorio geográfico tal como lo hemos conocido. En el plano económico seguramente se verá facilitada la concentración y dominio de las grandes corporaciones. La necesidad de la información es ya ansiedad y esa ansiedad por satisfacer se pasea en pocas manos. Información no es conocimiento, debemos repetir.

La tecnología implica un cambio de sistema cultural que reestructura el mundo social. En buena medida la técnica se ha hecho autónoma, aunque plantee su existencia como un propósito de mejorar al hombre y en términos de eficiencia mantiene su planteamiento. En efecto, lo que denominamos progreso está ligado al avance tecnológico. Es obvio que no producirá los mismos efectos en todas las sociedades y que estos estarán marcados por la incertidumbre y bajo la influencia de las condiciones socioeconómicas.

Es muy difícil trazar una prospectiva de una futura organización social partiendo de los avances tecnológicos del presente. Se debe mirar el futuro, pero es bastante probable que deba hacerse desde él mismo y ello implica la multiplicidad de hipótesis. Ellas pasan por lo señalado, la Inteligencia Artificial o el posthumano. Como nunca el hombre y la máquina están cercanos y entendemos que lo que ahora miramos como avance tecnológico en el mañana nos parecerá ínfimo y remoto. Quizás ha sido Michio Kaku (La física del futuro, La física de lo imposible), autor de la teoría de las supercuerdas, quien se ha atrevido a plantear posibilidades de lo que seremos. En su concepción estamos en la civilización O que terminará con el agotamiento de las actuales fuentes de energía, para avanzar hacia las civilizaciones I, II y III. Aventurando la posibilidad de una IV indica que en la III la energía utilizada sería "energía Planck", la energía necesaria para rasgar el tejido del espacio y del tiempo. Los viajes interplanetarios a velocidades cercanas a la de la luz serían comunes, todo presidido por tres revoluciones, la informática, la biomolecular y la cuántica.

Ciertamente, mientras más aumenta la capacidad de informarnos a distancia más aislados nos encontramos. Parodiando a Kaku quizás esta sea una revolución no tan visible, dado que sentimientos y emociones se encierran cada vez más en el ámbito individual. Quizás el crecimiento de la violencia tenga parentesco directo con el egoísmo. Los tiempos de la técnica y del hombre son diferentes, el de la primera impone el ritmo lo que tiende a hacer del segundo un prisionero imperfecto de un instrumento perfecto. Si el desarrollo técnico es desmesurado hay que preguntarse qué falla en la civilización humana si da preferencia a los instrumentos sobre el fin último de su propia existencia. Ello nos lleva a reemplazar la realidad por el simulacro y, como hemos dicho, llegamos a preferir la copia antes que al original.

IV

Los procedimientos sobre el cómputo, el procesamiento y las comunicaciones afectan todo, desde la manera de trabajar hasta la agricultura, el transporte, la manufactura. La población se hace más móvil y necesariamente aparecen nuevos diseños organizacionales, las organizaciones mismas son pensadas como diseños computacionales poblados de “agentes inteligentes” artificiales.

Si la empresa de hoy tiende a ser una variedad de redes puede pretenderse trasladar a la organización social tal concepto y la capacidad de raciocinio medible en la competencia para gestionar y atravesar esas redes, de manera que sería menester plantearse el rol de los agentes inteligentes en la organización humana derivada del actual avance tecnológico.

Teóricamente la información está disponible para todos los agentes, pero la capacidad de uso dependerá de muchas variables, tales como normas, incentivos, las regulaciones de privacidad y las medidas de seguridad adoptadas por la sociedad.

Manuel Castells (La ciudad informacional. Tecnologías de la información, estructuración económica y el proceso urbano-regional) nos habla precisamente de la nueva forma social y espacial que en su criterio emerge y que así llama: la ciudad informacional.

El autor rechaza cualquier tipo de determinismo tecnológico al señalar que es la sociedad y el sistema económico imperante quienes determinan la adaptación de los avances tecnológicos a su servicio, no sin dejar de admitir el fuerte impacto de los segundos en la primera, pero en una interacción con todo el cúmulo de procesos políticos, sociales y culturales de los cuales saldrá el nuevo modelo de organización socio-técnica que él denomina modo de desarrollo informacional que parece ser una readaptación del capitalismo que da por superada la producción industrial en masa. En otras palabras, el informacionalismo sustituye varios parámetros capitalistas que se reflejan, en el campo político, en un detrimento de legitimación política y de redistribución social. En otras palabras, vislumbra un aumento de las diferencias entre grupos sociales, una disminución del estado de bienestar en su capacidad redistribuidora y, a escala internacional, una creciente fragmentación que incrementa las diferencias entre países e, incluso, a su propio interior.

En cualquier caso, el futuro nos plantea unas relaciones sociales cada vez más centradas en las relaciones entre el hombre y la máquina. Puede plantearse que no estamos frente a una revolución de la información sino frente a una revolución tecnológica de la información, criterio perfectamente válido, porque implica una acción independiente que trata de imponerse sobre el cuerpo social y que lo modificará con o sin su consentimiento. Inclusive, pues, en el plano de la información estamos en un interregno, en un lugar de nadie donde está lejos aún de definirse eso que eufemísticamente llamamos futuro, lo que no impide afirmar que ya podemos asistir a los cambios en la constitución de la identidad y de la personalidad al ser modificadas todas las coordenadas espaciotemporales. Quizás el resultado sea una vuelta de la bolsa y el retorno al egoísmo extremo, a la conformación del dividuo y al aislamiento en el cual la computadora sea la expresión de un individualismo exacerbado en lugar de un aparente lugar de encuentro.

Quizás este sea el verdadero nombre del ciberespacio, el lugar del simulacro

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