El camino de la literatura



Teódulo López Meléndez

Buena parte de los libros que se publican son la mejor prueba de que la literatura lleva el mismo camino de la realidad global: la escritura ha dejado de ser demostración (ética o estética) para convertirse en mostración. Bien lo explica Paul Virilio en El procedimiento silencioso cuando advierte de la desaparición de la geopolítica ahora sustituida por una “cronopolítica”, para evidenciar el surgimiento del ciudadano virtual de la ciudad mundial, que no es ciudadano sino contemporáneo. Ya la literatura no quiere demostrar, según lo han determinado los editores preocupados por sus ingresos. El escritor tiene que “echar un cuento”, plagarse de anécdotas en menoscabo de la “dentritud” del lenguaje. La naturaleza misma de la literatura está en peligro, pues ha asumido “la estética de la desaparición” para ocupar las reglas massmediáticas establecidas que no son otra cosa que dar prioridad absoluta a la notificación. Es claro, como lo recuerda Virilio, que el “arte moderno” fue paralelo a la revolución industrial, mientras el arte “posmoderno” marcha con el lenguaje analógico, con el progreso tecno-científico, con la revolución informática.

No hay duda que el mundo está desquiciado. Y la literatura con él. Si procuramos con Derrida entender, habría que decir “el presente es lo que pasa, el presente pasa”. Así, la literatura, se ha colocado en lo transitorio, “entre lo que se ausenta y lo que presenta”. En otras palabras, la literatura ha tomado para sí la huida. La pregunta es si será así siempre, si ha terminado la literatura como la hemos entendido. El porvenir de la literatura sólo puede pertenecer al pasado en el sentido de modificar con las nuevas técnicas y con todas las innovaciones posibles la vieja misión de demostrar, de crear, es decir, de volver a ser arte. Esta presencia sólo la encontramos en los viejos textos, de los cuales podemos decir “está escrito a la vieja manera”, en cuanto a estilo o a sintaxis, pero en los que pervive el afán de una tarea por realizar, aceptando que lo heredado no está dado. Quizás debamos comenzar desde aquí: partir de una inconclusión y convencernos de que este dominio de la mostración pasará, como pasa siempre toda hegemonía.

El mundo anda muy mal y muy mal anda la literatura. Es probable que no percibamos en toda su magnitud su actual desgaste. Comprendamos que siempre ha habido desarreglos y desajustes. El futurismo desencadena su perorata sobre la máquina en pleno auge de la era industrial. El arte actual se copia de la perorata de los medios radioeléctricos, esto es, de la intrascendencia. El escritor quiere ser actor de televisión y no escritor. En otras palabras, la literatura se hace incompetente, pierde la legitimidad que venía de su antiguo espacio. El lector, por supuesto, asume que ya no habrá más literatura, que la literatura es lo que se le ofrece paralelo al bodrio informático. Sin embargo, todo muta y se reelabora. Lo tele-tecno-mediático, la mostración que cunde en putas, en exguerrilleros, en drogadictos, en sobrevivientes de dictaduras y, en fin, en personajes sin misterio, sólo se entienden como símbolos mediáticos de masas, la gran concesión de la literatura a los programas, a las modas y a los discursos de la pantalla-ojo. Es obvio que el contemporáneo, el sustituto del ahora del hombre alerta, se mueve en inertes rutinas prácticas y todo lo que le perturbe es rechazado como una intensidad indeseable. La masa quiere desechar toda expresividad, está integrada por individuos de vulgaridad invisible y, en consecuencia, procura leer sólo lo que refuerce una condición masiva y vulgar. En materia literaria cabe recordar aquélla frase de Hannah Arend donde habló de “desamparo organizado”.


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